Si "acostarse con las gallinas" es una expresión para referirse a la perona que se va muy pronto a la cama, quizá algún día tengamos la expresión "cenar a la hora de las gallinas". O incluso "cenar antes que las gallinas". Y no hablamos de hacerlo antes de las 9 de la noche, que para muchos españoles podría sonar a sacrilegio (a otros europeos no tanto). Hablamos de cenar a las 2 de la tarde, es decir, a la hora a la que muchos todavía no han almorzado. Y si cenáramos a esa hora habría que olvidarse de la merienda. O por lo menos de una merienda como la que todavía se destila en muchos hogares.

Es lo que propone el gurú Jason Fung. No es la primera vez que este médico canadiense, especialista en nutrición, llama la atención por sus ideas. El año pasado se publicó en español su libro El código de la obesidad, donde explicó las virtudes del ayuno intermitente para conseguir un peso saludable.

Fung comienza atacando la idea que se implantó a comienzos de este siglo de que comer muchas veces al día es sano: "No había estudios que sugirieran ni por asomo que esto fuera cierto". En su opinión, fue una estrategia publicitaria de las empresas de snacks o productos para la merienda con el fin de que, precisamente, termináramos comiendo sus productos malsanos. Así, el porcentaje de personas que picoteaban se ha visto muy incrementado desde comienzos de los 90 hasta 2009. Por ejemplo, en China: en ese periodo de tiempo, el porcentaje de adolescentes entre 13 y 18 años que lo hicieron pasó del 8,7 % al 46,3 %. En adultos, el porcentaje subió del 8,7 % al 35,6 %. Esto se ha traducido en una epidemia de obesidad y diabetes en el país asiático.

La artillería contra los snacks se dirige a la costumbre de tomar como merienda zumos procesados o galletas. "Vamos de allá para acá persiguiendo a nuestros niños para que coman galletas y beban zumo, y luego se preguntan por qué tenemos una crisis de obesidad en la infancia", asegura Fung. "Buen trabajo a todos, buen trabajo".

La importancia de los ritmos circadianos

Ahora, su nueva teoría se centra de nuevo en la producción de insulina (hormona en la que se centraba el libro) para que nuestro peso se reduzca. En ella Fung vuelve a hablar de los ritmos circadianos, es decir, los ritmos de vigilia y de sueño. Según su explicación, comer de noche (muy de noche) no es bueno para perder peso, porque a esas horas se produce mucha cantidad de insulina, lo que influye en el aumento de la obesidad. Así, no sería igual tomar los mismos alimentos a las 9 de la noche que a las 12, justo antes de irse a la cama.

Para llegar a esta conclusión, Fung se basa en un estudio de investigadores de varios centros estadounidenses. Los sujetos, hombres con prediabetes, se dividieron en dos grupos que tomaron los mismos alimentos y en tres raciones distintas. Durante cinco semanas, unos cenaron antes de las 3 de la tarde, en un periodo de comidas de 6 horas, y otros se alimentaron durante un ciclo de 12 horas. Los hombres se fueron alternando entre los dos grupos.

De este modo, en el segundo grupo los niveles de insulina descendieron, así como los de resistencia a esta (lo que quiere decir que la hormona puede seguir regulando el azúcar en sangre). No solo mejoraron los niveles de insulina; también, los de presión arterial o estrés oxidativo. El grupo que no comió en las últimas horas del día tampoco tuvo hambre, así que además de ingerir menos no tuvo tanto apetito. Al no sentir ese ansia (incluso se sentían llenos), se eliminaban las posibilidades de tomar más alimentos, afectar a los niveles de insulina y con ello engordar.

La clave de esta dieta también está en que se pasa menos tiempo comiendo en cada una de las ingestas. De acuerdo a Fung, aquellos que estuvieron entre 3 y 4 horas menos al día haciéndolo adelgazaron hasta tres kilos. De acuerdo a un estudio de investigadores estadounidenses que también cita, la media de duración de todas las comidas diarias es de 14,75 horas; un 10 % de estos encuestados ingerían alimentos hasta 10 veces por día.

Para que esta dieta funcione hay que dejar que pasen unos 12 días de media, así que nada de agobiarse si no se notan los resultados en la primera semana. Podrían pasar "tres o cuatro semanas", dice Fung, para que el cuerpo se ajuste. "No es difícil ayunar durante 16 o 18 horas. Pero cenar a las 2 de la tarde es duro". Por ello, el médico recomienda tener un grupo de ayuno formado por personas en las que apoyarse o tomar caldo, café y té. Y no se mete en los alimentos que debes tomar: "La respuesta cambia cada pocos años, dependiendo de a quien preguntes", escribe.

La polémica está servida. En el texto original, un comentarista se preguntaba "por qué es tan difícil abogar por una relación saludable, simple, enriquecedora y divertida con la comida". Otra persona se pregunta si sería lo mismo si concentrara todas sus comidas de 9 a 10 de la mañana o de 5 a 6 de la tarde: "aún sería un ayuno de 16 horas". Parece que hay cuestiones del ayuno intermitente que no convencen a algunos.

[Más información: Los 5 alimentos que más engordan y deberías eliminar para siempre de tu dieta]

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