Vicente Garrido, en 2004, junto al expresidente de la Junta. Juan Vicente Herrera, y en la otra imagen el riosecano siendo un joven. Cedidas
Vicente Garrido, el empresario ejemplar con 68 años cotizados: empezó vendiendo tubos y ahora le compra media Europa
El expresidente de Lingotes Especiales, única empresa de Valladolid que cotiza en bolsa, hace un repaso a su exitosa vida empresarial donde ha sido de todo y manda un mensaje de futuro: “Ahora todo es muy difícil. La política lo enreda todo”.
Más información: Lingotes Especiales tiene nueva presidenta: Teresa Garrido coge el testigo de su padre tras 39 años
A las 12 en punto, como un reloj suizo de la vieja escuela de la educación, aparece Vicente Garrido Capa (Medina de Rioseco, 1932) por la puerta de Frenos y Conjuntos, filial de Lingotes Especiales. Es un día frío, pero va abrigado.
Hoy ya no preside el grupo, “solo soy presidente de Frenos todavía”, matiza con una mezcla de humor y modestia. Todos los trabajadores que cruzan con él por el vestíbulo le saludan con complicidad. “Buenos días don Vicente, ¿qué tal está?”. Él asiente, y pregunta por la situación. “Pues ya sabe, vamos luchando”, le responde.
Fue teniente de alcalde en la Transición, primer presidente de la Confederación Empresarial, fundador de Iberaval, impulsor de la Feria de Muestras, presidente de la Cámara de Comercio, donde estuvo casi dos décadas,y hasta presidente de la Federación de Hípica y de los Amigos de la Catedral. Garrido lo ha sido casi todo y lo recuerda perfectamente.
Don Vicente, con 93 años, avanza despacio pero con firmeza y con la lucidez intacta. “La cabeza la tengo bastante bien", dice. “Puedo contar cosas de hace 80 años. Cuento anécdotas que mis amigos que ellos no recuerdan y creen que me las invento”. Y no exagera.
Habla con una memoria que asombra. Lleva 68 años cotizados, una cifra prácticamente irrepetible en España. Se dio de baja el pasado 1 de enero de 2025 después de que su primer día cotizado fuera el 1 de octubre de 1957. Casi nada.
Vicente Garrido posa en las instalaciones de Frenos y Conjuntos
Resume su secreto vital con una frase que podría grabarse en oro para todas las empresas: “Tener la confianza tranquila. Estar convencido de haber hecho lo que debía, sin molestar a nadie, y haber estado pegado siempre a mi familia”.
Ahora Teresa Garrido (Valladolid, 1961), la segunda de sus nueve hijos, es la que conduce la nave de Lingotes.
Su rutina, lejos de la imagen del gran empresario retirado, mantiene un ritmo sencillo. Se despierta sobre las ocho y media. Pasa por Colmenares, la calle donde están las oficinas de Lingotes, “tengo allí las bestias… unas te cabrean, otras son santos”, bromea.
Por la tarde se marcha al campo a ver las cosas de la zona, cómo van los sembrados, y cómo respira la tierra. Habla del clima como quien lleva toda la vida al aire libre: “Estos días duros de nuestro clima… aunque el cambio climático nos está beneficiando. No se puede decir, pero parece”.
Sin embargo, el hombre que exporta piezas a medio mundo sigue siendo, antes que nada, un hombre de familia y de tierra.
Y de familia sabe tanto como de industria: nueve hijos, 25 nietos, 13 bisnietos. “Somos 63 en la familia, fíjate”. Entre médicos, cantantes, voluntarias en el Chad, nietas en Austria o Australia, y reuniones multitudinarias donde nunca faltan las ausencias por obligaciones políticas, laborales o geográficas.
Le brillan los ojos cuando habla de ellos. “Siempre han sido mi objetivo principal”, repite varias veces.
De pronto la entrevista salta 85 años atrás. Recuerda un día con una precisión casi de cine. Él, con cinco años. Su padre, médico forense, había parado el coche junto a la carretera. “Yo me salí, no sé por qué… todavía me veo la mano abriendo la puerta. Caminé solo hacia Grijota, dos kilómetros. Iba tan tranquilo”.
Y recuerda también el sonido del coche de su padre, su silueta entre faros ingleses enormes apareciendo en lo alto de la cuesta. Tiene la memoria intacta.
En la Transición, durante su etapa como concejal Archivo Municipal
Estudió Ingeniería, trabajó en Alemania, en Barcelona, en Santander, en fábricas de fécula y fundiciones, vendió tubos y conducciones. Su primer trabajo, fuera de la trilla, fue curiosamente en una fundición. Una empresa de Santander que se llamaba Nueva Montaña Quijano, con 3.500 empleados, donde estuvo como jefe de departamento de la fábrica de tubos.
Hasta que un día, de casualidades, de amistades y de valentía, se juntaron las piezas del motor que pondría en marcha el proyecto de su vida. Era 1967.
Así nació Lingotes
“Montamos la fábrica sin tener un solo cliente. Sin estudio de mercado. Sin nada”, recuerda con una naturalidad que hoy sonaría suicida.
Un ingeniero amigo vio en Dinamarca una máquina capaz de revolucionar la fundición. Un compañero tenía experiencia en una fundición de motores para barcos, otro en una fábrica donde se hacían piezas para motores de Renault, y él, que había hecho tubos para conducciones de agua.
Plazuela con su nombre en la ciudad de Valladolid ICAL
Pero faltaba lo más importante, el dinero. Así que otros pusieron los billetes fiándose, literalmente, de su palabra. “Les dije: tenemos un equipo técnico de primera, la maquinaria más moderna del mundo y la materia prima más barata. Si no salimos adelante, somos unos matados”. Y salieron, vaya si salieron.
De producir 980 toneladas en 1969, a vender 90.000 toneladas en los años 2000. De una apuesta a ciegas, al parqué bursátil. De un taller atrevido, a ser la única empresa de Valladolid que cotiza en bolsa.
Sin prisa, sin gigantismos, sin esa obsesión moderna del “crecer por sobrevivir”. “Eso es una muerte segura. En cada tamaño hay que ser rentable”, sentencia con otra frase de esas que se podrían estudiar en las escuelas de Empresariales.
Cuando habla del éxito, nunca dice “yo”. Dice “nosotros”. Dice “el equipo”. “He procurado escuchar a todo el mundo, desde un banquero hasta un empleado”.
Esa filosofía la resume con una verdad: “Las cosas no son como tú quisieras que fueran. Son como son”.
Su liderazgo, más que autoritario o carismático, fue de dirección firme y oído abierto. “Soy un poco fuerte de temperamento, sí, pero hacía falta. Y no me dejo manejar”.
En todos los coches
Hoy las piezas de Lingotes están en coches que frenan en semáforos de Alemania, en cadenas de montaje francesas o británicas, en volantes de motor repartidos por Europa.
Hay historias que conmueven. Como la de dos alemanes que discuten en un semáforo sobre de dónde es cada uno y descubren que comparten origen industrial: Valladolid.
Y no ha dejado de innovar. Recientemente recibieron un premio por desarrollar un disco de freno que no desprende partículas, gracias a nanopartículas de niobio. “Eso es la leche”, dice con entusiasmo pese a su edad.
Ahora bien, es consciente de que el sector de la automoción mantiene muchas dudas y que hay que afrontar el futuro con incertidumbre.
Sus premios
Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo por parte del Ministerio, Medalla de Oro de la Orden de las Cámaras de España, Medalla de Oro de Ingeniería Química, Cecale de Oro, Insignia de Oro del Colegio de Agentes Comerciales, Empresario del Año 1990 y de Plata por la Facultad de Comercio.
Garrido atesora un montón de premios y de reconocimientos, incluso ser pregonero de su querida Semana Santa.
Un puñado de medallas, pero cada una con su momento. ¿Cuál valora más? “Ninguno más que otro. Cada uno en su momento. Y con las personas que había entonces”.
Siempre estuvo muy cerca de la política, pero nunca dentro. “La política no me gusta. Y además tengo las ideas muy fijas”. Por eso afirma que siempre ha sido “apolíticamente incorrecto”.
En 2006 cuando fue elegido presidente de la Cámara de Comercio ICAL
Ahora su diagnóstico es contundente. En la política actual hay demasiados papeles, demasiadas trabas, demasiados asesores “que no saben”.
Demasiados políticos que toman decisiones “con moqueta en los pies”. Cuando habla del emprendimiento actual es rotundo: “Es muy difícil. La política lo enreda todo”.
La entrevista transcurre sin mirar el reloj. Don Vicente, ¿qué le queda por hacer? “Poco, quizás morirme”, reconoce entre risas.
Cariño y familia
Pero sí algo de lo que no se cansa. De seguir recibiendo muestras de cariño, que le conmueven. En hospitales, en la calle, en misas, trabajadores que le paran para agradecerle “lo que ha hecho por la comunidad”. Personas que crecieron con su nombre de fondo. Mujeres, técnicos, enfermeras, vecinos.
Ese es su mayor legado y cuenta otra anécdota. “Cuando fui a hacerme una prueba médica y la enfermera vio mi nombre y dos apellidos, me dio las gracias porque su padre había trabajado conmigo”.
¿Y cómo quiere que le recuerden? “Que si me peleé con alguien fue porque había motivos. Que siempre quise ayudar. Que escuché. Que no me dejé manejar. Que dije lo que pensaba. Y que intenté hacerlo bien”.
La verdad de un hombre que empezó vendiendo tubos, que levantó una empresa que exporta a media Europa, pero, ante todo, un hombre familiar. Nos despedimos. “Espera, no te vayas, te voy a dar un recuerdo”.