En los años 50, muchos lugares de Estados Unidos empezaron a añadir flúor al agua del grifo para reducir las caries y otras afecciones bucodentales que provocaban la pérdida de dientes. Pronto, en plena Guerra Fría, en algunos sectores se empezó a sospechar del flúor como una conspiración comunista para envenenar a los estadounidenses y como resultado, las tasas de deterioro dental aumentaron en aquellos sitios que prescindieron del flúor.

Hoy en día, y desde que este elemento químico se incorporó también al dentífrico o a la sal de mesa, su presencia en el agua corriente pasó a ser testimonial. Por ejemplo en España, sólo un 11% del agua del grifo incorporaba algo de flúor en 2004, según datos de la Organización Mundial de la Salud. Por ello, las tasas de deterioro de los dientes han descendido tanto en países que lo emplean como en los que no.

Tanto los países que usan flúor como los que no mejoran su tasa de deterioro dental. OMS

Algo parecido pasa ahora con el cloro, el desinfectante más utilizado en el agua del grifo y que a lo largo del siglo XX ha ayudado a contener amenazas como el cólera o la salmonella. Un estudio coordinado por Fernando Rosario Ortiz, de la Universidad de Colorado, y en el que participan investigadores estadounidenses, holandeses, ingleses y suizos, ha concluido que el cloro tampoco es imprescindible, siempre y cuando las infraestructuras se mantengan adecuadamente.

"La presencia de desinfectantes es necesaria en el proceso de potabilización para inactivar patógenos y asegurarnos de que el agua es segura para el consumo", dice a EL ESPAÑOL Rosario Ortiz, "en los países en que se ha optado por no usar un desinfectante en el sistema de distribución, se ha hecho un esfuerzo importante para asegurarse de que el agua es segura cuando llega a los consumidores, entre ellos la protección de fuentes o el mantenimiento de las redes de distribución".

España está entre los países que sigue apostando por este elemento. En Madrid, por ejemplo, donde disfrutan de una de las aguas del grifo más apreciadas según el Informe técnico sobre la Calidad del Agua de Consumo Humano en España (PDF), "sólo se añade, como desinfectante final, cloro en forma de cloramina, ya que es más estable que el cloro libre", dice a EL ESPAÑOL Marta Soriano, subdirectora de Planificación de Recursos Hídricos y Abastecimiento de Canal de Isabel II Gestión. "La finalidad es mantener una concentración residual en la red de abastecimiento de agua para consumo humano, evitando posibles alteraciones microbiológicas", como por ejemplo la formación de cloroformo -un carcinógeno- al mezclarse el cloro con materia orgánica naturalmente presente en el agua.

En el estudio de Science, se comparan los brotes de enfermedades transmitidas por el agua en Holanda, donde no se añade cloro al agua, y Reino Unido o Estados Unidos, donde es obligatorio, como en España. Los neerlandeses registraban una tasa de 0,59 brotes por cada mil habitantes, frente a los 2,03 y 2,79 brotes de ingleses y norteamericanos. "Parece que la presencia de un desinfectante en el sistema de distribución no garantiza tasas menores de brotes de enfermedades", apuntan los investigadores.

¿Sería viable entonces apostar por un agua sin cloro en España? En Madrid, al menos, no. "Esto no es posible por la gran longitud de nuestra red [más de 17.000 kilómetros], por el clima, que hace que el agua no sea tan fría y, especialmente porque el origen del recurso es principalmente agua superficial", responde Soriano.

El británico John Snow demostró en 1854 el vínculo entre agua del grifo y cólera.

Pero la clave no está en la falta de cloro como en el mantenimiento de las infraestructuras. En los Países Bajos, las cañerías suelen tener una edad media de 37 años, frente a los 47 de Estados Unidos y los entre 75 y 80 años de Reino Unido. Otro factor a tener en cuenta es el de las filtraciones. En Holanda apenas un 6% de las cañerías las sufren, frente al 16% de las estadounidenses y el 25% de las británicas.

"Este enfoque se ha aplicado en países que tienen una proporción de agua subterránea muy elevada como Holanda, Dinamarca, Noruega, así como ciertas regiones de Alemania y Suiza", apunta la subdirectora del Canal de Isabel II. "Sin embargo, en Holanda, paradigma de este enfoque, aquellas plantas que tratan aguas superficiales deben dejar desinfectante residual para evitar recrecimientos de microorganismos".

Pero más allá de su efectividad, un factor importante para la persistencia del cloro es también el económico. "Los precios del agua en algunos países de Europa Occidental pueden duplicar o triplicar los de Estados Unidos", dice el estudio. Desde la empresa de gestión del agua que se consume en Madrid calculan que los costes de añadir cloramina al agua pueden estar entre el 3% y el 10% del coste total del tratamiento.

Los sistemas que no usan desinfectante, dice Rosario Ortiz, "son más caros, pero al mismo tiempo la exposición a los subproductos de desinfectantes es limitada, no me parece que volver al uso de desinfectantes sólo por reducir costes sea una buena alternativa, al contrario, los sistemas de agua potable debería seguir centrándose en mejorar su rendimiento".
Pese a no ser imprescindible, queda claro que frente a un aumento de gastos para mejorar la infraestructura y el mantenimiento, el cloro sigue resultando más coste-efectivo.