Un escenario de película

Un escenario de película

Opinión

Un escenario de película

Parte de la magia del cine es hacer que las cosas sean lo que no son.

Gema Pérez Herrera
Profesora de historia contemporánea en la Universidad de Valladolid y crítico de cine
Publicada

Todos sabemos que Hollywood es el lugar donde se fabrican los sueños, pero hubo un tiempo, no muy lejano, en el que sus creadores se afanaban por buscar los mejores lugares donde poder soñarlos. Es verdad que parte de la naturaleza del cine son el artificio y la ilusión, y que por eso muchos de sus mejores sueños se construyeron en estudios y a base de cartón piedra, aunque ahora se prefieran las técnicas de CGI- imágenes generadas por ordenador-, y la Inteligencia Artificial también vaya ganando posiciones. Pero quien haya visto ‘Gladiator 2’ estas navidades coincidirá conmigo en que, puestos a construir, la Roma de los emperadores parecía más Roma en los escenarios blancos de 'Quo Vadis’, recreados en los estudios italianos de Cinecittá, que en la nueva película de Riddley Scott, donde la irrealidad de un videojuego nos acompaña en cada cambio de escenario.

Parte de la magia del cine es hacer que las cosas sean lo que no son. Hacer, por ejemplo, que los campos de Castilla que recorrió Machado sean Siberia, y que desde Siberia puedas ver, si estás atento, el Moncayo, que era lo que le enseñaba Omar Sharif a Geraldine Chaplin en Doctor Zhivago (1963): «Tonya, mira, los Urales». Allí, en Soria, Zhivago lo perdió todo, menos el amor a su patria. También un día, no muy lejano, los bárbaros germanos que derrocaron al Imperio romano fueron de Valsaín, pequeña localidad segoviana, y sus pinares fueron un hervidero de legiones armadas y de hordas que peinaban pelucas largas. Algunas de las consecuencias más notables de La caída del Imperio romano, la que dirigió Anthony Mann en 1964 y no la del Flavio Rómulo Augusto en el 476, fueron que Alec Guiness se enamoró de Segovia, que James Mason se compró allí una casa, y que Sofía Loren fue nombrada alcaldesa del Mesón de Cándido. Las consecuencias de la caída del otro Imperio serían demasiado largas de contar. 

Quien haya visitado el cañón del río Lobos sabe que también nosotros podemos pasear por el Far West sin necesidad de viajar a Colorado, y que si escuchamos bien podremos oír los silbidos de algún cowboy errante o sentir la amenaza de los apaches al vadear el río, cercados por paredes de roca y nidos de buitres. A pocos kilómetros de allí la sombra de Clint Eastwood sigue proyectándose cada atardecer, en una escondida hondonada entre Contreras y Santo Domingo de Silos. Una silueta de acero marca el lugar en el que el bueno se enfrentó al feo y al malo, mientras cinco mil cruces, que no cobijan a ningún muerto, asisten silenciosas al duelo que propició Sergio Leone en algún lugar perdido del salvaje oeste.

La buena ficción es una mentira que nos habla de la verdad, de esas verdades que nos hace mejores seres humanos, con independencia de que lo que estemos viendo en realidad sea el cielo de Soria, los pinos de Segovia o el valle del Arlanza. Por eso aceptamos el pacto, y por eso Castilla y León ha sido, y sigue siendo, un magnífico plató a cielo abierto, en el que las campiñas de Azorín, «llanas, rasas, yermas y polvorientas», pueden convertirse en Cimmeria, la patria de Conan el bárbaro, en el Reino de los Cielos o en el laberinto del Fauno.

Hay lugares donde se sueña mejor, cada uno tenemos los nuestros. «Un escenario de película» es el lema con el que la Comunidad autónoma de Castilla y León se ha presentado este año en Fitur, feria por excelencia del turismo internacional, y es que mucha de la magia del cine se ha hecho con pedacitos de esta tierra. Y afortunadamente sigue haciéndose, aún hay rebeldes que creen que lo natural es mucho más bello que lo que inventan las máquinas. Que sólo en el año pasado 329 rodajes hayan tenido lugar en estos parajes le haría decir a Humphrey Bogart que estamos hechos «del material con que se forjan los sueños».

Pero Castilla y León no es solo un lugar donde recrear otros mundos, si algo tiene esta tierra son historias, así como muchos protagonistas de la Historia que se ha escrito con mayúsculas. Y también de ellos se ha ocupado el cine, principalmente el nuestro, y en algunas ocasiones el de Hollywood. En el imaginario colectivo de las últimas generaciones el Cid siempre se parecerá a Charlton Heston y doña Jimena arrastrará el lánguido aire italiano de la Loren. Anthony Mann rodó en España una de las películas más icónicas de nuestra historia y algunas de sus escenas se grabaron en las auténticas tierras por las que lloró el Cid en su destierro. Isabel la Católica tendrá durante mucho tiempo los ojos de Michelle Jenner gracias a la serie de Javier Olivares, y nos recordará, con la belleza de muchos paisajes castellanos, que algunas de las pequeñas carreteras que hoy transitamos fueron un día sendas reales y peligrosas. El trayecto entre el Burgo de Osma y Valladolid puede ser aún más emocionante de lo que ya es si consideramos que, cerca de algún lugar de los que recorre la N-122, una pedrada casi acaba con Fernando, heredero de Aragón y futuro consorte de Isabel. Estremece pensar que en esa sencilla carretera algo estuvo a punto de cambiar nuestra historia. Juana la Loca no nos hubiese podido enseñar que los franceses mienten cuando dicen que «solo se muere de amor en el cine», y quizás tampoco Cristobal Colón hubiese conquistado el paraíso en 1492, con el rostro de Gérard Depardieu y la música de Vangelis. Tenemos una historia de película y aún nos queda mucho que contar.

Uno de nuestros mejores cineastas nacionales dice que el cine le da una vida de repuesto. José Luis Garci, que también ha visitado con frecuencia estas tierras y que incluso las ha escogido para rodar alguna de sus películas, sabe mucho de toda esa verdad que se encuentra en la ficción. Recordar este año que somos un escenario de cine puede ayudarnos a mirar con ojos nuevos todo el legado que hemos recibido, desde nuestros variados paisajes naturales hasta todos esos posos que la historia y la cultura nos han dejado. Y desde luego también puede animarnos a revisitar el buen cine, a descubrir esas grandes mentiras que nos hacen pensar en la verdad, para tener siempre a mando un buen arsenal de vidas de repuesto.