El tomate (Solanum lycopersicum) es un alimento esencial en la dieta de muchas culturas que proviene del sur de América y que se domesticó hace unos 10.000 años. Pero el que se cultivaba por entonces no es el mismo que el que se comercializa ahora, sino que su genoma ha ido cambiando hasta hacerlo 100 veces más grande que su variedad original (Solanum pimpinellifolium), según afirmó un estudio de 2014.

Ahora, científicos de la Universidad de Almería publican en la revista PNAS nuevas claves genéticas implicadas en su proceso de domesticación, especialmente en su característico aumento de tamaño.

"El tamaño extremo del fruto del tomate que evolucionó a partir del pequeño ancestro silvestre frutal S. pimpinellifolium está determinado principalmente por el número de carpelos de una flor, que serán los compartimentos de las semillas que forman el fruto maduro", explican los autores.

A través de técnicas de secuenciación y CRISPR-Cas9, el equipo ha logrado aislar una proteína implicada en ese crecimiento llamada número excesivo de órganos florales (ENO, por sus siglas en inglés). Se trata de un factor de transcripción, que se une a secuencias específicas de ADN para controlar la transcripción de la información genética.

Aumento del meristemo floral

Los investigadores han comprobado que ENO regula el tamaño del tomate a través de la red de desarrollo del meristemo floral, el tejido de la planta que alberga las células madre que dan lugar a las flores.

Sus hallazgos revelan que una mutación en esta proteína afecta a la expresión de determinadas regiones genéticas implicadas en crear las cavidades (derivadas de los carpelos) donde se alojan las semillas.

Los ensayos in vitro también apuntan que ENO regula directamente los dominios de expresión de esas regiones genéticas para mantener el buen funcionamiento u homeostasis floral de las células madre.

"Nuestro estudio también muestra que se seleccionó una mutación en la proteína promotora de ENO durante la domesticación para ir mejorando el tamaño del tomate, lo que denota que los cambios transcripcionales en los reguladores clave tienen efectos significativos en los rasgos agronómicos", concluyen los autores.

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