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El obispo de Zamora, el mayor negacionista de la otra gran pandemia mundial

17 septiembre, 2020 10:25

La pandemia del coronavirus supera ya los 935.000 muertos en todo el mundo. Aún es demasiado pronto para hacer balance final, a falta de vacuna o remedio contra la COVID. Sin embargo, si nos parece mareante la cifra de fallecidos, nada comparado con la masacre que provocó la otra gran pandemia mundial más cercana en el tiempo: la de la gripe española de 1918, que se extendió como la pólvora por todo el globo terráqueo causando entre 50 y 100 millones de muertos.

La pandemia fue causada por un brote del virus influenza A del subtipo H1N1, y a diferencia de otras epidemias de gripe que afectan principalmente a niños y ancianos, en este caso también sucumbieron jóvenes y adultos con buena salud, y animales como perros y gatos. Es, a día de hoy, la pandemia más devastadora de la historia de la humanidad, además con una elevadísima tasa de mortalidad infantil.

Curiosamente, se la conoce como gripe española porque la pandemia ocupó una mayor atención de la prensa en España, ya que nuestro país no tomaba partido en la Primera Guerra Mundial, por lo que no se censuró la información sobre la enfermedad. Sin embargo, el primer caso se sitúa en Estados Unidos, concretamente el 4 de marzo de 1918 en Camp Funston, uno de campamentos militares establecidos en Kansas tras el comienzo de la Primera Guerra Mundial. Ya en el otoño de 1917 se había producido una primera oleada heraldo en al menos catorce campamentos militares. Tradicionalmente se ha localizado al paciente cero en Estados Unidos, concretamente, en el Condado de Haskell, en abril de 1918, y en algún momento del verano de ese mismo año este virus sufrió una mutación que lo transformó en un agente infeccioso letal. De EEUU se extendió a Europa en los sangrientos frentes de guerra.

También por aquel entonces había negacionistas. El más famoso fue el obispo de Zamora, Antonio Álvaro y Ballano, que desafió la pandemia con misas y procesiones multitudinarias, a pesar de las prohibiciones con las que, igual que ahora, las autoridades trataban de contener los contagios: suspensión de las clases en los centros escolares; prohibición de aglomeraciones, y aislamientos o cuarentenas obligatorias. También medidas de higiene, como enjuagues y lavados de nariz, garganta y fauces con agua oxigenada, escupir en recipientes con líquidos desinfectantes y toser o estornudar sobre pañuelos, y no al aire. También se utilizaban mascarillas para cubrir las vías respiratorias.

La gripe española había llegado a la provincia en septiembre de 1918 a raíz de unas maniobras militares del Ejército en Zamora, que poco tardó en extenderse a civiles de la ciudad.

El 30 de septiembre, el obispo Álvaro y Ballano organizó una misa y novena en honor a San Roque, protector contra la peste. El prelado atribuía la pandemia al pecado, que trataba que expiar con esta rogativa. La celebración resultó un éxito y miles de personas acudieron al oficio. Sea esta la razón o no, lo cierto es que de los 200.000 fallecidos que se estima hubo en España, 13.300 lo fueron en la provincia de Zamora, que registró la tasa más elevada de mortalidad de todo el país. Eso sí, de peste no se registró ni un solo caso.