Monumentos, universidades, un río que desciende las aguas de las más altas cumbres hasta desembocar en el Duero, en su viaje hacia Portugal, y un pasado tan noble como la historia de una ciudad que ostentó el título de capital de la Corte hace ya más de 400 años. Además, Valladolid, la ciudad protagonista de un sinfín de rincones que cautivan el recuerdo de propios y foráneos, también es cuna de las más altas plumas del vasto mundo de las letras, con Miguel de Cervantes a la cabeza y acompañado, en su mesa redonda, de nombres como los de José Zorrilla o Miguel Delibes.

Como en toda gran e histórica ciudad, la céntrica capital castellana no huye de las leyendas y mitos, como aquel que ‘maldice’ a los estudiantes universitarios con no acabar sus estudios si osan contar los leones que guardan la Facultad de Derecho, en la Plaza de la Universidad.

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    Ventana de Felipe II

    Cuentan los recuerdos que el Palacio de Pimentel, sede de la Diputación Provincial de Valladolid y lugar en el que Isabel de Portugal dio a luz a Felipe II, alberga una de las más contemporáneas anécdotas, pese a anotar su fecha en un 21 de mayo del lejano año 1527. ‘El Prudente’, hijo de Carlos I, lo fue desde sus primeros instantes de vida, cuando, pese a la idea inicial de bautizar al futuro monarca en la parroquia de San Martín, a escasos minutos a pie del Palacio, primó el designio de sus progenitores de hacerlo en San Pablo.

    Hoy, cuelgan unas cadenas en la ventana del centro neurálgico de las decisiones políticas, culturales y de toda índole que repercuten sobre la provincia pero, entonces, como si de la más bucólicas de las escenas se tratase, Felipe II fue sacado, a hurtadillas, por esa ventana al no poder salir por la puerta principal de entrada a las regias dependencias.

    Más allá de lo rocambolesco, no fue un acto sin mayor relevancia ya que puso de manifiesto un enfrentamiento entre la Corona y la Iglesia, al no aceptar la primera un mandato eclesiástico por considerar San Martín como no apta para que su vástago fuera regado con el agua bendita.

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    Campo Grande

    “No hay Dios donde no hay justicia”, rezaba un fraile en a orillas del Pisuerga, cada mañana, apesadumbrado. Había sido testigo, tal y como José Zorrilla plasmó en negro sobre el blanco papel, de una historia de amor que trascendió de la vida, como todo buen romance que se precie. En la víspera de la boda de Ana Bustos y Tello Arcos de Aponte, el que en unas horas recibiría en el altar a Ana Bustos se topó con Juan de Vargas, quien, según él, había pactado con Ana una espera de un año para reencontrarse.

    Ambos enamorados se batieron en duelo en el Campo Grande, también conocido entonces, mediado el Siglo XVI, como Campo de la Verdad. Ante la inferioridad técnica de quien en unas horas contraería matrimonio, éste agudizó su ingenio para distraer la mirada de su rival, en el duelo y en el amor, y propinarle una estocada mortal.

    El fraile que vagaba cada mañana cerca de las márgenes del río, tiempo después de la afrenta, presenció un asesinato, también en Campo Grande. Al herido de muerte fue a auxiliarle el propio Tello Arcos quien, casualmente, por allí paseaba. Durante el posterior juicio se declaró culpable de ese asesinato, no así del primero, de Juan Vargas.

    El mantra tantas veces repetido por el clérigo llegó a su cénit cuando observó que surcaba las aguas del Pisuerga una balsa con el cadáver del Propio Tello Arcos y, bajo él, yacía Juan Vargas. Fue entonces, cuando los escalofríos recorren los cuerpos de los curiosos, cuando Tello Arcos se incorporó para decirle al fraile: “En duelo injusto los dos, a traición le asesiné; no preguntéis el porqué de la justicia de Dios”, justo antes de retomar su marcha, río abajo.

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    Puente Mayor

    La pasión irrefrenable que el amor impulsa a los cuerpos de todas las edades es, también, testigo y actor principal de otro cuento de Valladolid, que ha trascendido el boca a oreja en la ciudad. Tal y como pasaba con los protagonistas salidos de José Zorrilla, ahora son dos familias, la de Reoyo y la de Tovar, las que arrastran una lejana inquina.

    Flor, hija de un labrador que vivía en la margen opuesta al río que cruza el Puente Mayor, tenía robado el corazón de ambos protagonistas de rancio abolengo y, por ello, se batieron en duelo, espada en mano, cuando ambos se encaminaban hacia una cita con Flor. Tovar propina un golpe fatal a Reoyo, que le causa la muerte y, bajo la cerrada lluvia, se embarca hacia la otra orilla del río.

    En el trayecto, la embarcación sufre tales daños materiales que se ve abocada al inminente naufragio, cuando emerge, desde lo más profundo de las aguas, el demonio, a quien no duda en encomendarse. El ángel caído enlaza las dos orillas mediante un puente para que el joven de los Tovar alcance tierra firme y se encuentre con su amada quien, tras el pacto con el rey del inframundo, se halla muerta y tan sólo restan de ella las cenizas de su calcinado cuerpo.

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    Catedral de Nuestra Señora de la Asunción

    Comenzó su construcción en el año 1582, bajo el proyecto de Juan de Herrera, justo dos años antes de que finalizara la edificación del Monasterio de El Escorial, en Madrid. Este dato no es baladí puesto que el acervo popular vallisoletano atribuye a quien salió por la ventana de un palacio en el día de su bautizo la culpa de que la Catedral de Valladolid quedara inconclusa.

    El mito relata cómo el monarca depositó su confianza en el cántabro para acometer la construcción de El Escorial; y no sólo del arquitecto sino, también, de la partida presupuestaria.

    Si bien la leyenda se desmiente desde el momento en el que se observan las fechas, la falta de financiación sí que fue la culpable de que el gran proyecto de Herrera quedara inacabado, tras ser sufragado, desde sus inicios, por la concesión de la ‘cartilla de la doctrina cristiana’, en exclusiva, a la Catedral de Valladolid. Esta publicación servía para instruir a los más pequeños en la lectura de rezos y oraciones.

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    Sillón del diablo

    Es un lusitano quien protagoniza la última de las historias de esta pieza, Andrés de Proaza. Mediado el Siglo XVI, época prolija para los cuentos de ultratumba, este estudiante de Medicina de la primera Cátedra de Anatomía Humana de la Universidad de Valladolid.

    Los vecinos de la calle Esgueva alertaron a las autoridades de una serie de gritos y gemidos cuyo origen se encontraba en una vivienda cercana. Además, de las tuberías manaba una rojiza agua, sospechosa de haber sido tintada por sangre. Este cóctel se vio aderezado por la reciente desaparición de un infante, de unos nueve años. Las fuerzas de la autoridad se desplazaron a la vivienda que puso en alerta al vecindario, la de Andrés de Proaza.

    Tras su detención, confesó que, otra vez, con el diablo presente en la capital del Pisuerga, habían llegado a un acuerdo para experimentar con el joven imberbe a cambio de vastos conocimientos en la nigromancia. Proaza abrió en vida al niño para estudiar la anatomía humana en una silla en la que, la leyenda cuenta, al sentarse, uno fallece tres días después. La misma historia ofrece otra versión, que no es otra que la de obtener toda la sabiduría de la Humanidad. Un negocio, sin duda, arriesgado.

    Info Valladolid - Ayuntamiento de Valladolid