Una de las mayores obsesiones del ser humano desde tiempos inmemoriales ha sido la búsqueda de la vida eterna. Durante siglos, miles de personajes históricos trataron de encontrarla en todo tipo de pócimas y hechizos de brujería. Sin embargo, poco a poco los avances de la ciencia sacaron a la luz estructuras de nuestro propio organismo, como los telómeros, que podrían dar las respuestas necesarias para hallar una forma de extender la esperanza de vida de hombres y mujeres.

Lamentablemente, la investigación del envejecimiento es un proceso largo y la muerte termina llegando para todos, por lo que algunas empresas ya han comenzado a ofrecer a sus clientes la criopreservación de cadáveres, con el fin de devolverlos a la vida cuando la ciencia tenga las claves para ello. Por desgracia, con los medios actuales sería imposible "resucitar" a esas personas incluso teniendo un mecanismo para curar aquello que les mató.

Para empezar, los propios cristales de hielo se convierten en verdaderas trampas mortales, que acuchillan los tejidos del cuerpo, dejándolos inservibles para un proceso de descongelación. Sí que es cierto que en los últimos años se han comenzado a utilizar algunos compuestos anticongelantes, que se inyectan en el organismo antes del procedimiento con el fin de minimizar la formación de esos cristales. Sin embargo, esto tampoco soluciona el problema, ya que los propios componentes tóxicos de estas sustancias dificultarían el proceso de reanimación.

En definitiva, los seres humanos somos bastante sensibles a la congelación, por lo que deberíamos aprender de otros seres vivos, capaces de resucitar después de un tiempo de letargo. Hasta ahora, los principales modelos a seguir eran animales como el tardígrado, que además de resistir la deshidratación prolongada, el calor extremo o las radiaciones ionizantes, también puede sobrevivir después de permanecer 30 años congelado. Otro ejemplo interesante es el de la rana de la madera de Alaska, que es capaz de sintetizar grandes cantidades de glucosa, que le sirve como anticongelante para que, a pesar de que su cuerpo se congele, buena parte de sus fluidos internos permanezcan en estado líquido.

Pero hasta ahora ningún ser vivo pluricelular había igualado a los gusanos que un grupo de biólogos rusos acaba de descubrir congelados en sedimentos de permafrost de 40.000 años de antigüedad. En contra de todo pronóstico, muchos de ellos lograron sobrevivir y eso sí que los convierte en un verdadero modelo a seguir.

Una siesta de miles de años

Para la realización del estudio, que ha sido publicado en Doklady Biological Sciences, estos científicos excavaron un total de 300 muestras de permafrost, procedentes de distintas zonas del noreste de Rusia y los llevaron a su laboratorio, ubicado en Moscú, para su posterior análisis.

Tras detectar la presencia de gusanos congelados en las muestras, las dejaron a una temperatura de aproximadamente 20ºC durante varias semanas. Pasado este tiempo, comprobaron cómo los animales comenzaban a mostrar signos de vida.

Esto podría parecer poco novedoso, en comparación con las historias conocidas de tardígrados, pero la datación con carbono-14 demostró que algunos de esos sedimentos, concretamente los que contenían gusanos del género Plectus, tenían una antigüedad de 42.000 años. El resto, pertenecientes al género Panagrolaimus, tampoco se quedaban muy atrás, con un total de 32.000 años.

No se ha podido descartar la posibilidad de contaminación de las muestras, pero los investigadores aseguran que mantuvieron unas medidas correctas de esterilidad y que, además, la profundidad a la que habían obtenido los sedimentos concordaba con la antigüedad establecida.

No se trata del ser vivo más antiguo que se ha logrado descongelar. De hecho, en el año 2000, un equipo de investigadores estadounidenses logró devolver a la vida un conjunto de esporas de bacterias del género Bacillus, que habían sido halladas en cristales de sal formados 250 millones de años atrás. Esta noticia también resultó sorprendente, pero los mecanismos por los que las esporas lograron sobrevivir no podrían extrapolarse fácilmente a los tejidos humanos. Sin embargo, por muy diferentes que podamos parecer de los gusanos, no dejan de ser organismos pluricelulares relativamente complejos, con los que tenemos bastantes cosas en común.

Lo que sí preocupa a estos científicos es que, del mismo modo que han sobrevivido estos  animales, también puedan resucitar organismos patógenos que hayan permanecido aletargados durante años.

Ya se dio un caso de este tipo en 2016, cuando las inusuales temperaturas del verano siberiano dejaron paso a la descongelación de los cadáveres de unos renos que habían fallecido por ántrax en 1941. Como consecuencia, varias personas resultaron infectadas y miles de renos murieron en unas pocas semanas. Éste es otro de los grandes peligros del cambio climático, por lo que los investigadores deben permanecer ojo avizor, para que sólo tengamos que preocuparnos de unos inofensivos gusanos recién despertados de una larguísima siesta.