Decimos los castellanos que basta con dar la palabra para haber asumido un compromiso, que no son necesarios papeles que avalen lo dicho y expresado con la palabra.

El valor de tu palabra debería ser siempre el que anunciara o respaldara tus hechos. La palabra acredita coherencia, autenticidad cuando se corresponde con las acciones que desarrollamos.

Quizás el máximo exponente de vinculación entre lo que se dice y lo que se hace lo tendríamos que visualizar en la esfera publica ya que es de dominio de todos. Todos accedemos al conocimiento de lo pronunciado en este ámbito por razones obvias. Los anuncios y compromisos de los responsables políticos se expresan mediante la palabra, que posteriormente se debería de convertir en acciones que favorecen a los ciudadanos.

La palabra

La palabra

Esclavos de las palabras

El problema es que demasiadas veces se dice una cosa para captar el interés y el voto de los ciudadanos y después se hace otra muy distinta.

Esto genera una importante crisis de credibilidad en lo público. Muchas veces los ciudadanos ya no creen en lo que escuchan porque han vivido demasiadas situaciones en las que se ha hecho lo contrario de lo que se anunció.

Deberíamos cuidar mucho más las palabras que pronunciamos porque te conviertes en su esclavo y muchas veces todos decimos cosas innecesarias, pero en el ámbito público adquieren una dimensión muy superior porque los compromisos alcanzan a cientos de miles de personas.

Debate electoral

Andamos estos días con la eterna digresión que se repite en todas las campañas, acerca de mantener un debate entre los principales candidatos en las elecciones generales del 23 J. Sánchez de repente solo quiere debatir con Feijóo, cuando en las elecciones de 2019 quería debatir con todos los candidatos a la Presidencia del Gobierno. Feijóo quiere debatir con Sánchez y con Yolanda Díaz.

Tiene mucho más interés Sánchez que Feijóo en debatir. Siempre el que sabe que va perdiendo en los pronósticos de las votaciones está más interesado en debatir. En realidad, quien más tiene que perder en un debate es quien va mejor posicionado.

Esto no debería de ser así siempre, ya que si un debate se plantea de manera honesta y seria debería de beneficiar a quien mejor uso de la palabra haga para acreditar y convencer de la veracidad de sus compromisos.

Representación teatral

El problema es que en un debate se prepara más todo lo que concierne a la apariencia que al contenido: el traje que se deben poner, como se deben peinar, como colocarse, como mover las manos, como entonar la voz.

De hecho, el lenguaje corporal pesó mucho más en nuestra percepción que las palabras que se pronuncian y el sentido de las mismas. No es tan fácil comunicar en la era de la imagen en la que vivimos. ¿No les ha pasado muchas veces que recuerdas la ropa y la imagen de alguien a quien has visto en televisión y no te acuerdas de que estaba hablando? Esto es así, y yo lo he experimentado en muchas ocasiones, me habían visto pero no recordaban de qué estaba hablando.

El debate lo ganara por tanto quien mejor director de escena tenga y haya cuidado más los detalles y haya ensayado mejor los movimientos del candidato a la Presidencia del Gobierno.

Todo ello por supuesto sin quitarle mérito a la palabra. Me viene a la cabeza el magnífico libro de Mariano Sigman titulado “El poder de las palabras” y a través de él me doy cuenta de que las palabras mandan más sobre nosotros que sobre los demás, tienen toda la fuerza para construir lo que eres y en lo que crees, es tu dialogo mental el que te hace vivir de una manera determinada.

Escenarios de teatro

Estamos viendo demasiados escenarios en estos días, ya de verano, que se convierten en sketchs de la campaña electoral: platós de televisión en los que el entrevistador es Sánchez y los entrevistados sus ministros, con público preparado para aplaudir todo.

Playas improvisadas en Madrid, para presentar propuestas electorales, en un país con playas de verdad por sus tres costados.

No me gusta la idea de que los compromisos con los ciudadanos, que los adquieren los responsables políticos se hayan convertido en una suerte de acción teatral, en la que los guionistas, los coreógrafos, los estilistas sean quienes definen el contenido de cada escena, más encaminada a desarrollar una representación teatral que un compromiso sincero de mejora de la sociedad, de garantía de un mayor bienestar y progreso.

Hay demasiados efectos especiales en las campañas electorales y cada vez menos autenticidad. No se corresponde lo que se dice, con lo que se hace y mucho menos con lo que los Partidos recogen en sus idearios de pensamiento.

Quizás la Política en algún momento tenga que implosionar para resetearse y volver a comenzar para ser realmente a lo que esta llamada: el arte de hacer posible lo imposible, sirviendo exclusivamente a los ciudadanos y que LA PALABRA en sentido puro y limpio sea la que acredite el compromiso, sin adornos, sin escenarios, sin ambages, sin guiones. LA PALABRA en el sentido de Castilla: “vale más mi palabra que cientos de papeles juntos”.