El 14 de octubre de 1984, Stephanie Fae Beauclair nació con un síndrome del corazón izquierdo hipoplásico, una rara enfermedad congénita que provoca un déficit grave del desarrollo del lado izquierdo del corazón, y que daba a la niña una esperanza de vida muy corta si no recibía urgentemente un trasplante.

No había tiempo que perder, pero no existía en aquel momento ningún órgano adecuado disponible. El cirujano Leonard Bailey, del Centro Médico de la Universidad de Loma Linda, en California, optó entonces por una medida desesperada: trasplantarle a la niña el corazón de un babuino recién nacido.

Esperando sin éxito a disponer de un órgano humano, la niña sólo pudo vivir 21 días con su corazón de mono. Pero pese al desenlace fatal, Baby Fae, como se la conoció en los medios, fue el primer bebé en el que se completó con éxito un trasplante de corazón. Y aunque el suyo no era el primer caso de injerto cardíaco procedente de otra especie distinta de la humana, la niña vivió dos semanas más que los pacientes a los que se había aplicado este tipo de intervención con anterioridad. Curiosamente, Baby Fae no murió específicamente por el rechazo de un órgano no humano, sino por la incompatibilidad entre el grupo sanguíneo AB del animal y el 0 de la niña.

Un siglo de xenotrasplantes

La decisión de Bailey fue muy discutida por sus fundamentos éticos y legales, pero el xenotrasplante, o trasplante entre especies distintas, no era entonces un procedimiento inédito. Probablemente el primer caso de la ciencia moderna apareció descrito en la literatura científica en 1905, cuando el cirujano francés M. Princeteau injertó rodajas de riñón de conejo a un niño con insuficiencia renal. "Los resultados inmediatos fueron excelentes", escribió, aunque el paciente falleció poco después por una enfermedad pulmonar.

En las primeras décadas del siglo XX, el xenotrasplante fue un activo campo de investigación, hasta que el conocimiento de los principios inmunológicos del rechazo de órganos enfrió el interés en la materia. Sin embargo, los xenotrasplantes volvieron a los laboratorios de investigación a mediados de siglo, cuando se descubrieron los fármacos inmunosupresores que reducían el rechazo. Y aunque el campo de los xenotrasplantes no ha experimentado el crecimiento espectacular que por entonces muchos vaticinaban, tampoco ha desaparecido, y de hecho hoy algunos expertos auguran un nuevo renacimiento de estos procedimientos.

La primera pregunta que surge es: ¿por qué injertar a un paciente un órgano no humano? La respuesta es inmediata: "La motivación de usar fuentes animales para el trasplante de órganos o tejidos está dirigida por la oferta y la demanda", resume a EL ESPAÑOL la investigadora Aseda Tena, experta en xenotrasplantes de la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard (EEUU). Según datos de la Unión Europea, en 2013 murieron 4.100 pacientes en lista de espera para un trasplante. Y aunque el sistema español de trasplantes es un modelo que muchos países tratan de imitar, diversas estimaciones sitúan entre uno de cada diez y tres de cada diez el número de pacientes en el mundo que fallecen esperando un órgano.

Existen otras alternativas para remediar la carestía de órganos para trasplante. Una de ellas es la implantación de dispositivos mecánicos, por ejemplo corazones artificiales, "pero no son aplicables a todos los pacientes", apunta Tena. Más recientemente, el desarrollo de la medicina regenerativa persigue cultivar órganos y tejidos en el laboratorio a partir de células madre. "Pero aún estamos lejos de crear un órgano funcional humano ex vivo", dice la investigadora.

Cerdos con órganos humanos

Frente a estas opciones, la posibilidad de criar animales para trasplantes supondría disponer de una fuente siempre accesible de órganos a demanda. Sin embargo, son varios los obstáculos técnicos a superar. El mayor de ellos es el rechazo. Para minimizar esta respuesta, los investigadores tratan de crear animales modificados por ingeniería genética para desarrollar órganos molecularmente más similares a los humanos. Actualmente los esfuerzos se centran en el cerdo, una especie fácil de criar y cuyos órganos son fisiológicamente compatibles con los humanos.

Según relata Tena, en 2002 un equipo de científicos logró crear cerdos genéticamente diseñados que carecían de una molécula de azúcar responsable del rechazo de los órganos cuando se trasplantan a los humanos. Los órganos se trasplantaron con éxito a monos utilizados como modelos humanos. "Científicos y compañías farmacéuticas creen que este éxito preliminar puede abrir una vía a los trasplantes de animales a humanos a corto plazo", dice la experta.

Otro de los impedimentos a superar es la posibilidad de transmisión de enfermedades de los donantes animales a los pacientes humanos. Este riesgo es mayor si se emplean primates como fuente de órganos, ya que los virus de estas especies pueden afectar más fácilmente a los humanos. Pero incluso en el caso de especies más distantes como el cerdo, los retrovirus latentes en el genoma de los animales pueden activarse causando efectos a menudo imprevisibles.

También en este terreno los investigadores están avanzando gracias a las nuevas tecnologías de edición genómica como CRISPR, una herramienta de corta-pega de ADN que ha sido calificada como la gran revolución genética del siglo XXI. En Harvard, el grupo dirigido por el genetista George Church ha empleado CRISPR para crear cerdos libres de retrovirus. Según Tena, CRISPR puede servir también para "conseguir cerdos con órganos más compatibles con los humanos de cara a evitar el rechazo y minimizar la necesidad de fármacos inmunosupresores".

Una traba adicional es otro tipo de rechazo, el de ciertos sectores sociales hacia un procedimiento que implica la implantación de tejidos de origen no humano. "El xenotrasplante siempre ha suscitado cuestiones éticas", admite Tena. Y aunque ciertos grupos religiosos tradicionalmente se han opuesto a estas prácticas, la investigadora considera que la educación del público y el establecimiento de protocolos claros para el consentimiento informado lograrán disipar las dudas. De hecho, antes de que pudiera producirse insulina humana, las personas diabéticas se inyectaban insulina bovina o porcina, y la piel de los cerdos se ha utilizado también para tratar las quemaduras. "El público ha aceptado estos tratamientos porque salvan vidas", afirma Tena. Y a medida que la ciencia y la tecnología continúan avanzando, "el xenotrasplante clínico pronto será una realidad", concluye.

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