Fotograma de la película romántica 'Antes del amanecer'.

Fotograma de la película romántica 'Antes del amanecer'.

Ciencia Psicología

El amor dura sólo cuatro años: la ciencia explica por qué fracasan la mayoría de relaciones en España

La naturaleza habría forzado a los mecanismos biológicos a mantener la unión durante el tiempo necesario para garantizar la crianza de un hijo.

21 agosto, 2023 02:25

El amor ha sido la pieza central de miles de textos, canciones y películas a lo largo de la historia. Ya en la antigua Roma tenían mucha fama los elegíacos, ese grupo de poetas que veneraba el amor y desamor a partes iguales. Odio et amo (Odio y amo) popularizó Cátulo. Ay de él si ahora supiera que ese desdén que le propinaba su adorada Lesbia probablemente se debía a que el amor para muchas parejas tiene fecha de caducidad. Esa fecha son los cuatro años.

"Lo primero que tenemos que tener en cuenta es que hay distintos tipos de amor", indica José Antonio Hinojosa, profesor de Psicología Experimental y Procesos Cognitivos en la Universidad Complutense de Madrid. No es lo mismo el sentimiento que se tiene por los padres, que por los amigos o por las mascotas. Esto es fácil de digerir. Lo verdaderamente interesante es que estos tipos de amor no tienen por qué ceñirse a la regla de los cuatro años, porque no cuentan con el intríngulis del amor romántico, ese al que se refería La Jurado cuando cantaba "se nos acabó el amor de tanto usarlo". 

"La biología encontró una utilidad en este concepto del amor romántico para el mantenimiento de la especie, para tener crías y cuidarlas", apunta Hinojosa, que acaba de esbozar las líneas generales de por qué se cree que los cuatro años pueden ser determinantes para muchas parejas.

[Ni el amor es ciego ni los polos opuestos se atraen: así eligen tus genes a tu pareja]

Una de las primeras en dar cuenta de esta teoría fue la antropóloga biológica Helen Fisher, especializada en comprender el matrimonio, el divorcio, el adulterio y los patrones de monogamia entre distintas especies de mamíferos. En un trabajo publicado en 1994 en The Journal of NIH Research desgranó que fue la propia naturaleza humana la que adaptó esta emoción para la propia supervivencia.

La selección natural

"El amor romántico (caracterizado por al menos dos etapas emocionales, la atracción y el apego) es un universal cultural. La neurofisiología humana de estas emociones evolucionó en nuestros primeros antepasados homínidos hace unos cuatro millones de años como un mecanismo químico diseñado para iniciar una relación y mantener el vínculo de pareja durante la infancia de un único hijo altricial (indefenso), en un periodo de unos cuatro años", indica la investigación.

Según Fisher, la unión de los padres -aunque fuera por este tiempo limitado- servía para garantizar la supervivencia del hijo, por lo que la propia selección natural fue premiando a los que adaptaban este comportamiento, que habría terminado por llegar hasta nuestros días.

El propio presidente del departamento de Biología Evolutiva Humana de la Universidad de Harvard, Joseph Heinrich, reflexionaba en su último libro Las personas más raras del mundo (Capitán Swing), que la monogamia había sido una de las claves del éxito del triunfo histórico de occidente sobre otras civilizaciones.

[Por qué la felicidad ya no es lo que era: adiós al mito del "salud, dinero y amor"]

"La monogamia responde a ventajas adaptativas a lo largo de la evolución humana, por lo que la selección natural la ha favorecido y aún es visible en patrones de matrimonio, divorcio y nuevo matrimonio, así como en el reflujo y reflujo característico de la relación romántica humana", reflexiona la autora.

La teoría encaja con lo mismo que explica Hinojosa al otro lado del teléfono: "Hay estudios que dicen que somos monógamos sucesivos, es decir, tenemos parejas sucesivas con las que estamos durante ese periodo de dos a cuatro años, lo que viene a ser más o menos la crianza de los hijos".

Bajón de hormonas

Hay que dar la razón al dicho de 'la naturaleza es sabia', pero por si no bastase con esto al mecanismo biológico hay que sumarle la parte química, la de todas esas hormonas que libera el amor romántico. Concretamente, la oxitocina y vasopresina.

Las produce el hipotálamo y las libera la glándula pituitaria. Actúan sobre numerosos sistemas del interior del cerebro, sobre todo con el sistema de recompensa dopaminérgico, por lo que pueden estimular la liberación de dopamina. Esta hormona, que les será familiar a personas relacionadas con la neuropsicología de las adicciones, lo que crea es una sensación placentera y gratificante.

[Por qué perdemos el apetito cuando nos enamoramos]

Como detalla una de las autoras del tratado Biological Psychology, la profesora de Psicología de la Universidad de Central Lancashire Gayle Brewer, esas vías están relacionadas también con el comportamiento adictivo, que tiene que ver con la conducta obsesiva y la dependencia emocional observables normalmente cuando el amor romántico está en su fase inicial. Estas últimas palabras son clave: fase inicial. "Con el tiempo, también se da una disminución en la secreción de estas hormonas", concede Hinojosa. El enganche, poco a poco, va bajando.

Sin embargo, no todo tiene por qué llegar a un fin. Para eso está la teoría del triángulo del amor, la cual desarrollaba recientemente el experto en un artículo científico. Y no, esto no tiene nada que ver con terceras personas, sino con las emociones que forman parte del amor romántico: atracción física, intimidad y compromiso.

"Al principio, el componente sexual es clave para que surja la chispa y seguirá siendo muy importante los primeros años, pero poco a poco se va incrementando el peso de la intimidad y el compromiso de establecer metas comunes", desgrana Hinojosa.

Y no, esto no significa que la pasión desaparezca, sino que "los otros componentes comienzan a interactuar". En las parejas que no se han logrado o que no se les da importancia, puede que se cumpla la regla de los cuatro años. Otras serán como esas uniones de 'abuelitos' de las que habla con ternura el experto, de las que pasean todavía juntos por el parque y de la mano.