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La propuesta de Alberto Núñez Feijóo de crear un registro nacional de pirómanos ha puesto el foco en una figura casi mítica, la del fascinado por el fuego que se dedica a provocar incendios por el propio placer de ver cosas arder.

La piromanía es un trastorno real y así está codificado en el manual diagnóstico que elabora la Asociación Americana de Psiquiatría, de referencia en todo el mundo.

Pero la cantidad de incendios forestales provocados por estas personas es mínima. El informe sobre incendios forestales en el periodo 2006-2015 del Ministerio para la Transición Ecológica, solo el 5% de los fuegos intencionados fueron obra de pirómanos.

"No es un trastorno frecuente", afirma la psicóloga Miriam González. "La prevalencia es de menos del 1% de la población y algunos estudios dan cifras aún menores, de entre el 0,4% y el 0,6%".

Por lo general, explica la experta, son hombres jóvenes y solitarios, con baja tolerancia a la frustración, que han desarrollado este trastorno en la adolescencia, suelen venir de entornos con carencias afectivas y de autocontrol.

Esta última palabra es la clave: el diagnóstico de piromanía está incluido entre los trastornos de control de los impulsos.

No solo consiste en sentir una fascinación atávica por el fuego y todo lo que le rodea, desde el humo hasta el despliegue de los bomberos y las sirenas, sino que la característica fundamental es la impulsividad, no existe planeación.

González lo compara con una adicción. "No busca beneficio económico ni venganza sino satisfacción e intentar reducir la tensión interna que siente. Esa emoción es tan desmesurada que no puede controlarla".

Impulsos o intencionalidad

La psicóloga explica que se suele confundir al pirómano con el incendiario, una persona que tiene una motivación, un interés, más allá de ver el fuego arder: la venganza, intereses económicos, etc.

Los datos de 2006-2015 sobre incendios forestales apuntan que el 60% de las igniciones con causa conocida tienen una intencionalidad detrás, pero las principales causas son la eliminación de matorrales (28%) y los incendios de ganaderos para regenerar el pasto (23%).

El vandalismo (5%), la intención de facilitar la caza (2,5%) o las venganzas personales (1,7%) también figuran entre las causas, más allá de los causados por pirómanos.

"Al pirómano, a veces, se le atribuye una intencionalidad y se le confunde con el incendiario, que sí la tiene y de diferentes tipos", comenta González. En otras palabras, el pirómano 'nace'. El incendiario, en cambio, necesitaría una motivación externa: 'se hace'.

La intención no es la única diferencia. Los incendios provocados por pirómanos suelen ser más pequeños y controlados, "tienen que ver con objetos cotidianos de las casas, colchones, etc. Suelen ser reincidentes en la misma zona".

Al pirómano le atrae todo lo que rodea al incendio. "A veces se queda mirando y se acerca al lugar de incendio, pero es el incendiario el que se suele presentar voluntario para las labores de extinción".

Los incendiarios, según el manual diagnóstico de los psiquiatras estadounidenses, son los que incendian con premeditación y, para marcar otra diferencia con los pirómanos, su prevalencia es mucho mayor: hasta el 21% de la población general.

Miriam González apunta que el tratamiento de la piromanía es complicado "porque también es complicado llegar hasta estas personas, pero existe un tratamiento integral, que combina lo farmacológico y la intervención psicológica".

No se trata de una terapia sencilla, apunta, ya que requiere mucho tiempo y va dirigida al control de los impulsos.

La psicóloga considera que la propuesta de Feijóo de crear un registro de pirómanos es poco realista y, además, apunta directamente hacia datos hiperprotegidos por la ley, como son los de salud.

"Estaría exponiendo en un listado público al que es del nivel máximo de protección, como la patología", indica. "Sería un problema ético, deontológico y legal".

Los incendios que están teniendo lugar este agosto han consumido más de 300.000 hectáreas del campo. Zamora, Cáceres, Orense y León.

Buena parte de ellos ya están siendo controlados —en buena parte, gracias al cambio meteorológico de los últimos días tras una ola de calor devastadora— pero todavía siguen dando problemas los de Porto (Zamora), A Pobra do Brollón (Lugo), Larouco (Orense) o Garaño (León).

Aunque todavía están lejos de esclarecerse las causas y los autores de la mayoría de ellos, en algunos se sabe ya que han sido intencionados. Ninguno de ellos, de momento, parece haber sido obra de un pirómano.