La muerte sorprendió a Santiago Ramón y Cajal cuando estaba a punto de publicar un nuevo libro. El título que según algunas fuentes iba a tener no podía ser más sugerente tratándose de un científico: Solos ante el misterio. Sin embargo, nunca vio la luz y tampoco podemos saber cuál iba a ser su contenido porque al comienzo de la Guerra Civil, dos años más tarde de su fallecimiento, se perdieron muchos documentos del genio.

No obstante, parece ser que esa obra inédita iba a recoger los aspectos menos conocidos del premio Nobel, su dedicación a materias esotéricas que no tenían relación directa con las neurociencias, que tan famoso le hicieron. A lo largo de su vida dedicó bastante tiempo a estudiar fenómenos extraños, como el espiritismo y la hipnosis, muy de moda en su época, siempre con una mentalidad crítica y científica.

La existencia de espíritus era un tema apasionante para la sociedad y hasta para los investigadores más serios a finales del siglo XIX y principios del XX. Incluso Marie y Pierre Curie participaron en sesiones de espiritismo a modo de experimento. Cajal no fue menos, especialmente cuando vivió en Valencia –fue catedrático de Anatomía entre 1884 y 1887– donde conoció a varias personas que aparentemente contactaban con el más allá.

Una médium en casa

Su interés llegó a tal punto que alojó en su propia casa a una médium zaragozana que contestaba preguntas, según decía, a través del espíritu de una hermana monja que había fallecido y decía transmitir mensajes de alemanes famosos. Al final descubrió que todo era una farsa pero durante bastante tiempo trató de investigar de forma rigurosa si había algo de cierto en este tipo de espectáculos.

"Lo más común es hablar del estudio de Cajal de estos temas y sus tratos con médiums sin aclarar la conclusión a la que llegó: que no existía nada detrás más que superchería, fraude y codicia", asegura en su blog el neurocientífico y divulgador José Ramón Alonso.

Una fotografía de una sesión de espiritismo en 1920, trucada para que aparezca un brazo fantasmagórico. William Hope/National Media Museum Collection/Flickr

De hecho, no hacía falta mucho para que, "a la luz de la más sencilla crítica, se disiparan cual humo todas las propiedades maravillosas de los médiums o de las histéricas zahoríes", llegó a escribir el propio Cajal en el libro Historia de mi labor científicapublicado en 1905.

Su etapa como hipnotizador

Muy distinta fue la relación de Cajal con otro asunto de moda en su tiempo que aparentemente también estaba lejos de las explicaciones racionales, la hipnosis. Hoy en día no tiene mucho que ver con lo que se pensaba hace décadas y, aunque perviven muchos mitos, desde el punto de vista práctico es una herramienta que se circunscribe al contexto de terapias psicológicas enfocadas a objetivos muy concretos, fuera de los cuales no es más que un juego o una pseudociencia.

Pero en aquel momento, con el propósito de explorar sus posibilidades, Cajal organizó un grupo que llamó Comité de Investigaciones Psicológicas y montó en su casa valenciana una especie de gabinete por el que pasaban todo tipo de personas: algunas sanas y otras con cuadros neuróticos y depresivos, a las que curaba. El caso es que comenzó a ganar fama como hipnotizador y su consulta murió de éxito porque no podía atender a tanta gente y cerró.

Su esposa, hipnotizada para parir

Entre las personas que se dejaron hipnotizar está su propia esposa, Silveria Fañanás. El matrimonio ya está en Barcelona y afronta su sexto embarazo cuando Cajal decide probar la hipnosis como analgésico para el momento de dar a luz. Según un artículo que publicó en la Gaceta Médica Catalana, el parto fue breve y con mucho menos dolor de lo habitual gracias a la "sugestión hipnótica", aunque como buen científico evita sacar conclusiones contundentes. Sus dos últimos hijos, Luis y Pilar, nacieron de esta forma.

Sus experiencias con la hipnosis hacen que el brillante investigador se lleve una "decepción dolorosa", asegura, al comprobar que el cerebro humano "adolece del enorme defecto de la sugestibilidad; defecto en cuya virtud, hasta la más excelsa inteligencia puede, en ocasiones, convertirse por ministerio de hábiles sugestionadores, conscientes o inconscientes (oradores, políticos, guerreros, apóstoles, etc.), en humilde y pasivo instrumento de delirios, ambiciones o codicias".

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