Paula Luengo, en el parque de La Marina de Zamora

Paula Luengo, en el parque de La Marina de Zamora

Zamora

El milagro de Paula, la niña zamorana que sobrevivió al trasplante de siete órganos con 12 años: "Sin donantes, no estaría viva"

También se sometió a una terapia experimental procedente de Estados Unidos y tuvo que volver a aprender a andar.

Más información: Héroes anónimos: 198 trasplantes de órganos en los hospitales públicos de Castilla y León

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Paula Luengo no habla mucho. Pero sí sonríe mucho. Es tímida, cuesta arrancarle más de dos frases. Pero no se confíen, porque detrás de esa delicadeza y aparente fragilidad se esconde una auténtica luchadora. En el metro y medio que apenas mide habita toda una titana con los más increíbles superpoderes.

Tiene que ser así, porque la pequeña Paula, a sus 15 años, ha superado dos cánceres, se ha sometido a un trasplante multivisceral de siete órganos y vive sin bazo ni uno de sus riñones. Y, pese a todo, ha logrado terminar un curso más de la ESO, juega con sus hermanos, Lucía y Álvaro, como cualquier otra adolescente y sueña con ser peluquera en Zamora.

Ella y su familia viven en la pequeña localidad de Moralina de Sayago. Donde saben de la fuerza de Paula, aunque a ella no le gusta nada presumir ni contarlo. Ya lo hacen su madre y su padre, que también han tenido lo suyo viendo durante más de una década más tiempo a su pequeña intubada, que jugando.

No lo cuentan por vanidad o por tener un titular. Lo cuentan para hacer entender a la gente la vital importancia de la donación de órganos. La familia de Paula no duda en subrayar el valor de la donación de órganos.

Porque, aunque España es líder mundial en trasplantes, recuerdan que "el trasplante infantil es un tema un poco más delicado, porque son niños".

Un tumor entre las venas

Paula nació en 2009. Todo parecía normal salvo por un ligero retraso de crecimiento que derivó en una cesárea. A los dos años, una revisión rutinaria detectó algo inusual. "Tenía muchos gases de pequeña", recuerda su madre, Anarbella Lastra.

Pero lo que parecía una molestia digestiva resultó ser un neuroblastoma pediátrico, un tumor agresivo que se extiende entre venas y órganos y que ataca a los menores de 15 años.

Cristina, su pediatra en Zamora actuó con rapidez. En cuestión de días, Paula fue derivada al Hospital de Salamanca y de allí, al Hospital La Fe de Valencia, uno de los centros de referencia para este tipo de cáncer infantil.

Afortunadamente, el tumor se detectó antes de que afectara a órganos vitales. Sin embargo, extirparlo fue un proceso extremadamente complejo. La cirugía provocó trombos en el hígado, el páncreas, el bazo y el intestino, y la pequeña acabó padeciendo diabetes. 

Durante los años siguientes, la familia vivió entre ingresos, sondas de alimentación, tratamientos endocrinos y controles digestivos. Cada complicación abría una puerta nueva a la incertidumbre y a no saber si Paula tendría una vida normal algún día.

"Mamá, he vomitado sangre"

Con 12 años, justo tras la pandemia, un nuevo episodio encendió todas las alarmas. "Estaba muy acelerada, vomitó un poco de sangre en casa y salimos corriendo al hospital", recuerda Anarbella.

Aquel vómito escondía un problema más grave: varices estomacales causadas por la hipertensión portal. Las venas del estómago, colapsadas, empezaban a sangrar peligrosamente en su interior.

Ingresaron a Paula en la UCI de Salamanca y, tras varias endoscopias para cauterizar las varices, fue trasladada de urgencia al Hospital de La Paz, en Madrid. Allí confirmaron que necesitaba un trasplante de hígado y páncreas.

Pero los cirujanos decidieron ir más allá. "Lo mejor para ella era un trasplante multivisceral. Le trasplantaron siete órganos: estómago, intestino delgado, colon, hígado, páncreas, duodeno y bazo", recuerda su madre. El objetivo era garantizar la integración de todo el sistema digestivo en su pequeño cuerpo.

Una operación maratoniana y una recuperación límite

La intervención, realizada en abril de 2021, duró quince horas. Fue una operación durísima: al retirar sus órganos, los médicos encontraron tejido adherido a las costillas, sangrados masivos y complicaciones que obligaron a Paula a recibir más sangre de la que pesaba. Al día siguiente, volvió al quirófano.

Pasó mes y medio en la UCI y volvió a ser operada por una fuga en el estómago. Estuvo a punto de perder la vida por una infección, y la reanimaron tras una segunda endoscopia.

Y por si no era suficiente, la pequeña había pasado tanto tiempo ingresada en la UCI que perdió la capacidad de caminar. Pero Paula es mucha Paula y aunque había perdido mucha masa muscular, "cuando veía a otros niños caminar por los pasillos, decía: 'yo también voy a caminar otra vez'", recuerda su madre.

Poco después del trasplante, Paula sufrió una mononucleosis que derivó en un nuevo tumor en su hígado recién trasplantado. El sistema inmunológico, deprimido por los inmunosupresores necesarios tras un trasplante, no podía luchar contra el virus.

También tuvo que pasar por una quimioterapia, que fue ineficaz y peligrosa para ella. Entonces, los médicos recurrieron a una opción desesperada: linfocitos de su padre. Pero también fracasaron porque su cuerpo los rechazaba.

Y llegó la opción más arriesgada: una terapia experimental procedente de Estados Unidos. Linfocitos diseñados para eliminar el virus sin dañar el órgano trasplantado. Fue la última esperanza. "Nos dijeron que iban a dejar de darle la pastilla del rechazo. Era algo que nunca se hace, pero funcionó", relata su padre José.

El 29 de diciembre, después de meses de lucha, Paula volvió a su casa en Sayago con una analítica perfecta. Había superado dos cánceres, una operación múltiple y una enfermedad vírica con un tratamiento experimental desde el otro lado del planeta.

Una vida normal, por fin

Paula con sus hermanos, Lucía y Álvaro, y sus padres, Anarbella y José, en el parque de La Marina

Paula con sus hermanos, Lucía y Álvaro, y sus padres, Anarbella y José, en el parque de La Marina

Hoy, Paula no toma medicación inmunosupresora. Es un caso prácticamente único. Sus órganos trasplantados han sido aceptados por su cuerpo como propios.

Va al instituto en Bermillo de Sayago, ha terminado otro curso de la ESO, juega con sus hermanos y sus amigas, y quiere pasar el verano entre fiestas de pueblo y chapuzones en la piscina.

Pero también tiene vistas al futuro. Le gusta la moda, las uñas y la estética, por eso quiere ser peluquera y trabajar en Zamora. Aunque con la fuerza y tesón demostrada, podría ser peluquera, astronauta o lo que ella quiera.

Eso sí, dentro de su timidez, quiere dejar claro que "hay que donar órganos, si no hubiera habido un donante, yo no estaría viva". Aquel gesto generoso lo cambió todo y no solo para ella. "Cuando a Paula la trasplantaron hicieron cuatro multiviscerales más", cuenta su madre. "Cada vez hay más donaciones infantiles", y eso, insisten, es lo que permite que historias como la de su hija puedan tener final feliz.

Un ejemplo que emociona

Durante los siete meses que duró la estancia en Madrid, la familia sayaguesa vivió allí gracias al apoyo de la asociación NUPA, que proporciona alojamiento a niños trasplantados intestinales y multiviscerales. "Nos dejaron un piso cuando Paula ya no podía convivir con otros niños por riesgo de infecciones. Fue nuestra salvación", remarca Anarbella. Tal es el vínculo con la asociación que una de sus colaboradoras, Noe, "ahora es como su tía".

"Cuando ves todo lo que ha pasado, parece mentira", dice Anarbella. Y es cierto. Paula ha superado cirugías imposibles, un tumor que no se podía tocar, virus peligrosos, sesiones de quimio sin éxito, un rechazo de linfocitos paternos y el vértigo de terapias experimentales. Todo ello en una edad en la que otros adolescentes solo se preocupan por los exámenes y los móviles.

Su historia es una oda a la ciencia, al sistema sanitario público, a la generosidad de los donantes anónimos y, sobre todo, a la resistencia humana. Porque hoy, Paula juega, estudia y sueña. Y eso ya es un milagro.