Castilla y León

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El tesoro del francés en Valdesangil

25 noviembre, 2018 11:40

La provincia de Salamanca está repleta de terrenos escarpados. El sur del territorio charro se distribuye entre laderas y pendientes, múltiples recovecos y escondrijos que pasan desapercibidos para aquellos que no conocen al detalle cada palmo del terreno. Este tipo de montes se asocian generalmente a relatos fantásticos donde dos palabras caminan por una senda indisociable: cueva y tesoro. En cada comarca salmantina existe una historia transmitida de generación en generación que habla de fascinantes joyas todavía por descubrir de las entrañas de la tierra. Es el caso del tesoro del francés en Valdesangil, una pedanía de Béjar.

Cuenta la leyenda que había una vez un general de Napoleón que, a base de saquear pueblos charros y apropiarse de gran parte del botín que aglutinaban, amasó tal fortuna que podía equipararse a cualquiera de los grandes nobles europeos. Concluida la guerra y expulsados los franceses de la Península Ibérica, el avaro general consiguió escapar refugiándose en la zona de Béjar, en lo que hoy es la pedanía de Valdesangil, con una nueva identidad. Así pasaba sus días, disfrutando de la riqueza acumulada durante la contienda bélica. Pero tanta opulencia desató las sospechas de sus vecinos, que, repletos de envidia, comenzaron a investigar sobre el pasado del acaudalado desconocido, descubriendo que se trataba de un general francés que se hacía pasar por heredero de una fortuna italiana.

El despiadado militar debió huir presto, buscando una salida por mar hacia Francia a través de Portugal. Sin embargo, tuvo que salir despavorido con lo puesto. Tal era la magnitud de la fortuna amasada, tan voluminosa, que la tenía escondida en los alrededores de Valdesangil, donde son muy características pequeñas cuevas y hosquedades. Pero, al haber tantas, ¿cómo recordar el escondrijo una vez que se calmaran los ánimos y pudiera regresar en un futuro para recuperar todo aquello que había rapiñado durante los años de la guerra? ¿Cómo determinar el punto exacto del monte? El general francés dejó entonces una marca fácilmente identificable por él, así que clavó en la tierra su espada, dejando sólo a la vista la empuñadura justo a la entrada de la cueva.

Un día, uno de los pastores que solían deambular por tan agrestes parajes, recibió un cercano destello. ¿Qué podía ser aquello que reflejaba la luz del sol? Decidió acercarse hasta el lugar y encontró la empuñadura de la espada. Ajeno a su verdadero significado y obnubilado por la detallada ornamentación, la desenvainó de las entrañas del monte para llevársela a su casa como trofeo. Tan cerca tuvo el tesoro del general francés... y tan lejos estaba su entendimiento para ni siquiera atisbar una ínfima porción del secreto.

Pasaron los años y el general francés regresó a Valdesangil. A pesar de todo, la fortuna le había sonreído en su país y disponía de algunos ahorros. El tiempo no había sido tan agraciado con él, de ahí que muchos vecinos de la zona se extrañaran de la presencia del forastero, pero no llegaran a identificarlo con el avaro militar huido antaño. Dicharachero de camino a la cueva, se vanagloriaba y hacía cuentas de los proyectos a poner en marcha, como la lechera de la fábula. Pero, al llegar al monte, la marca que dejó ya no estaba. ¿Qué había sido de la espada? ¿A dónde fue a parar? Desesperado, recorrió el paraje de norte a sur, este a oeste, arriba y abajo. Día y noche, sin descanso, raudo, sin apenas aliento. Buscó y buscó, pero sin éxito alguno. ¿Por qué el destino había querido jugar con él?, pensaba el militar. Convencido de su fracaso, exhausto por la infructuosa búsqueda, decidió regresar a su país con la miel en los labios de quien tuvo todo y se quedó en la nada.

Según cuentan los más viejos del lugar, el tesoro del general francés todavía está escondido en una de las cuevas de Valdesangil esperando a que alguien lo encuentre. Muchos han intentado hallarlo, pero nadie ha tenido éxito. Desde hace décadas geólogos realizan diversas investigaciones científicas sobre el terreno. Quién sabe, tal vez reciban un premio con el que no contaban.

Sierra de Béjar