Cuántas veces has pensado que deberías hacer algo y, al momento, has decidido dejarlo para mañana. Aplazar las obligaciones para el futuro es algo común en el ser humano, sobre todo, en tareas que nos resultan especialmente tediosas o complicadas. Sin embargo, esto podría estar perjudicándonos. La procrastinación, término que se usa en psicología para designar a la fea costumbre de retrasar nuestros quehaceres, no solo nos puede provocar estrés y ansiedad, sino que también evitará que hagamos ciertas labores, como ordenar la casa o ir caminando hasta la oficina, que tienen beneficios para nuestra salud.

Aunque la procrastinación parece una consecuencia de la modernidad, lo cierto es que no es un hábito nuevo. Las antiguas civilizaciones ya procrastinaban, y así lo atestiguan varios escritos. En la Grecia antigua, el poeta Hesíodo escribía alrededor del año 800 a. C.: "No dejes la tarea para mañana ni pasado, pues un trabajador perezoso no llena el granero como no lo llena el que pospone la tarea". Mientras, en la Atenas del año 400 a. C., Tucídides, un ilustre historiador y militar, advertía que la procrastinación era el rasgo más criticable de un soldado.

También el cónsul de Roma Cicerón apuntó a la procrastinación, junto con la lentitud, como una característica despreciable del ciudadano. Y así hasta hoy, cuando seguimos retrasando nuestras tareas sin pensar en las consecuencias.

No todos somos procrastinadores

Según Joseph Ferrari, profesor de psicología de la Universidad DePaul, en Chicago, y gran estudioso de este fenómeno, aunque todo el mundo retrasa sus tareas alguna que otra vez, no todos recurrimos de igual manera a la procrastinación. Con sus trabajos ha descubierto que el 20 % de las personas son procrastinadores crónicos, lo cual se considera un problema de salud mental. "Decirle al procrastinador crónico que haga sus tareas sería como decirle a una persona clínicamente deprimida que se anime", apunta Ferrari.

La investigadora Ildikó Takács, de la Universidad de Tecnología y Economía de Budapest, clasifica a los procrastinadores en varios grupos. Entre las distintas figuras que distingue se encuentran la del perfeccionista, que aplaza la tarea para cuando pueda cumplir con sus exigencias personales; la del generador de crisis, que disfruta con el riesgo; la del ocupado, quien, por estar atendiendo varias tareas al mismo tiempo, no finaliza ninguna y la del relajado que, ante todo, evita las situaciones de estrés o compromiso.

¿Sí o no a dejarlo para más tarde?

En torno a la procrastinación existe un amplio debate científico. Los simpatizantes aseguran que no importa cuándo se haga la tarea, mientras se haga; incluso hay quien prefiere trabajar bajo presión. También hay expertos que hablan de la procrastinación positiva. Para ellos, los retrasos se deben a una planificación intencionada que permite a los individuos tener un mayor control de su tiempo.

Por ejemplo, el filósofo de Stanford, John Perry, autor de El arte de la procrastinación, cree que hay personas que se benefician reestructurando el listado de tareas para que aquellas que sí llevan a cabo les aporten algo de valor.

Algunos aseguran que retrasar ciertas tareas les ayuda a trabajar mejor bajo presión. Pexels

Sin embargo, la mayor parte de la comunidad científica ve la procrastinación como una fuente de estrés, ansiedad y alteraciones del ánimo y el humorUno de los primeros estudios para conocer sus perjuicios fue desarrollado por los psicólogos Dianne M. Tice and Roy F. Baumeister. Evaluaron las actitudes y los resultados de estudiantes universitarios durante un curso académico y compararon los datos de procrastinadores con los de los alumnos más eficientes.

En un primer momento, vieron que aquellos que dejaban las tareas para el día siguiente no padecían estrés ni nada que les perjudicase. Sin embargo, con el paso del tiempo, los procrastinadores no solo obtuvieron peores resultados académicos, sino que estaban más estresados y padecían más enfermedades que quienes hicieron sus trabajos a tiempo.

A esto hay que añadir que en trabajos posteriores como el del profesor de psicología Timothy Pychyl, de la Universidad de Carleton (Canadá), se ha advertido que los propios procrastinadores albergan sentimientos de culpa y sufren vergüenza o ansiedad por postergar las tareas.

Tareas que retrasamos y no deberíamos

Además de los efectos negativos que puede tener sobre nuestra salud a largo plazo retrasar nuestras obligaciones, lo cierto es que muchas de estos quehaceres que dejamos para más tarde nos podrían beneficiar directamente.

Como es bien sabido, el ejercicio físico mejora nuestra salud. Un reciente estudio de la Universidad McMaster en Canadá ha probado que 150 minutos de actividad por semana reducen el riesgo de muerte en un 28 %, a la vez que disminuye la probabilidad de padecer una enfermedad cardiaca en un 25 %. Pero lo más significativo de este trabajo es que señala que las labores domésticas que solemos dejar de lado, como pasar la aspiradora o fregar el suelo, computan como ejercicio físico. Incluso ir caminando al trabajo, también en nuestra lista de tareas pendientes, beneficia a nuestro corazón.

Cambiar nuestro cepillo de dientes periódicamente nos evitará infecciones bucales. Pexels

Pero aún hay más virtudes para la salud atribuibles a la limpieza del hogar. Por ejemplo, tener nuestra habitación ordenada nos mantendrá alejados de la depresión y el estrés, a la vez que hará que durmamos mejor.

Siguiendo con las tareas domésticas, habilitar un lugar para tender la ropa fuera de casa también es bueno para nuestro bienestar físico. Según un estudio de la Escuela de Arquitectura de Mackintosh, el 30 % de la humedad que se encuentra en las casas está provocado por la ropa que se tienden en el interior. Esto provoca moho y atrae bacterias, perjudicando especialmente a las personas que padecen asma o alergias.

Asimismo, puede resultar útil establecer un calendario para ciertos cambios de utensilios del hogar. Por ejemplo, investigadores alemanes hallaron que los estropajos para lavar los platos almacenan más bacterias de las que se suelen encontrar en el mismísimo cuarto de baño. De igual modo, los cepillos de dientes son un foco de infecciones: albergan más de 700 especies diferentes de microorganismos, como recoge una investigación publicada en Scientific World Journal en 2015. Así que, cada cierto tiempo, es mejor que los sustituyas para alejar los gérmenes.

Además, sería bueno que anotes en tu lista de tareas pendientes cambiar las fundas de las almohadas o lavar la alfombrilla del baño una vez por semana, ya que también almacenan miles de microbios. Aunque no consideremos urgentes este tipo de tareas, dejarlas para mañana (o pasado) puede perjudicar seriamente la salud.

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