Los topillos de la pradera son roedores simpáticos y dignos protagonistas de cualquier clásico de Disney. Les gusta estar con su pareja y criar juntos a sus hijos pero, a diferencia de lo que pasaría en los dibujos animados, algunos de estos bichos son más promiscuos que otros. Los dos caracteres conviven en la naturaleza sin aparentes problemas, algo que los biólogos llevaban años observando. 

Un estudio publicado en la última edición de Science arroja luz sobre este asunto y podría, además, tener implicaciones también en los humanos. La facilidad de alternar con otras hembras de los topillos más frescos está determinada por su cerebro y, en concreto, por mutaciones que afectan a genes específicos del órgano pensante. Así, la infidelidad de los topillos estaría en su ADN. 

El investigador de la Universidad de Texas Alejandro Berrío, uno de los autores del estudio, aclara a EL ESPAÑOL algunos conceptos previos sobre la monogamia, que tampoco se explican en las películas de Disney: "Es un comportamiento complejo que incluye el apego a una pareja, el cuidado biparental de los hijos, la elevada agresión a extraño, ser activo en la defensa de los suyos, la protección de pequeños rangos del hogar y el sexo habitual con la pareja, pero no necesariamente exclusivo". 

Sexo con la pareja, pero no exclusivo

Así, incluso los topillos de la praderas más convencionales podían echar una canita al aire de vez en cuando. Pero no son ellos los que nos ocupan, sino la variedad más infiel.

Detrás de esta investigación hay muchos años de estudio de estos roedores. "En trabajos anteriores vimos gran diversidad en la expresión del receptor de vasopresina [una hormona] en diferentes partes del cerebro de los topillos; algunas partes co-variaban entre sí, y otras no", explica el investigador, que añade que no fue esto lo que les llamó la atención, sino un hallazgo posterior: "En una inesperada parte del cerebro, en la corteza retrosplenial [asociada a la memoria], la cantidad de receptor de vasopresina predecía el número de descendientes fuera de la pareja". 

Así, los científicos llegaron a la hipótesis de que existía un elemento genético y sensible al ambiente que regulaban la expresión del receptor de vasopresina en esa parte del cerebro. "Esto significaría que existían diferencias genéticas adaptativas en un elemento regulador que explicaban porqué algunos topillos eran infieles", subraya Berrío. 

El gen de la fidelidad

Su trabajo fue más allá y se observó que existían unos cuantos alelos o variaciones genéticas que pueden predecir la fidelidad o la capacidad de recordar o reconocer a la pareja en los topillos monógamos. "También demostramos que los topillos con alelos fieles tienen muy baja aptitud biológica en el contexto de fertilizaciones fuera de la pareja", subraya. Es decir, si uno de estos protagonistas de película de Disney se quedara solo en el mundo o algo le alejara de su familia, los guionistas podrían respirar tranquilos: mantendría la fidelidad a su hembra y todos tan contentos. 

Resalta el investigador que es la primera vez que se observa que un polimorfismo de nucleótido simple, la variación genética identificada, predice "un tipo de estrategia en un comportamiento complejo". Este hallazgo se acompaña de la evidencia de que se trata de un "elemento regulador con efecto en la selección natural".  ¿Qué quiere decir esto? Simple: la naturaleza favorece que existan los dos tipos de cerebro y que se incremente por lo tanto la diversidad de los topillos de la pradera. 

Otro dato curioso vino del comportamiento de las hembras. Lejos de lo esperado por los guionistas de Disney, las parejas de los roedores infieles no se quedaban quietas; mientras estos estaban fuera, ellas tenían a su vez relaciones extramatrimoniales. El resultado, al volver a casa -dudamos de que cabizbajos- los topillos se encontraban criando hijos de otros machos. Aquellos a los que la genética había dibujado como fieles, sin embargo, se aseguraban de que todos sus cachorros eran sangre de su sangre. 

¿Traslado a humanos?

A la hora de responder a la pregunta que más puede interesar a nuestros lectores -si este efecto es reproducible en humanos- Berrío aclara que "es difícil recolectar información precisa sobre infidelidad" en nuestra especie, aunque "algunos estudios lo han intentado".

Sin embargo, el científico colombiano afincado en EEUU cree que "sí podrían existir similitudes en humanos". Lo considera así porque todos los mamíferos "comparten los mismos circuitos neuronales y corticales". Sin embargo, una diferencia fundamental con los topillos de la pradera podría poner en peligro esta hipótesis, y es que nosotros tiramos más de vista que de olfato, por lo que somos más capaces de recordar y tener memoria de nuestras parejas usando la visión. 

"Aún así, es posible que en humanos también exista el mismo mecanismo de recompensa en asociación con el receptor de vasopresina en el cerebro del infiel", comenta Berrío. 

La infidelidad. Istock

De hecho, un trabajo que cita y que se publicó en 2008 en la revistas PNAS reportó que la variación de una secuencia repetitiva está asociada al nivel de conflicto marital en humanos. Es decir, habría una variación genética ligada a la broncas entre parejas. 

La tesis del investigador es que podría haber otra mutación que nos hiciera controlar los recuerdos de nuestra pareja en el momento de ser infieles (es decir, evitar pensar que se trata de algo negativo) y que, de alguna forma, nuestro sistema cerebral nos recompensara por el sexo infiel. 

Eso sí, de momento la ciencia no ha respondido a esa pregunta. Y habría que ver si se encuentra voluntarios que se dejen analizar para hacerlo. 

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