Las patatas fritas de bolsa son uno de los peores snacks que podemos encontrar en el supermercado. Lo contamos hace algún tiempo en este artículo. Y mira que dan de sí. No hay aperitivo, merienda, almuerzo o reunión de amigos en general en la que no esté presente este crujiente, hipercalórico e insano tentempié. Un producto que podemos encontrar prácticamente en cualquier sitio, a cualquier hora, y a un precio prácticamente ridículo. Pero, ¿hay algunas que se salven de la quema?

No son pocas las veces que médicos e investigadores han advertido de los perjuicios que tienen para la salud las patatas fritas. Hace algunos años, un estudio realizado por la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard sobre una cohorte de más de 120.000 sujetos volvió a señalar a este alimento. Según este trabajo, las patatas fritas son el producto del supermercado que más engorda, por encima de los refrescos azucarados, los zumos de frutas con azúcar añadido, la comida rápida (kebabs, hamburguesas y perritos calientes) y la carne procesada.

Así lo advierte Miguel Ángel Martínez-González, catedrático de Medicina Preventiva de la Universidad de Navarra, en su último libro, Salud a ciencia cierta. Consejos para una vida sana (Planeta), "la ingesta de patatas fritas está más relacionada con la ganancia de peso que comer bollería, galletas y pasteles". Eso sí, el profesor no descarta que esta relación se haya visto se deba a que “los que comen muchas patatas fritas son, en general, grandes comedores de todo”.

Hace un par de años, otro estudio publicado en la revista The American Journal of Clinical Nutrition señaló que el consumo de patatas fritas estaba relacionado también con una mayor mortalidad. Los investigadores analizaron el consumo de patatas en un total de 4.400 participantes adultos (entre 45 y 70 años) durante ocho años. Los resultados no dejaban lugar a dudas: aquellos sujetos que comen patatas fritas más de dos veces a la semana duplican las posibilidades de tener una muerte prematura.

Ésta es la triste realidad. Sin embargo, a pesar de todas estas advertencias, hay quien no quiere renunciar a este aperitivo de ninguna de las maneras. De hecho, hace unas semanas, el nutricionista y epidemiólogo de la Universidad de Harvard Eric Rimm escribió un artículo en el diario The New York Times en el que señalaba cuál era la ración idónea de patatas fritas que podríamos comer como máximo: seis. Ni más ni menos.

La farmacéutica y nutricionista Marián García (conocida como Boticaria García en las redes sociales) también aborda la cuestión patatil (desde otro punto de vista) en su último libro, El jamón de york no existe. ¿Hay algunas patatas fritas que se 'salven'? La respuesta está clara: la gran mayoría de las que encontramos en el súper son una bomba. "¿Por qué? Porque, para empezar, y como su nombre indica, están fritas y la fritura no es una técnica saludable. Contienen un 30% o más de grasa y nutricionalmente no aportan gran cosa. Más allá de los hidratos de carbono, una patata no es un dechado nutricional de virtudes", escribe la experta en el libro.

Las únicas que recomienda para un consumo esporádico son aquellas que están elaboradas única y exclusivamente con tres ingredientes: patata, aceite de oliva virgen y sal. "A ser posible, la mínima cantidad de sal", advierte. Del mismo modo, la nutricionista asegura que "no tocaría ni con un palo las que saben y se parecen a cualquier cosa excepto a una patata frita" o las que nos venden como 'light', que pese a tener un contenido menor de grasa, siguen siendo un producto ultraprocesado que debemos evitar.

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