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El fuego arrasó más de 400.000 hectáreas, con las provincias de Orense y Cáceres como principales afectadas, aunque también hubo incendios de importancia en Castilla y León.

No estamos hablando de 2025 sino de hace justo 40 años. El verano de 1985 ardió casi un 1% del territorio español: 484.475 hectáreas, la mayor superficie quemada en un año, el central de la época negra de los incendios en España, que va desde 1978 a 1994.

La superficie arrasada este agosto convierte a 2025 en el cuarto peor año de la serie histórica, que comenzó a principios de los años 60.

Sin embargo, el número de hectáreas consumidas por el fuego es lo único que une esta temporada con esa década y media infernal.

Según los datos del Sistema Europeo de Información de Incendios Forestales (EFFIS), el número de hectáreas afectadas por las llamas este año ya es de 412.533.

Hay que remontarse hasta 1994 para encontrar un año con mayor superficie quemada: 437.602 hectáreas.

En la serie histórica, solo 1978, con 424.957 hectáreas, y el ya mencionado 1985 superan las cifras de 2025.

Estos años excepcionales se circunscribieron dentro de grandes sequías que asolaron el país, principalmente las que se desarrollaron entre finales de los 70 y mediados de los 80, por un lado, y la primera mitad de los 90, por otro.

La primera de ellas afectó, sobre todo, a gran parte del sur y el este de la península ibérica. La escasez de lluvias conllevó un déficit hídrico que obligó a numerosos municipios —incluidas grandes ciudades, como Sevilla— a cortar el suministro de agua durante 10 horas o más al día.

La segunda fue, si cabe, aún peor: si la precipitación media anual en España está en torno a los 630 mm, entre 1993 y 1995 no alcanzó los 200 mm.

La capacidad de los embalses cayó hasta el 15% en este último año y los cortes de agua se generalizaron en gran parte del país.

"Entre los años 70, 80 y comienzos de los 90 se produjeron tres sequías muy marcadas que, además, se corresponden con puntos de inflexión en las cifras de incendios forestales", explica Ignacio Pérez-Soba.

El decano del Colegio de Ingenieros de Montes de Aragón incluye también la que hubo entre 1973 y 1974, cuando "comienza a ascender la línea de superficie quemada. Hay un salto asociado climatológicamente a esa sequía".

Al país no le daría tiempo a recuperarse antes de la segunda, que comenzó a finales de esa década, y culminaría con los incendios de 1985, propiciados por la falta de lluvias.

Sin embargo, 2025 vivió un periodo de precipitaciones muy intensas en la primavera, que propició una explosión de la masa vegetal que, al secarse con la ola de calor, era combustible para incendios de sexta generación.

"Las diferencias climáticas son claras", apunta Pérez-Soba. "En los años malos se daban combinaciones de factores con sequías permanentes, pero ahora solo hace falta una ventana de 10 días de calor intenso, viento y baja humedad para que salte la chispa".

Es la combinación que se dio con la ola de calor, la más intensa de las registradas por la Agencia Estatal de Meteorología, con el periodo de 10 días consecutivos más cálidos del que hay datos, con temperaturas mínimas muy altas que no aliviaron las llamas.

Similar valoración hace Carlos Madrigal, decano territorial de Madrid del Colegio de Ingenieros Técnicos Forestales. "Si tuviéramos el clima de hace 40 años, no tendríamos los incendios que tenemos ahora, aunque el campo no estuviera bien cuidado".

El cambio climático generado por la emisión de combustibles fósiles durante décadas ha creado las condiciones ideales para incendios imparables, conocidos como incendios de sexta generación.

El calor extremo de agosto, apunta Madrigal, ha propiciado que la vegetación fuera perdiendo su humedad casi de golpe "y estuviera disponible para arder".

A pesar de que, a diferencia de los 'años negros' del fuego en España, en 2025 no hayamos vivido una sequía, el meteorólogo de Meteored Samuel Biener hace una puntualización.

"Esta primavera ha llovido en gran parte de España pero en la zona del noroeste —donde se han dado los mayores incendios: León, Zamora y Orense— las precipitaciones han estado por debajo de la media".

También recuerda que 1989, justo antes de la sequía de principios de los 90, "fue uno de los más lluviosos desde que hay registros" y se saldó con más de 400.000 hectáreas quemadas.

Abandono del campo

Biener, como los otros expertos consultados por EL ESPAÑOL, hacen énfasis en que hay otro factor determinante para diferenciar los 'años negros' de el actual: el uso que hacemos del campo.

En esos años 70 en que empezaron a crecer las hectáreas quemadas también se produjo un éxodo rural, hacia las grandes ciudades, y comenzó a disminuir el número de personas cuyo trabajo dependía del campo.

"Hay que tener en cuenta que, hasta los años 70, el modelo de extinción de incendios en España se basa en voluntarios de los pueblos vecinos", explica Ignacio Pérez-Soba.

El abandono del campo y las sequías harían que este modelo entrara en "crisis total" en esos años, "cuando los incendios son grandes y simultáneos".

La consecuencia es la "modificación radical del sistema de incendios, con la creación de unidades específicas que permiten reducir muchísimo el número de conatos".

De hecho, el modelo español de extinción de incendios, recalca por su parte Carlos Madrigal, es difícilmente mejorable.

"Somos muy rápidos en apagar el primer ataque, pero cuando las circunstancias meteorológicas o de estructura del combustible (la masa vegetal) lo hacen incapaz de apagarlo, es un desastre como un tsunami, no tenemos capacidad de modificarlo".

Madrigal, Biener y Pérez-Soba hacen hincapié el abandono y la falta de cultura de campo como otro factor que influye, esta vez, en el origen de los incendios.

"La gente no es consciente del riesgo que corre un día de verano a las 14h trabajando con una radial en su finca pegada al monte, o que haya fuegos artificiales en una fiesta local", apunta Madrigal.

Samuel Biener señala que, pese a lo que pueda parecer, ahora hay "más flujo de gente moviéndose por el campo que antes", por efecto del turismo rural.

Pero el conocimiento que da ir de senderismo los fines de semana no es el de trabajar en el monte. "Ahora la gente comete más imprudencias que antes, convirtiendo el campo en un polvorín", comenta.

Por su parte, Pérez-Soba recuerda que esa visión externa al campo influye a nivel político, donde se obvia la "gestión forestal" y solo se presta atención a la extinción del fuego.

Pero hay cosas que no cambian. "No todos los pueblos son conscientes de la gravedad de los incendios forestales", explica el decano de los ingenieros de montes de Aragón.

"En el noroeste de España los incendios intencionados son mucho más frecuentes que en el resto, y ha costado empezar a cambiar esa conciencia".

A este respecto, hace hincapié en que, si los incendios intencionados suponen más de la mitad del total en España, hay diferencias regionales muy claras: "Si excluimos al noroeste, la mayor parte serían incendios por negligencias, en Aragón intencionados son un 10%".

Incluso al hablar del carácter intencionado de los incendios, Pérez-Soba denuncia una visión urbana poco conocedora del campo.

"Desde los años 80 existen los bulos de que se provocan incendios para urbanizar terrenos o aprovechar la madera quemada, y ahora se ha unido lo de ganar terreno para las energías renovables, porque son cosas que se relacionan muy bien con la mentalidad urbana".

La realidad es otra, apunta. "El 70% de los incendios intencionados son quemas agrícolas ilegales. Y el resto tiene más que ver con conflictos por la titularidad de las tierras, crear distracciones para hacer contrabando, venganzas por multas o acciones contra la administración. Nada que ver con urbanizar ni con las renovables".