No hay nada como iniciar una conversación sobre piojos para que a todos los presentes comience a urgirles la necesidad de rascarse la cabeza. Si piensan que alguna vez les ha ocurrido algo parecido, sepan que no tiene nada de raro: el picor es más contagioso que el bostezo o la risa. Nos ocurre cuando hablamos sobre picores, cuando contemplamos imágenes de bichos o simplemente cuando vemos a otros rascarse.

Los estudios han mostrado que somos especialmente propensos a este contagio si nuestra personalidad tiende a lo neurótico; es decir, si somos dados a las emociones negativas. Y aunque el mecanismo de este contagio aún no parece del todo claro, los científicos piensan que reside en las llamadas neuronas espejo, que se activan cuando imitamos ciertas acciones de otros. Pero el contagio es sólo uno de los muchos misterios del picor, una sensación tan común que apenas le dedicamos un rascado, y que sin embargo aún esconde muchos secretos. Y mientras que para la mayoría no alcanza siquiera la categoría de molestia, para ciertos enfermos que lo sufren de forma crónica puede llegar a convertirse en una verdadera tortura.

Sistema de alerta

Tradicionalmente el picor o prurito se ha considerado un tipo de dolor, dado que ambos comienzan en el mismo lugar, las neuronas sensoriales de la piel. Como el dolor, el picor es un mecanismo ventajoso adquirido a lo largo de la evolución, un "sistema de alerta contra agentes ambientales dañinos", dice un reciente artículo de revisión escrito por Xinzhong Dong, neurocientífico de la Facultad de Medicina de la Universidad Johns Hopkins (EEUU) y una autoridad mundial en la materia. "El picor nos proporciona un mecanismo de protección", resume Dong a EL ESPAÑOL; nos avisa de que hay una posible agresión externa contra la que debemos defendernos.

Este papel beneficioso podría también explicar el contagio: se ha sugerido que podría ayudar al grupo a responder contra una infestación de parásitos. Pero ambos, dolor y picor, nos provocan reflejos distintos: al primero reaccionamos apartándonos, mientras que el segundo nos incita a rascarnos. Es sólo una de las muchas diferencias por las que hoy los científicos ya no contemplan el picor como una forma leve de dolor, sino como "un sentido único, con su propia y particular fisiología", afirma Dong.

Desde las neuronas de nuestra piel, el picor sube por nuestros nervios hacia la médula espinal a través de unos nódulos llamados ganglios de las raíces dorsales. Pero no todos los picores nacen en la piel; en algunas enfermedades neurológicas pueden originarse en los propios nervios dañados. En el caso del típico picor asociado al consumo de heroína, el origen está en el propio sistema nervioso central sin que haya daños en los nervios. Por último, algunos pacientes psiquiátricos, como los que padecen trastorno obsesivo-compulsivo, pueden sufrir picores que sólo existen en su propia mente.

El caso más típico, sobre todo en verano, es el de las picaduras de insectos. En esta situación hay un claro culpable: la histamina. Cuando nos pica un mosquito, células de nuestro sistema inmunitario llamadas basófilos y mastocitos acuden al lugar de la lesión para descargar sus depósitos de histamina, disparando una reacción inflamatoria que pone en marcha nuestras defensas para responder contra la agresión. La histamina, responsable de los síntomas de la alergia, es la que induce la señal de picor en las neuronas de la piel para transmitirla hacia la médula espinal. Y es por esto que las pomadas con antihistamínico nos alivian el picor, al cortar la señal en su raíz.

Histamina y cloroquina

El picor inducido por histamina es uno de los más estudiados por los científicos, junto con el producido por la cloroquina, un fármaco empleado para tratar la malaria que tiene el prurito como efecto secundario. "Los mecanismos celulares y moleculares que median en el picor inducido por histamina y por cloroquina han sido identificados y caracterizados", dice Dong. Para entender cómo funciona hay que descender del nivel de la célula a los componentes que se encuentran en su superficie y que sirven para transmitir la señal de una neurona a otra, como el aire entra y sale por las ventanas abiertas de una casa. En el picor, el aire son iones de calcio, y las ventanas son canales que dejan pasar esta sustancia.

El picor también afecta a las llamas. David DeHetre Flickr

Hasta ahora se creía que el picor de la histamina y el de la cloroquina se transmitían respectivamente por dos tipos distintos de canales de calcio llamados TRPV1 y TRPA1. Pero un nuevo estudio publicado en la revista Science Signaling demuestra que las cosas son algo más complicadas: existe un tercer tipo de ventana llamado TRPV4 que participa tanto en la señal de la histamina como en la de la cloroquina, y que colabora con TRPV1 para desempeñar su actividad. Según el director del estudio, Zhou-Feng Chen, de la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington en San Luis (EEUU), "parece que hay un diálogo entre las vías de los canales de calcio en las neuronas sensoriales que procesan la señal del picor".

La importancia de este descubrimiento radica en que abre una nueva esperanza para el tratamiento del prurito crónico, lo que para Dong aún es "el mayor reto pendiente en la investigación del picor, ya que los mecanismos de muchas formas crónicas aún no están claros". Según Chen, "inhibiendo un sólo canal en la periferia sería posible reducir los picores provocados por la histamina y la cloroquina, e incluso tipos de picor crónico que no responden a las terapias actuales".

Pero queda una pregunta pendiente: ¿por qué rascarnos nos alivia? Los estudios han demostrado que el rascado bloquea la transmisión de la señal en la médula espinal. Este efecto puede lograrse gracias a una población de neuronas encargadas de inhibir el picor en respuesta a estímulos contrarios, como el dolor. Pero también en ciertos casos el alivio momentáneo viene seguido por un empeoramiento del picor.

En 2014, otra investigación dirigida por Chen descubrió una razón que puede explicarlo. El tenue dolor del rascado provoca en el cerebro la liberación de serotonina, un neurotransmisor que ayuda a paliarlo, pero que tiene un efecto secundario indeseable: aumenta el picor. Por fin la ciencia está en camino de explicarnos por qué, como dice el refrán, "el comer y el rascar, todo es empezar".

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