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'Hecho un cesto, hecho ciento': cesteros, simbiosis de maestría y utilidad

25 febrero, 2019 15:45

Quién no recuerda cuando en cualquier rincón, plaza, toral o calle de nuestros pueblos se encontraba sentado en el suelo el cestero, aunque algunos tenían sus propios talleres en las zonas bajas de las casas o cuadras. Ese artesano rodeado de mimbres, tijeras y navajas que daba forma a un cesto o que, en mi tierra -Villarino de los Aires- por ejemplo, cubría y adornaba los garrafones de vidrio que conservaban el vino.

La utilización de fibras vegetales para la elaboración de útiles que hiciesen más cómodo el transporte de víveres se remonta a épocas antiquísimas y llegó hasta nosotros no hace muchos años. Para ello, el ser humano tomó como ejemplo la urdimbre o el trenzado para la fabricación de recipientes con fines de transporte y conservación de los frutos. La memoria nos traslada al acarreo de la vid en los 'esnales', a las aguaderas para llevar cántaras con leche, aceite o vino, a los cestos esterqueros donde se transportaba el estiércol de las cuadras y, así, un largo etcétera de cestas para frutos, comidas o colgados.

Al igual que los pájaros siguen requiriendo estas fibras naturales para la confección de sus nidos, los seres humanos no debemos olvidarnos de lo fundamental que ha sido esta actividad a lo largo de nuestra existencia.

El oficio de cestero

Los cestos de antaño

Un cestero es un tejedor que entrecruza las varas de mimbre, a modo de hilos, hasta componer una pieza compacta. Ha de conocer el oficio y el comportamiento de los materiales que emplea y ha de tener mucha habilidad para evitar las fracturas en la urdimbre de mimbres o cañas hasta conseguir la pieza y la simetría que para ella pretende.

El oficio de cestero no solía ser un trabajo de dedicación exclusiva debido a su sencillez. Por término general, estas personas se dedicaban a dicha actividad en sus ratos libres, siendo, casi siempre, agricultores y ganaderos con destreza especial para manejar el mimbre. Según el uso que al recipiente se le da se llama cesta, cesto, capazo, canasto, terrero o espuerta.

Por contra, el cestero de oficio solía trabajar en su casa, donde montaba el taller y el almacén, para guardar la materia prima y los objetos que iba creando. Aprovechaba para ello las plantas bajas de la casa. En algunas ocasiones, para evitar la competencia local, los cesteros también se dedicaban a la venta ambulante, llevando los objetos con ellos o creándolos por encargo en el lugar al que llegaban. Además, en épocas en las que escaseaba la demanda de sus mercancías, los cesteros complementaban su actividad con algún otro tipo de tareas, siendo Villoruela donde este oficio se hacía profesión.

Cesteros de Mondariz

El mimbre se obtiene de la mimbrera, una planta silvestre en las zonas de ribera, que se recolecta en septiembre u octubre, guardándose en un lugar seco hasta su utilización. Antes de usarlo se debe poner en agua para que se hidrate y recupere su flexibilidad posibilitando su manejo. Se utilizan las varas del mimbre en cestería porque se trata de un arbusto de ramas delgadas, largas y muy flexibles que las hacen idóneas para su manipulación. Una cesta se hace con unos 60 mimbres. Hoy en día, más que el mimbre, se suele utilizar lo que se conoce con el nombre de médula de mimbre, una especie de mimbre artificial que mantiene unas características uniformes.

Herramientas usadas por los cesteros

Un cestero de ahora

La herramienta más importante de los cesteros son sus propias manos. A parte de éstas, los únicos utensilios necesarios y suficientes son unas tijeras, un corquete, una navaja, un punzón y un abridor de varas. Las tijeras se usan para cortar las ramas y la navaja para empalmar los mimbres, afinarlos, hacer el remate, etc. El resto es creatividad e imaginación hecha realidad.

Actualmente el oficio de los artesanos cesteros está desapareciendo. En esta desaparición ha tenido mucho que ver la evolución del ser humano y los descubrimientos de nuevos materiales, como pueden ser los plásticos, que han servido para crear nuevos tipos de envases en los que transportar los diferentes productos de uso cotidiano. A todo ello se debe añadir el abandono del campo y todas las demás tareas agrícolas que llevaba pareja esta actividad, en las cuales ayudaban los utensilios realizados con el mimbre. Hoy en día la cestería responde más a un lujo que a una necesidad. Antes se hacían más cestas y garrafas como útiles del campo. Ahora se trabaja más para adornar.

Recuerdos de niñez

El carrilano -como gustan decir las gentes de La Ribera del Duero internacional en el Reino de León- aún recuerda cuando iba a la escuela y, allí junto, sentado en el suelo sobre un cojín de esparto, José 'Sabes' hilaba y trenzaba. Cortaba y giraba. Era el mismísimo arte de curtir la mimbre que, allá por los meses de otoño, se cortaba por las riveras del Zade, Corzo, Rebollar, Cabrones, Zarapallas, Esbedal, Vendemoro - el desague del regato de Trabanca en la sima de San Cristóbal, por donde se cruzaba el Tormes por su estrechez camino de Fermoselle- o en las riberas salvajes donde llamaban Valdosa -nombres que en su día tuvieron significado que se pierde en la memoria muda de los tiempos-.

Pedrín, un carnicero local, a lomos de la mula y los cestos esterqueros

Las caballerías cargaban con los cestos y los esnales y las anguarinas. Era el continuo tracatra de las herraduras calle arriba calle abajo. Sobre todo en tiempos de vendimia y recolección de aceituna y patatas. O cuando las calles quedaban perfumadas por ese vaho de estiércol cuando se mudaban las cuadras que compartían espacio con las viviendas locales, que llenaban los cestos esterqueros

Confeccionaba cestos y cestas. También esnales. Pero su arte primordial era forrar de mimbre garrafones de cristal para guardar el vino que mantenía fresco e impedía romperse el vidrio. Ese tinto, aunque menos blanco, cabezón que nunca se picaba y llenaba de buen humor las bodegas cuando las latas de sardina, el escabeche de tonel y, por si había más donde rascar, pelar un pernicón de cerdo. Tiempos aquellos, ay!