Cuando hablamos de la educación de nuestros hijos, muchas veces escuchas el comentario: “estaría bien que vinieran con un manual”. Efectivamente, educar a los hijos no es una tarea fácil, es quizás la tarea más compleja que tenemos que abordar y las formas de entenderla y como desarrollarla son tan variadas como perspectivas de padres y madres pueden existir. En gran medida porque también nosotros hemos forjado nuestra forma de enfocar la educación de nuestros hijos a partir de la que hemos recibido nosotros, y de los factores ambientales y sociales que han ido conformando nuestra propia personalidad.

Por supuesto, que la parte más importante de lo que nuestros hijos tienen que aprender en cuanto a los conceptos morales y valores se refiere, se lo tenemos que transmitir los padres.

Informe PISA sobre la educación

La política educativa es la otra pata que tiene un papel fundamental en la educación de nuestros hijos. He hablado en mis artículos en numerosas ocasiones de los malos resultados que el informe PISA, (el que evalúa a nivel internacional la calidad de la educación en nuestro país), y que en los últimos años ha empeorado nuestra posición, colocándonos en clara desventaja con respecto a otros países. También es cierto que esta mala posición es fruto del reparto de competencias respecto a nuestro sistema educativo entre diecisiete políticas educativas, una por cada Comunidad Autónoma.

Este reparto, lo único que provoca en España es un debilitamiento enorme de nuestra educación como país, esto tiene fuertes implicaciones, en cuanto la educación es el futuro de nuestra sociedad. Está claro que solo si hacemos todo lo posible por tener un sistema educativo fuerte nos garantizaremos una sociedad mejor.

Internet y las redes sociales

La otra pata de la educación la constituye en este momento el acceso que nuestros hijos tienen a las redes sociales. Un área lleno de peligros inescrutables en el que entran todo tipo de niños y niñas, y a través del cual descubren mundos que de manera presencial no conocerían.

La realidad es que no sabemos muy bien que sucede cuando acceden a este nivel de relaciones, que además a través de internet abre también un mundo que por supuesto es positivo cuando se trata del conocimiento sin más, pero muy negativo cuando lo que te encuentras es todo aquello que esta fuera de las edades apropiadas.

Sinceramente me preocupa profundamente todo lo que sucede de manera virtual sin ningún control por parte de las autoridades públicas. A veces nos ponemos muy exquisitos para que un menor no pueda ver una película que no está catalogada para su edad, y no sabemos si está accediendo a una información mucho más perjudicial para su desarrollo a través de internet o de las redes sociales.

Centros escolares

El último eslabón de la educación lo representan a los colegios, acerca de los cuales quiero señalar que creo que poco a poco han ido perdiendo el sentido del trato personalizado y la adecuación de sus decisiones a lo que cada niño individualmente necesita. Me comentaba mi amiga Sonia esta semana, que su hijo de 14 años no iba a poder ir a la excursión de fin de curso, porque el centro escolar en el que estudia ha establecido un sistema de puntos para decidir que niños pueden ir a la misma.

Me relataba que resulta que a lo largo del año los profesores van dando a cada niño una puntuación que señalan en una tarjeta, y que al llegar esta última semana en la que se tomaba la decisión de quienes podían ir a la excursión, su hijo Álvaro había quedado fuera. No podía acudir a la excusión y curiosamente era el único de su clase que había quedado excluido.

Le parecía tan absurdo el resultado y la exclusión, que decidió hablar con la tutora y con la jefa de estudios, a quienes previamente les escribió un correo electrónico alertándoles de su preocupación: “dejar a mi hijo como el único niño de su clase que no puede ir a la excursión, me parece una estigmatización de mi hijo, fundamentalmente porque es lo suficientemente normal como para poder ir a esta excursión”. Ninguna de las personas que podían tomar una decisión que valorara las circunstancias en las que esto acontecía estaba dispuesta a variar el sentido de lo que habían decidido. Mi amiga mantuvo una reunión en la que apeló al valor humano de esta decisión.

Cualquiera de nosotros a los 14 años ha soñado con ir a la excursión de fin de curso, disfrutar con tus compañeros de clase de un tiempo de ocio. Un tiempo en el que se aprenden muchas cosas de la vida y de los valores que compartes con personas con las que llevas conviviendo varios cursos.

Soy capaz de entender todo el valor que aporta ir a la excursión, y no soy capaz de entender el valor que tiene dejar a un niño excluido de una actividad como esta, a través de un sistema de puntos. Me recuerda al resultado que puede ofrecer la inteligencia artificial en la que lógicamente no está incluida la empatía humana. Por ese motivo, los procesos de inteligencia artificial necesitan siempre la presencia de la visión humana para no arrojar resultados absurdos.

Sinceramente marcar a un niño alejándolo de una actividad de ocio cuando su comportamiento es normal me parece una mala praxis, con un efecto desmotivador para el niño al que le afecta esta decisión. Recibiendo además una información muy negativa acerca de como funcionan los adultos y trasladándole un mensaje distorsionador de lo que supone la educación.

Los centros escolares tienen que ser capaces de procurar una formación integral a los niños, entendiendo que además de las asignaturas que tienen que aprender, forman parte de un grupo social que es su clase, al que pertenecen y en el que pueden crecer como personas, sintiéndose integrados en el mismo, siendo parte activa de las actividades que se desarrollan, sin quedar excluidos gratuitamente de una actividad que para todos los que hemos pasado por ella es un momento muy esperado, como es la excursión de fin de curso cuando tienes 14 años.

En definitiva, también los centros escolares están cada vez más anonimizados y alejados de la realidad de los niños, situándose en un nivel que nos conduce hacia una sociedad impersonal, en la que el individuo cada vez tiene menos peso.