Un equipo de investigadores de la Universidad de Houston (UH) y el Texas A&M Transportation Institute (TTI) ha elaborado un estudio, publicado en Nature Scientific Reports, en el que comparan tres tipos de distracciones al volante: un despiste puntual, una situación emocionalmente intensa y contestar a un mensaje en el móvil. La más peligrosa resultó ser esta última.

Parece obvio que el uso del móvil al volante es muy peligroso. Ahora, este experimento muestra que puede ser mucho más arriesgado mandar un WhatsApp que que estar bajo un intenso estrés o mentalmente distraído.

La clave, según los investigadores, podría estar en el comportamiento de nuestro cerebro, en concreto en el cortex del cíngulo anterior, una zona que rodea del cuerpo calloso que conecta los hemisferios derecho e izquierdo.

El estudio evaluó el comportamiento de 59 voluntarios, a los que se pidió a conducir -en un simulador, naturalmente- el mismo tramo de carretera cuatro veces: en "condiciones normales" centrado en la conducción, distraído con preguntas desafiantes, sometido a preguntas con una carga emotiva y, por último, contestando mensajes triviales en el teléfono móvil.

Ioannis Pavlidis, investigador en la Universidad de Houston y uno de los directores de este proyecto, explica a EL ESPAÑOL que se midieron tres variables: los niveles de respuestas de estrés fisiológico, el ángulo de sujeción del volante con ambos brazos y las desviaciones máximas del vehículo respecto de su carril.

La desviación máxima de carril resultó ser evidente y peligrosa únicamente en los casos en los que los conductores mandaban mensajes de texto

"El estrés fue alto en los tres casos de conducción distraída, así como el nerviosismo a la hora de manipular el volante a izquierda y derecha", comenta Pavlidis. "Sin embargo", añade, "la desviación máxima de carril resultó ser evidente y peligrosa únicamente en los casos en los que los conductores mandaban mensajes de texto".

Curiosamente, en los otros supuestos, en los que los voluntarios tenían la mente distraída o estaban alterados emocionalmente, no se produjeron volantazos. "En realidad, el camino promedio en estos casos fue más recto que en la conducción normal por unos pocos centímetros", apunta el experto, que concluye: "Parece que mientras uno dedique las manos y los ojos a la conducción, incluso si su mente está a otra cosa, existe un mecanismo cerebral que corrige instantáneamente el efecto final al contrarrestar posibles fluctuaciones", afirma. Y ese vínculo ojo-mano queda destruido si uno atiende al móvil.

Una de las participantes en el experimento sobre estrés al volante. Malcolm Dcosta

"La coordinación ojo-mano es muy importante", afirma el investigador. "Una vez se interrumpe, el infierno se desata", añade, y destaca un resultado adicional del estudio: las distracciones que implican la descoordinación ojo-mano, incluso cuando finalizan, tienen un efecto residual sobre el comportamiento.

"Esto significa que durante varios segundos después de dejar de enviar mensajes de texto la conducción es aún tan mala como si siguieses enviando mensajes de texto", afirma Pavlidis. Y eso no sucede en los casos puros de estrés emocional y cognitivo.

Dicho efecto es medible, especialmente mediante dispositivos de seguimiento de los ojos del conductor. "Sabíamos en cada momento cuándo la coordinación ojo-mano se rompía", comenta el experto.

"Una posible explicación podría hallarse en la función realizada por el cortex del cíngulo anterior del cerebro", comenta Pavlidis. Sin embargo, destaca, "es sólo una hipótesis razonable".

"Para confirmarlo necesitaríamos repetir las pruebas mientras sometemos a los voluntarios a una resonancia magnética por imágenes del cerebro, algo que no es posible" añade, y subraya: "Pero lo cierto es que parece que hay algún mecanismo en el cerebro, ya sea el cortex del cíngulo anterior o cualquier otra zona, que realiza un gran trabajo correctivo". Es nuestro sexto sentido al volante.

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