La historia humana está plagada de guerras, atentados y asesinatos. Sin duda, todos estos hechos despiertan rechazo entre la mayor parte de la sociedad, pero de entre todos ellos hay unos que causan especial temor: los ataques con armas biológicas. A lo largo de los años, diversos estados han utilizado este tipo de armas o han acusado a otros de haberlas usado. Sin embargo, nunca ha sido fácil determinar la veracidad de dichas acusaciones. Ahora, un estudio ha realizado un análisis de todas las investigaciones que se han publicado sobre el tema, para determinar qué se sabe y qué se desconoce del mundo de la guerra biológica.

El estudio, publicado en la revista Health Care y llevado a cabo por Seth Caruss, investigador de la Universidad Nacional de Defensa de EEUU, realiza un recorrido por toda la literatura científica publicada hasta la fecha, revisa los principales ataques realizados con este tipo de armamento y señala cuáles ocurrieron realmente y cuáles solo fueron acusaciones falsas o no están convenientemente demostrados. Este investigador concluye que, si bien hay numerosos artículos que tratan de estudiar la historia de las armas biológicas (AB), "ningún estudio está completo e incluso algunos contienen inexactitudes graves".

La conclusión, según el estudio de Caruss, es que una gran parte de los incidentes registrados a lo largo de la historia son, cuando menos, dudosos. Una afirmación que comparte Milton Leitenberg, del Centro Internacional de Estudios Sobre Seguridad de EEUU. Este investigador, uno de los mayores expertos mundiales en armamento biológico, considera "excelente" el trabajo realizado por Caruss, y ha asegurado a EL ESPAÑOL que las dos principales afirmaciones que se pueden hacer sobre las AB son, que "su uso ha sido muy infrecuente, dado que se pueden contar con los dedos de una mano los incidentes producidos durante los últimos 2.000 años" y que, hoy por hoy, "nadie, que no sea un estado, es capaz de producir este tipo de armas".

Ningún estudio está completo e incluso algunos contienen inexactitudes graves

Una de las preguntas básicas y críticas es qué se puede considerar como una prueba fiable de que se ha realizado un ataque biológico. Resolver esta cuestión no es sencillo, hasta el punto de que algunos autores aseguran que nunca se ha podido verificar totalmente el uso de este tipo de armamento, por el hecho de que ningún gobierno ha admitido haber realizado ataques biológicos y que muchas de las pruebas son circunstanciales.

Como la admisión de culpa es poco probable, ya que, según el propio Caruss, "los gobiernos tienden a ocultar sus actividades", la principal respuesta está en complementar los estudios históricos con algunas ciencias emergentes. La medicina forense, por ejemplo, puede resultar útil para determinar el agente biológico causante de un brote relativamente reciente; los eventos pasados podrían resolverse aplicando técnicas de paleomicrobiología, que consisten en análisis de restos biológicos contenidos en huesos o capas de tierra de decenas de años de antiguedad. Sin embargo, ambas disciplinas siguen sin poder determinar si un brote fue natural o intencionado.

En su análisis, Caruss divide la historia del uso de las AB en tres etapas principales: la primera, antes de la teoría microbiana de la enfermedad, desarrollada en el siglo XIX; una segunda época que llega hasta la segunda guerra mundial, en 1945; y una última etapa que llega hasta el presente. Aunque otros autores consideran una cuarta etapa, la de la ingeniería genética, Caruss asegura que esta definición carece de utilidad hoy en día, "dados los pocos casos de AB en la era moderna y la ausencia total de incidentes que empleen técnicas de la biotecnología avanzada".

Antes de la era de los gérmenes

Resulta complejo y arriesgado atribuir ciertos brotes infecciosos a la guerra biológica antes de la aparición de la teoría microbiana de la enfermedad, que propone que los microorganismos -como virus o bacterias- son la causa de una amplia gama de enfermedades. Hasta esa época, explica Caruss, la causa de muchas enfermedades no estaba clara y "lo que hoy conocemos como enfermedades infecciosas causadas por patógenos a menudo se atribuían a productos químicos, a factores ambientales o incluso a causas sobrenaturales".

Aún con estas limitaciones, diversos estudios realizados sobre sociedades indígenas sugieren que es bastante probable que en las guerras prehistóricas ya se utilizaran toxinas, e incluso patógenos. También existen afirmaciones de que algunas sociedades antiguas propagaban deliberadamente enfermedades infecciosas pero, según asegura Caruss, "las pruebas son escasas y, en general, poco convincentes".

Bajas en la División 55 del Ejército británico en abril de 1918. IWM

Uno de los posibles ejemplos se pudo dar en el contexto de la Guerra del Peloponeso, que enfrentó a Atenas y Esparta. Recientemente, un equipo de investigadores griegos sugirió que la famosa Plaga de Atenas, que según los textos históricos mató a un tercio de la población y decantó la guerra en favor de Esparta, fue el resultado de la introducción deliberada de la bacteria Salmonella typhi, responsable de la fiebre tifoidea, en el suministro de agua.

Gracias a los análisis del ADN recuperado de los restos óseos encontrados en una fosa común de víctimas de la plaga, los investigadores demostraron la participación de esta bacteria en el brote. Sin embargo, estos casos siguen siendo difíciles de confirmar dado que no es posible establecer una relación causal entre el brote y la actividad de los espartanos en el suministro del agua.

La era de los microorganismos

Fue en el siglo XIX cuando se produjeron avances muy significativos en el entendimiento de la propagación de enfermedades, lo que se tradujo en un desarrollo de armamento biológico específico. La teoría microbiana de la enfermedad surgió gracias al trabajo en microbiología de Louis Pasteur y Robert Koch, y a los estudios epidemiológicos de John Snow. Pasteur y Koch demostraron que los microorganismos pueden causar enfermedades y que algunas de ellas se deben a la infección de microorganismos específicos. Snow, por su parte, demostró que era posible estudiar y entender los mecanismos de transmisión de una enfermedad incluso cuando su causa específica no había sido identificada.

La escalada en el armamento biológico que se produjo en esta época, aunque con poco impacto real sobre el terreno, tuvo un reflejo en los acuerdos y normas internacionales para la guerra. Ya a finales del siglo XIX varios países acordaron prohibir el uso de venenos o armas tóxicas destinadas a causar sufrimiento innecesario. Y tras la Primera Guerra Mundial, en 1925, se firmó el Protocolo de Ginebra, que prohibía el uso de armas bacteriológicas, aunque no impedía la producción ni la investigación de dichas armas.

Tropas japonesas en Shanghai en 1937. IWM

Durante este período fue fundamentalmente Alemania quien más investigó y trató de utilizar tanto armas químicas como biológicas. De hecho, realizó varios ataques confirmados durante la Primera Guerra Mundial, especialmente en suelo francés.

Ya en la Segunda Guerra Mundial, aunque varios países habían desarrollado AB, como Canadá, Francia, Alemania, Gran Bretaña, la Unión Soviética y los Estados Unidos, el único país que llega a utilizarlas es Japón. Según Caruss, "el uso de AB por parte de Japón constituye el mayor esfuerzo conocido en utilizar este tipo de armas durante una guerra".

La era moderna: 'una realidad aterradora'

A partir de entonces entramos en la era moderna, en la que se produjeron "los mayores avances en el ámbito de las AB", explica Leitenberg y "solo se produjeron algunas pequeñas mejoras a partir de 1980". Según Caruss, fueron los avances científicos y técnicos realizados por Estados Unidos y la Unión Soviética los que revolucionaron las AB y, aunque las bases de este trabajo se establecieron durante la década de 1940, no fue hasta a partir de 1960 cuando "el potencial teórico de estas armas se convirtió en una realidad aterradora".

Puede que sea por este potencial por el que ya no se hayan vuelto a registrar ataques biológicos en guerras entre estados. "A pesar de sus capacidades teóricas, o tal vez a causa de ellas", afirma Caruss, "ningún país ha vuelto a utilizar AB, al igual que ningún país ha empleado armas nucleares desde 1945". Puede que, debido a esto, esta época se destaque por el gran número de acusaciones falsas, motivo por el cual las historias sobre ataques biológicos son calificadas por Caruss como "problemáticas".

Soldados americanos vacunados contra ántrax en Kuwait en 1998. USArmy

Las dos acusaciones más famosas fueron realizadas en plena guerra fría. Por un lado el bloque comunista aseguró que Estados Unidos había empleado AB en la Guerra de Corea; por otro, el gobierno estadounidense acusó a los soviéticos de lanzar agentes biológicos en el sudeste asiático a finales de 1970, fenómeno conocido como la lluvia amarilla. Sin embargo, a la luz de la pruebas, "es prácticamente seguro que estos ataques nunca existieron", afirma Caruss.

Según los estudios analizados por Caruss, durante este período se han dado muy pocos casos y, ademas, es difícil obtener descripciones detalladas de los incidentes, debido a la clasificación de los documentos oficiales. "La documentación original casi nunca está disponible" y cuando lo está "rara vez cuenta toda la historia", afirma este investigador.

El apartheid y las armas biológicas

Sin embargo, existen unos pocos casos bien documentados de ataques con AB, entre los que destacan dos en África. Según el estudio de Caruss, está bastante aceptado que los sudafricanos emplearon agentes biológicos durante el período del apartheid, así como los militares de Rodesia, nombre por el que se conocía el actual Zimbabue, emplearon AB durante la guerra en la que la minoría blanca luchaba por mantener el control del país.

Aunque existen documentos oficiales que hablan de la propagación de la bacteria del cólera en al menos dos ocasiones en este país africano, los estudios destacan que es poco probable que estos ataques causaran daño alguno. Sin embargo, sí produjo daños el brote de ántrax que surgió en noviembre 1978 y que se extendió hasta octubre de 1980. De acuerdo con varias estimaciones basadas en datos oficiales de la época, unas 10.000 personas se vieron afectadas y 189 murieron, en lo que se considera el brote de ántrax más letal de la historia.

El estudio de Caruss no sólo señala las debilidades de las investigaciones anteriores o los hechos confirmados, sino que también muestra las nuevas vías de investigación que se deberían seguir para aclarar muchos de los eventos de los que aún no se tienen pruebas suficientes: desde el estudio de la utilización de venenos en sociedades primitivas o los intentos de utilizar agentes biológicos durante la guerra civil americana, hasta la relación de la Italia de Mussolini con las AB o la investigación del posible uso de este tipo de armas por parte de la CIA. Al fin y al cabo, conocer los eventos del pasado es la mejor manera de no repetirlos en el futuro.

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