Existe una escena perfecta en el largometraje Un buen año (2006) para explicar la paradoja nutricional del efecto halo. Max Skinner (Russell Crowe), un financiero británico en pleno viaje de autodescubrimiento personal por la Provenza francesa, decide visitar el restaurante regentado por su amiga Fanny Chenal (Marion Cotillard). Por supuesto, la fonda está plagada de turistas norteamericanos que no comprenden por qué su carta del menú está en un idioma desconocido. 

La equidistancia no funciona en la nutrición. Pide sano o no lo hagas.

Skinner, que opta por echar una mano a los camareros, atiende a una de estas parejas. "Quiero una ensalada nizarda con salsa ranchera", pide la turista, a lo que su marido le advierte que debería vigilar las calorías. "Ah, cierto, estoy a dieta. Que sea una salsa ranchera baja en calorías. ¿Podrías echarle un poco de beicon por encima?"

Tal y como explica el nutricionista Juan Revenga en su blog, algunos consumidores creen erróneamente que incorporar alimentos saludables a un plato puede reducir la cantidad de calorías del mismo. O que la comida sana (la ensalada nizarda) acabará con el efecto de los alimentos insanos (el beicon y la salsa ranchera)."Se trata de aquella situación en la que el consumidor percibe y sobrevalora un posible efecto beneficioso sobre un alimento que en realidad es perjudicial", explica Revenga.

Es lo que se conoce como el efecto halo, también conocido como el "efecto sacarina". También cuenta con ramificaciones más allá de la nutrición. En Psicología Social, el profesor de la Universidad de Columbia Edward Thorndike fue pionero en investigar de forma cuantitativa por qué asociamos los rasgos físicos (el atractivo de una persona) con otras características (es, por tanto, alguien inteligente y de confianza).

Esta teoría, que puede cotejarse en entrevistas de trabajo o en campañas políticas, también ocurre en cierta medida en la nutrición. "Hay un estudio muy divertido en el que a algunas personas se les pide que valoren el contenido calórico de dos ingestas: una hamburguesa y una hamburguesa con ensalada", relata Revenga. "A los sujetos se les pregunta cuál de las dos consideran que tiene más calorías. Respondieron que la hamburguesa en solitario", dice riéndose.

El nutricionista enumera algunos productos que se venden diariamente en los estantes de los supermercados. Por ejemplo, los bollicaos en cuyo empaquetado se asegura que contienen un 50% de hierro. Aquí se observa de nuevo la paradoja del efecto halo: incluso aunque estos productos ultraprocesados alcanzasen esa cantidad de nutrientes, no dejan de ser perjudiciales por su alto contenido en grasas de poca calidad, azúcares e hidratos de carbono. Cualquier alegación de salud en los productos procesados, recomienda Revenga, debe tomarse con cautela. No solamente con los añadidos, sino también con los "sin" o la retirada de ciertos productos mal considerados. Por ejemplo, que un artículo de supermercado no contenga aceite de palma no significa que sea automáticamente beneficioso para la salud.

Ocurre lo mismo con los denominados superalimentos como la quinoa, el kale o las semillas de chía. Son sanos, sí, pero están supeditados a una constante campaña de marketing con el objetivo de enmascarar sus altos precios. "Son alimentos que normalmente no son habituales en nuestra sociedad y que siguen algún tipo de moda, corriente viral o artículo", aclara Revenga. El dietista denuncia que en dichas ocasiones las marcas y los establecimientos se aprovechan de estos nuevos hábitos: "Se trasladan una serie de superpropiedades que están alejadas desde el punto de vista racional de la lógica".

La psicología y el marketing cada vez tienen mayor incidencia en nuestras decisiones como consumidores, también en el caso de los más pequeños. En este estudio realizado en 2007 se demostró cómo los niños mejoraban su percepción de alimentos como las zanahorias, el zumo o la leche si estaban envueltos en paquetes de McDonalds. Si el paquete que les daban era desconocido o de marca blanca, los pequeños sujetos mostraban más rechazo a los alimentos que les proporcionaban.

El efecto halo tiene su propia antítesis en psicología. Conocido como el efecto tridente, se produce al basarse en una sola característica negativa para generalizar sobre el resto. En nutrición, se traduciría en considerar automáticamente a un alimento, producto o plano como descartable por contener un solo componente dañino para nuestra salud. Un ejemplo sería el añadido innecesario de una salsa a nuestra comida.

[Más información: El peligro inesperado de abusar de los chicles y los caramelos sin azúcar]

Noticias relacionadas