A veces, los movimientos cotidianos, aquellos que hacemos a diario de una manera totalmente rutinaria, despiertan en nosotros un interés especial y nos sirven como estímulo de reflexión. Hace falta modificar levemente la razón o la causa de ese acto para aparecer ante nosotros como un hecho digno de ser tenido en cuenta de una manera especial.

Por motivos personales, he tenido que pasarme unas cuantas mañanas "paseando" la ciudad para hacer una serie de gestiones entre lo público y lo privado. La benignidad de las temperaturas, las dimensiones de la ciudad, perfectamente manejable, y ese afán machacón de superar los 10.000 pasos en busca de un cardio saludable, me ha permitido hacerlo todo utilizando aquel viejo dicho: "un ratito a pie y otro caminando".  En todos esos trayectos he tenido que hacer múltiples y cívicas esperas en los pasos de cebra, muchos de ellos cruzados en anteriores ocasiones. Pero ahora, como decía anteriormente, han despertado en mí un especial interés y me han permitido detenerme en ellos centrando mi atención, más que en el pronto deseo de que el muñequito se pusiera verde, en las distintas actitudes de la gente que se enfrentaba a un hecho cotidiano y simple: cruzar un paso de peatones.

Y es que también, en las esperas se detecta el ser de cada persona. Párense a observar un día cualquiera a los peatones en esta tarea de cruzar una calle y comprobarán que no  solo no hay un comportamiento único (esperar y cruzar cuando manda el muñequito), sino que hay diversidad de maneras de afrontar este rutinario hecho.

Unos con las prisas que no les dejan centrarse más que en ver cómo consiguen no detener su marcha y giran su cabeza una y otra vez a ambos lados de la carretera para alimentar su ajetreada vida. Otros, en la misma situación que los anteriores, libres de estrés y premura, son trasgresores de la norma y no soportan verse atados por un diminuto personaje que está inmóvil frente a ellos, vestido de rojo, impidiéndoles el paso. Entre este importante grupo de "acelerados”, hay también los que son cumplidores de la norma, que no buscan subterfugios para su personal beneficio y permanecen a la espera de que se les permita hacer las cosas bien, aunque en la espera estén inquietos, moviendo continuamente los pies, dando vueltas en su cabeza a la necesidad de que el tiempo transcurra rápidamente para que el hombrecillo de verde les dé el permiso necesario.

Los hay pausados, tranquilos, en actitud sumisa que aceptan la obligatoriedad del cumplimiento de la norma y se van acercando tranquilos al borde de la carretera de manera resignada.

La manera que todos tienen de afrontar esta situación denota también cómo son en la vida cotidiana.

La mayoría hace su alto en el camino a la espera del permiso requerido, pero siempre destaca el listillo que por conocimiento, costumbre o afán de sobresalir, inicia el primero la marcha para cruzar el paso de cebra porque ha percibido que el semáforo ya estaba en rojo para los coches, aunque el pequeño muñeco verde no haya hecho acto de presencia todavía.

En esta ocupación que me ha "entretenido" el tiempo estos días, también he podido observar a estas personas que se encontraban frente a mí unos minutos en actitud de espera, descubriendo, no solo respuestas, sino también miradas. He visto miradas de preocupación, miradas ausentes, cansadas, tristes y alegres. He percibido el reflejo de vidas que, en su incipiente vida, se comen el futuro a sorbos. Otras, que, en su espera para continuar su camino, van inclinando su figura por el peso de un ayer que se siente más cumplido que el futuro que se espera.  Vidas que se cruzan entre los dos lados de la carretera, y que reflejan la existencia. Los inquietos, los inconformistas, los listos, los trasgresores, los pacíficos, los obedientes. Y en este ejercicio de observación mi atención se iba deteniendo en todos y cada uno de los "opuestos" y mi pensamiento hacía un alto en el camino en todos ellos y se preguntaba ¿en qué estarán pensando?  Esto me surgía porque veía en su rostro la existencia en su interior de mentes preocupadas, ausentes, ocupadas en lo inmediato, incluso, vacías, como que nada se "cociera" en su interior.

Ha sido un ejercicio de percepción de un habitual comportamiento de los ciudadanos que refleja la realidad humana.