La caravana de la Real Cabaña de Carreteros en Burgos

La caravana de la Real Cabaña de Carreteros en Burgos Ricardo García_ ICAL

Burgos

La Real Cabaña de Carreteros: los proveedores de España

Era una vida muy dura que obligaba a los jornaleros a estar fuera de casa durante meses con sus carros tirados por bueyes

11 diciembre, 2022 07:00

“Junta y Hermandad de la Cabaña Real de Carreteros, Trajineros, Cabañiles y sus Derramas” era su nomenclatura completa y fue fundada por los Reyes Católicos en 1497 para organizar el transporte de bienes y abastecimientos en todo el reino, así como las exigencias de la propia corona. Un juez protector era el encargado de los aspectos legales a nivel nacional, y diferentes alcaldes de cabaña eran los responsables de cada área regional o local. La institución y sus miembros tenían algunos privilegios como la posibilidad de paso y pasto de ganados y maderas para el arreglo de carros, además de estar exenta de impuestos de portazgo y del servicio militar.

Los pueblos que componían la hermandad serrana eran Canicosa, Hontoria, Palacios, Quintanar, Regumiel y Vilviestre de la Sierra, en la provincia de Burgos; y Casarejos, Covaleda, Duruelo, Molinos, Navaleno, Salduero y San Leonardo de Yagüe en la de Soria; posteriormente se añadieron las derramas de Abejar, Cabrejas, Herreros y Villaverde del Monte. En otras montañas similares del Sistema Central, como la de Navarredonda de Gredos (Ávila) o la de Almodóvar del Pinar (Cuenca), existían otras distribuciones provinciales de la Cabaña Real de Carreteros que, inicialmente, se racionaban el territorio nacional, pero la hermandad soriano-burgalesa tomó la hegemonía.

Las carretas formaban convoyes de más de una treintena de vehículos, al frente de los cuales se situaba el mayoral seguido de carreteros, conductores, carpinteros, pasteros, gañanes y mozos de carga que laboraban todo el año, salvo en invierno, cuando dejaban bueyes y carros a cargo de mozos pasteros en las dehesas del Duero, Pisuerga, Benavente, o incluso en Extremadura.

Según el Catastro del Marqués de la Ensenada de 1753, la hermandad estaba compuesta por más de mil cien carreteros, sobre un total de dos mil vecinos, poseedores de más de ocho mil quinientas carretas de las que seis mil eran consideradas “de puerto a puerto”, es decir, capaces de ir de Santander a Sevilla con más de veintidós mil bueyes y vacas serranas negras.

Los viajes de los carreteros normalmente servían a la corona llevando tropas y vituallas, material para obras oficiales como El Escorial, monopolios como los de la sal de Poza, Añana o Imón, maderas y alquitranes de la Real Armada a los puertos del Cantábrico, sin olvidar el obligado abastecimiento a la Villa de Madrid. Entre los transportes privados destacaban el del negocio de ultramar con Sevilla, el de lana para la exportación, y, sobre todo, el de madera para muchos edificios, algunos de ellos singulares como la Catedral de Burgos o el Conjunto Palacial de la Villa de Lerma. Incluso después han llevado mercurio hasta Almadén o Sevilla para amalgamar el oro en las minas.

Sus privilegios, como los del Honrado Concejo de la Mesta, fueron en decadencia a mediados del s. XIX, pero fue principalmente la pérdida de poder de las ciudades castellanas de interior frente a las de la costa, y el transporte marítimo y ferroviario, los que liquidan la gran carretería serrana.

Magallanes y Elcano pasaron a la historia por su gran hazaña, pero sin el material de los pinos que entregó la Real Armada de Especiería de Burgos para la fabricación de sus barcos, ellos nunca hubieran zarpado. La Real Cabaña de Carreteros de Burgos y Soria siempre tuvo una relación histórica con las costas, a las que llevaron pez para calafatear los barcos, madera y mástiles de pino durante siglos. Hoy día, las diferentes acciones lúdicas que hace la hermandad están dirigidas a que el oficio no quede en el olvido, ya que la relación de Burgos con el mar no es muy conocida, pero en el Consulado del Mar de la capital se guardan muchos registros de seguros de barcos. El Consulado del Mar era una suerte de puerto en tierra desde donde se gestionaban las naves y las mercancías que se fletaban, como aceite de ballena, lana o sal.

La Armada Real Española gestionó durante casi cuatro siglos los bosques de las comarcas de Urbión y el Arlanza, aprovechando los materiales de estas zonas para fabricar barcos. Los carreteros llevaban el material para los navíos desde Castilla a las costas y traían desde allí otras mercancías.

Era una vida muy dura que obligaba a los jornaleros a estar fuera de casa durante meses con sus carros tirados por bueyes, animales que, por cierto, han sido uno de los objetivos de conservación, y un logro, ya que ha salvado la raza de vacas y bueyes serranos. Es cierto que hoy solo quedan unas pocas reses en la zona de Quintanar de la Sierra (Burgos), lo que supone una garantía de continuidad para la raza, aunque está muy lejos de los miles de ejemplares que debió haber en la zona según el Catastro de Ensenada, de mediados del s. XVIII. 

Una vez acabado el oficio, los carreteros se hicieron madereros, elaboraron sus suertes de pinos comunales, fabricaron trillos, gamellas o taburetes en invierno y serraron pinos para recorrer los pueblos castellanos en época primaveral. Bajando por el Arlanza, Lerma, la comarca del Cerrato, Astudillo, Valderas, Villalpando o Benavente, son localidades que todavía hoy celebran en el mes de junio ferias en torno a la madera.

Pero el carácter emprendedor de los carreteros los condujo al negocio de los camiones y, entre los años cincuenta y setenta del siglo pasado, se introdujeron en los macizos forestales de pino silvestre en Segovia, Cuenca y Guadalajara. Más tarde, diversificaron negocio hacia el pino insigne del País Vasco y el pino landas de Francia. De esta forma, la sierra pinariega soriano-burgalesa ejerce de nexo entre el macizo forestal más productor de Europa, el Arco Atlántico hispanofrancés, con el gran mercado maderero del Mediterráneo y Andalucía.

Actualmente, saliendo de la zona de pinares y encarando la estepa castellana, no es muy difícil encontrarse en el camino con alguno de los varios cientos de camiones que aún realizan el trasiego maderero que antaño hicieron día a día sus antepasados, quienes dieron efectivamente nombre a la vía común: la carretera.