Fue la noche de septiembre, 20, y casi sin compromiso, se apagaron las farolas y se encendieron los brillos. Una famosa pareja, creyendo que éramos párvulos nos dieron sin importarnos una lección de abrigo.

Felipe González y Alfonso Guerra iban a hablar del libro de este último, 'La rosa y las espinas', pero, en contra de lo que hubiera querido Umbral, no se dijo nada de su libro sino de lo que estaba en la mente de todos los que abarrotábamos el salón principal del Ateneo de Madrid. Y es que la expectación era otra: ¿qué está pasando con las promesas de Sánchez sobre la posible amnistía a los condenados o acusados por los delitos derivados de sus ansias independentistas?

Tanto Felipe como Guerra fueron contundentes “la amnistía sería la humillación de la transición y la condena de la democracia”. Y, claro, Felipe concretó que estaba de acuerdo con los juristas que la ven inviable. Por todos, Pedro Cruz Villalón, catedrático emérito de Derecho Constitucional y expresidente del Tribunal Constitucional lo dice hoy en El País: “las actuales Cortes Generales carecen de legitimidad para promulgar una amnistía política. A espaldas del pueblo”.

Felipe ya me lo dijo en una entrevista que le hice para Sábado Gráfico en 1974, recién elegido líder del PSOE y con Franco vivo, refiriéndose a las entonces llamadas “nacionalidades”, que según él estaban produciendo numerosas tensiones “creo que por muy legítimas que sean las aspiraciones de muchos, no pueden olvidarse quinientos años de la historia de España”. Lo que diez años después ya en democracia ratificó en Ciudad Rodrigo Juan Carlos I en su visita oficial diciendo que “las autonomías no se han creado para establecer nuevas fronteras en España”.

O sea, nada nuevo, y como diría Siri Hustvedt, son “Recuerdos del futuro”. Pero estos jóvenes líderes, que además pierden elecciones, como recordó Felipe, quieren “descubrir el Mediterráneo”, produciendo un daño irreparable, no sólo al partido socialista, sino a España rememorando aquellos versos de Antonio Machado de que “Una de las dos Españas ha de helarte el corazón”.

Además, la llamada de Felipe y Guerra fue clara y enérgica: revelarse ante una medida injusta e ilegal y, todo hay que decirlo, oportunista y contraria a lo que viene pregonando el PSOE y todo por conseguir unos escaños necesarios para una investidura. Sin esta necesidad el problema no existiría, de ahí la evidencia de su oportunismo.

Y no quise enamorarme, porque me engañó con sus falsas palabras al hacerme una promesa y resultar que era infiel y desleal.