El siglo XVIII presenció una mutación fundamental que marcaría el destino del mundo durante doscientos años. Influida por los valores de la Ilustración, se abrió camino la concepción de que la hegemonía de las naciones descansaría no sólo en su poderío militar y económico, sino también en su capacidad científica y tecnológica. Repentinamente, la ciencia se convirtió en cuestión de Estado, y los grandes viajes ya no tenían como único fin anexionar territorios lejanos, sino también aumentar el conocimiento sobre ellos, trazar exactas cartas de navegación y comprender mejor el mundo.

Este viraje estratégico tuvo frutos importantes: si en Inglaterra desembocó en la fundación de la Royal Society, presidida por Joseph Banks, y que había acompañado a Cook en sus viajes por el Pacífico, en Francia alguien como Lavoisier, el creador de la química moderna, se convertía en uno de los hombres más importantes del país.

España tuvo también su oportunidad, encarnada en un hombre, Alejandro Malaspina (nacido Alessandro en 1754 en Mulazzo, en la Italia controlada por España). Malaspina había desarrollado una brillante carrera en la marina española y realizó varios viajes a bordo de la fragata Astrea a Filipinas, en los que pergeñó el que habría de ser el gran proyecto de su vida.

Objetivo científico

Miembro de la Orden de Malta y con una profunda fe en los ideales ilustrados (fue investigado por la Inquisición en 1782 porque permanecía con el sombrero puesto durante los servicios religiosos a bordo), propuso y consiguió del rey Carlos IV, gracias a la mediación del ministro de Marina, Antonio Valdés, el permiso y el apoyo para la organización de una gran expedición. Ésta recorrería las posesiones españolas con un principal objetivo científico (la catalogación de toda la flora y fauna, mediciones astronómicas para trazar mapas exactos, determinar la forma de la Tierra mediante el método del péndulo simple, el perfeccionamiento de las técnicas de navegación, el conocimiento de los pueblos indígenas, etc.) junto a otro político (obtener una información de primera mano del estado del Imperio español, en un momento en el que el resto de naciones buscaba infiltrarse en América y Oceanía). La obsesión, nunca ocultada, de Malaspina, era detener el, para él evidente, declive de España como potencia mundial.

El comerciante y el agrícola poseen, mejoran y defienden. El conquistador pilla, destruye y para.

Finalmente, el 30 de julio de 1789, Malaspina partirá del puerto de Cádiz a bordo de la corbeta Descubierta, a la que acompañará otra, la Atrevida, al mando de su buen amigo José de Bustamante. El espíritu de la empresa era ya evidente en los mismos nombres de los barcos, un claro homenaje a los navíos Discovery y Resolution de Cook.

Durante seis años, la expedición Malaspina visitará los principales puertos de la América española, subirá al Norte hasta Alaska para verificar la existencia del mítico Paso del Noroeste (con resultados negativos) y, de paso, reforzar la presencia española en una zona en disputa en ese momento con Inglaterra. A continuación, recorrerá el archipiélago filipino, para luego, tras pasar por Nueva Zelanda y Australia, conocer las paradisíacas islas de Vavao y, volviendo otra vez a América vía El Callao y las Malvinas, regresar a España.

Recopilación de materiales

El resultado fueron más de sesenta cajones repletos de materiales, completos catálogos y una acumulación de observaciones y anotaciones que habrían contribuido al desarrollo científico si hubiéramos hablado de otro país. Malaspina tomó conciencia de que eran necesarias reformas para devolver el vigor a las marchitas posesiones españolas. Con una gran perspicacia, intuyó los problemas que ocasionarían la independencia de los territorios pocas décadas después, lo que pasaba por un cambio de modelo territorial y económico: "el comerciante y el agrícola poseen, mejoran y defienden. El conquistador pilla, destruye y para".

Todo en vano. A su vuelta se encuentra con un país en manos del pusilánime Carlos IV y el intrigante Godoy. Desesperado porque nadie hace caso a sus consejos, participa torpemente en un complot para derrocar al Príncipe de la Paz, pero es descubierto y condenado a prisión. En 1802 es liberado gracias a la presión, sobre todo, de Francia, y enviado al exilio en Italia, donde quien podría haber sido nuestro Cook murió olvidado en 1810. Pasaría casi un siglo hasta que se comenzara a publicar el material de su prodigioso viaje.