James Watson es una estrella de la ciencia mundial desde que recibió el premio Nobel de Medicina de 1962 junto a sus colegas Francis Crick y Maurice Wilkins por el descubrimiento de la estructura del ADN, la doble hélice que almacena el material genético. Aparte de eminencia científica, el biólogo estadounidense es una figura controvertida rodeada por la polémica por diversos asuntos.

Actualmente el mundo de la divulgación científica trata de hacer justicia poniendo de relieve las contribuciones de la mujer en la ciencia. Una de las historias más comentadas es la de Rosalind Franklin, que tuvo tanto mérito o más que los tres galardonados por la Academia sueca. En 1953 ella consiguió la imagen decisiva que reveló la estructura del ADN, pero su compañero Wilkins se la mostró sin su permiso a Watson y Crick, que de esta forma confirmaron sus hipótesis y las publicaron.

La brillante científica murió de cáncer cuando tenía 37 años y los tres hombres recogieron el Nobel sin ni siquiera nombrarla ni mucho mejor reconocer que había participado en uno de los mayores descubrimientos de la historia de la biología con un papel decisivo. La realidad no se conoció hasta mucho después.

Sin embargo, esta conocida historia está lejos de ser el asunto más polémico en el que se ha visto envuelto Watson, que hoy en día cuenta ya con 90 años. El gran lío llegó cuando en octubre de 2007 el periódico británico The Sunday Times publicó unas declaraciones suyas en las que señalaba de una forma bastante explícita que los negros eran menos inteligentes que los blancos.

En ese artículo, el biólogo se mostraba pesimista sobre las perspectivas de África y explicaba el motivo: "Todas nuestras políticas sociales están basadas en el hecho de que su inteligencia es la misma que la nuestra, mientras que todas las pruebas muestran que no es realmente así". A esto añadía que los genes responsables de esas diferencias en el intelecto de los humanos podrían ser encontrados en el plazo de una década, pero ya ha pasado más y de momento los hechos no le dan la razón.

Aunque en aquella época las redes sociales estaban en pañales, la lluvia de críticas fue apabullante sobre todo por parte de sus propios colegas investigadores. En opinión de la mayoría, sus comentarios no sólo eran racistas, sino una absoluta estupidez, puesto que no tenían ninguna base genética. Algunos dijeron que lo único que buscaba era vender su libro Avoid Boring People: Lessons from a Life in Science (en castellano, Evita aburrir a la gente: lecciones para una vida en la ciencia).

Nadie se aburrió con este episodio. En pocos días acabó dimitiendo del cargo que tenía en el laboratorio Cold Spring Harbor después de que su Consejo de Administración emitiese una nota de rechazo a sus palabras. Antes había dicho que se habían tergiversado las declaraciones y, aunque sus disculpas no sonaban muy convincentes –“la genética puede ser cruel”, afirmó – reconoció que la ciencia no avalaba sus afirmaciones. Al borde de los 80 años, Watson dejaba la investigación aunque no de la forma que le hubiera gustado.

A pesar de que tuvo menos trascendencia, pocos años antes se había metido en otro jardín con otras declaraciones que hoy en día provocarían un terremoto. Corría 1997 y, esta vez en The Sunday Telegraph, Watson aseguró que si alguna vez llegaba a descubrirse un gen que determinase la sexualidad y de antemano se supiera que un niño va a ser homosexual antes de nacer, las mujeres deberían tener derecho a abortar.

Posteriormente, aclaró que era sólo un ejemplo de lo que podría llegar a pasar a medida que aumentase nuestro conocimiento genético, pero la entrevista no tenía desperdicio. Por si faltaba algún colectivo por ofender, tampoco es que Watson se mostrase muy feminista:"Si se crea un comité supervisor en estas cuestiones, que sea de mujeres", porque "son ellas las que cuidan a sus hijos enfermos", comentaba.

En 2014, cuando ya sumaba 86 años de edad, se convirtió en el primer Nobel vivo que subastó la medalla de este premio, de manera que consiguió dos millones de euros con los que pretendía dedicarse a comprar obras de arte.

Al margen de conseguir dinero, probablemente esta nueva provocación fue su manera de expresar su rechazo al mundo y en particular a sus colegas científicos, de los que tanto se ha distanciado y a los que ha acusado de “mediocres”, “dinosaurios” y “fósiles” entre otras lindezas.