Seguramente habrán oído hablar de esto: el dedo meñique de nuestros pies, lenta y progresivamente, terminará por desaparecer. Fue útil en su día, porque ayudaba a trepar a los árboles, pero ahora no es más que un reducto en cierto modo amorfo condenado a la involución.

O de esto otro: el ser humano del futuro será más inteligente, con una cabeza notablemente más grande que alojará un cerebro mayor, un cerebro capaz de ejecutar habilidades nuevas y particularmente asombrosas.

¿Es cierto todo eso? Antes de saberlo hay algo que resulta evidente, y es que para que al menos fuera posible debería cumplirse una premisa: que los humanos actuales sigamos evolucionando. Que ahora que la lucha por la vida darwiniana es más bien -al menos en muchos lugares- la lucha por un salario digno, las presiones que nos modelaron sigan haciendo su labor.

"Lo que podríamos llamar la cultura ha sustituido en gran medida a la selección natural", afirma Jaume Bertranpetit, catedrático de Antropología de la Universidad Pompeu Fabra e investigador en el Instituto de Biología Evolutiva de Barcelona. No sólo porque la mayoría de los cambios que ahora se producen son culturales, sino porque hay una protección social que antes no existía. Individuos que antes muy posiblemente morirían antes de poder tener hijos -y cuyas características genéticas se perderían- ahora tienen los cuidados y la protección necesaria para poder tener descendencia y llevar una vida absolutamente normal.

Sin embargo, sí se ha comprobado que, al menos en los últimos 40.000 años, se han producido cambios y adaptaciones. Por ejemplo, una mutación en el gen de la lactasa alumbró la posibilidad de beber leche durante toda la vida, cuando lo normal era que solo de niños se pudiera. La ventaja era tal que en muchas regiones ese cambio se fue conservando y propagando en las generaciones que les siguieron. Algo parecido sucedió con otros genes que tenían que ver con la adaptación a vivir en altura o con la resistencia a la malaria en zonas donde esta suele campar.

Pero 40.000 años sigue siendo el pasado. ¿Qué está sucediendo en la actualidad?

La evolución en directo

Las nuevas y masivas técnicas genéticas están permitiendo analizar cambios como antes no había sido posible. La acumulación de datos ofrece la posibilidad de hilar más fino, de estudiar posibles cambios genéticos prácticamente en directo. Y dos de estos trabajos acaban de aparecer.

El grupo de Jonathan Pritchard, de la universidad de Stanford, ha buceado en los genomas de 3.000 británicos con un nuevo método de análisis. Lo que hacen es buscar cambios genéticos particulares y explorar el ADN que les rodea. Por la lógica del azar, si en el vecindario hay también bastantes variaciones el cambio inicial será antiguo, porque habrán necesitado más tiempo para acumularse. De esta forma han trazado la evolución en los últimos 2.000 años. Y sí, han encontrado cambios.

Además de que el gen que nos permite beber leche ha seguido propagándose, resulta que en estos siglos los ingleses se han seleccionado para ser más rubios y para tener los ojos azules. "Desde hace mucho tiempo, los no-africanos han ido aclarando su piel, debido a que necesitaban producir más vitamina D", comentan los autores en el artículo. "Pero nosotros pensamos que en este caso obedece a un tipo de selección sexual", una variante ya postulada por Darwin que no está ligada con la supervivencia del más apto, sino con que los individuos más atractivos tienden a tener más descendencia. Sin embargo, según Bertranpetit, "esta teoría no ha sido comprobada en humanos". Para Sergi Castellano, investigador de Genética Evolutiva en el Instituto Max Planck, "los autores no demuestran que se deba a una adaptación para sintetizar vitamina D, por eso especulan con la selección sexual".

"Los cambios que antes eran fruto de la selección natural ahora lo son, en mi opinión, de la moda o lo que podríamos llamar selección cultural. Son variaciones que escapan a la teoría original de Darwin", sostiene Bertranpetit. Ahora bien, "a mí me cuesta decir que eso es exactamente evolución. Yo prefiero decir que son simplemente cambios".

Otros de esos cambios recogidos en el artículo son la tendencia genética a ganar altura o, en menor medida, a que las mujeres tengan una maduración sexual más retrasada. Variaciones que, según Bertranpetit "es difícil ahora mismo interpretar, pero que seguramente no tengan ninguna implicación". También está que los recién nacidos tienden a tener la cabeza algo más grande y las mujeres mayores caderas, pero el propio Pritchard pide cautela: "La evidencia de estos cambios es mucho más pequeña que la de las variaciones en la altura, y además los resultados necesitarían ser replicados".

Por cierto, el trabajo ha sido comentado en Nature y Science, pero aún no ha sido revisado ni publicado como tal por revista alguna. "Es un gran estudio, y sin duda lo aceptarán en una buena publicación", apunta Bertranpetit, pero ahora mismo solo está disponible en un repositorio abierto y gratuito: BioRxiv. "Seguramente haciéndolo así se aseguran haber sido los primeros".

El siguiente sí está publicado y revisado, y promete ser algo más polémico.

¿La evolución reduce los años de educación?

Jonathan Beauchamp es un investigador de la universidad de Harvard y el único firmante de un artículo en la revista PNAS con un título poco dubitativo: "Evidencia genética de la existencia de selección natural en los humanos contemporáneos de los Estados Unidos".

Beauchamp utilizó una estrategia diferente. Aprovechando trabajos anteriores estudió la descendencia que habían tenido más de 12.000 estadounidenses nacidos entre 1931 y 1953 y para los que, en la mayoría de los casos, existía además información de su genoma. Combinando esta información podía identificar si había personas con determinados rasgos (estudió siete diferentes) y genes asociados que tendían a tener más éxito reproductivo, lo cual significaría que se irían acumulando en las generaciones siguientes. Es otra forma de actuar de la selección natural sin necesidad de apelar a la supervivencia del más apto: los que más hijos tienen, esparcen y multiplican sus genes. Y lo que se encontró es, digámoslo así, llamativo.

Aparte de repetirse el resultado de que las mujeres tienden a retrasar su maduración sexual, tanto en hombres como mujeres parece haber una selección particular: el éxito reproductivo es mayor en aquellos con menor nivel educativo (y que poseen genes que predisponen a alcanzar una menor educación). Castellano, aunque encuentra el trabajo "interesante" apunta que él "no invocaría a la selección natural, al menos de momento". Pero la pregunta es evidente: ¿está la evolución queriendo que aprendamos menos, hacernos de alguna manera más tontos?

"Estas conclusiones son muy peligrosas, porque alientan ideas eugenésicas de que estamos estropeando nuestro patrimonio genético", subraya Bertranpetit. Por eso conviene matizarlas: primero está que solo estudia una o dos generaciones y habría que ver si los resultados se repiten en nuevos estudios y a más largo plazo (podría ser algo casual y reversible); luego recordar que "los años de educación son una medida indirecta de lo intelectual", así como que su relación con la genética todavía no está perfectamente perfilada.

Además, como comenta el propio Beauchamp en el artículo, hay que cuantificarlas y relativizarlas: la selección genética explicaría una pérdida de entre sólo una y seis semanas de educación por cada generación, pero la evolución cultural hace que los hijos tengan, en promedio, dos años de formación más que los padres. "El impacto genético respecto a lo ambiental es ahora mismo muy pequeño", concluye Bertranpetit, y eso nos lleva a pensar en qué es lo que podemos esperar.

El futuro: las predicciones

Independientemente de dudas etimológicas: si selección natural, estrictamente sexual o cultural, si evolución, adaptación o simplemente variaciones con tendencia actual a la acumulación, nuestro genoma sigue cambiando, pero seguramente con consecuencias y velocidades menores de lo que sucedió en el pasado. Se podría decir que, en términos globales, el freno de la evolución es el precio que tenemos que pagar por nuestros logros sociales y culturales. Pero bendito precio. "Exacto. Los humanos hemos vuelto neutros caracteres que antes eran negativos", sostiene Bertranpetit. "Por ejemplo, yo soy daltónico, yo lo habría pasado muy mal en la época de los cazadores-recolectores, pero en la sociedad actual ese rasgo es neutro, no tiene importancia para la supervivencia. Y ya que nos ha costado tanto conseguirlo, no nos quejemos ahora".

¿Qué nos deparará entonces el futuro? Los grandes cambios serán culturales, no genéticos, y desde luego (no nos hemos olvidado) no deberíamos esperar pies sin meñiques ni cabezas enormes con cerebros agigantados. "Eso es una tontería, y no sé quién se la inventó", clama Bertranpetit. Ahora mismo esos caracteres no tendrían ninguna presión evolutiva, así que no tienden a seleccionarse. Y además dependen de muchos genes al mismo tiempo, por lo que "es extremadamente improbable que esos cambios se acumulen por azar".

Ahora bien, ¿seguirán nuestros genes evolucionando de alguna manera? Castellano duda, porque "muchas presiones del pasado han desaparecido. Pero también es verdad que estamos sometidos a nuevos cambios". Desde un punto de vista evolutivo, Bertranpetit minimiza los resultados recientes: "Los rasgos que antes se seleccionaron hoy se han vuelto neutros, y la teoría dice que no debería haber nuevos candidatos. Eso sí, hay mucha gente buscándolos". Uno de ellos es el paleoantropólogo John Hawks, quien en un artículo en la revista The Scientist afirma tenerlo claro: "Las evidencias dicen que el genoma humano ha evolucionado en los últimos miles de años, y no hay ninguna duda de que seguimos evolucionando hoy".

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