El Memorial de Auschwitz subraya que “el Holocausto no empezó en las cámaras de gas”. El Memorial anima a que cuando contemplemos este campo de exterminio, tengamos presente que Auschwitz es “el final de un proceso”: el colofón a un proceso mucho más laborioso, que venía gestándose desde tiempo atrás. Es decir, el odio no surgió de forma espontánea y azarosa. El odio se fue labrando a través de estereotipos, prejuicios, señalamientos, falsedades… Hasta conseguir la deshumanización de la víctima. Y conseguida la deshumanización, claro, luego ya es mucho más fácil dar el salto a cualquier tipo de violencia física.  

Los regímenes totalitarios de todo signo y condición, como las bandas terroristas de cualquier naturaleza, saben bien lo prioritario que les resulta deshumanizar. Y esa enseñanza, que nos la ha brindado la historia en multitud de ocasiones, es algo que desde luego conoce el régimen de Putin. Precisamente, hoy vengo a hablarles de un libro que aborda esa sanguinaria tiranía. Se presentó la semana pasada en la sede madrileña del Parlamento Europeo. Cuenta con el prólogo de Maite Pagazaurtundúa; en él escribimos distintos autores, tratando de ocuparnos cada cual de una de esas milongas que ha manejado el putinismo; y lleva por título La guerra desinformativa de Putin: desmintiendo las falacias sobre la invasión de Ucrania (Tirant).

Antes de febrero de 2022, antes de que se llenaran de cadáveres las calles de Bucha o Irpín, también había existido “un proceso”. Una vez más, las acciones fueron precedidas de palabras. Palabras que falsifican en aras de un preclaro propósito. Esas palabras forman parte de un engranaje propagandístico que es, en sí mismo, maquinaria bélica. Palabras que configuran armamento. Palabras que implican detonación.

Y si siempre es higiénico desmontar la mentira, en el caso que nos ocupa existe una particularidad que vuelve más urgente ese propósito. Es habitual encontrar dictaduras con sus respectivos cómplices: esa gente que distingue, ay, entre dictadores buenos (los suyos, los que ideológicamente les resultan afines) y dictadores malos (los que ideológicamente les son ajenos). Lo asombroso es que el régimen de Putin aglutina a su alrededor lo peor de cada casa. La autocracia rusa encuentra palmeros a un lado y otro del espectro ideológico. Por eso sus embustes han tenido tantos y tan variopintos  colaboracionistas. Esto viene de largo.

Putin no era un ser beatífico que de la noche a la mañana se convirtió en un invasor y desencadenó una guerra. No. Putin es el que era, y sus múltiples propagandistas vienen mostrándole complicidad desde hace mucho tiempo. Tras la invasión de Ucrania, algunos han tratado de disimular su cercanía, pero esos escorzos enmascaradores no harán olvidar obviedades previas: desde los Salvini de tuno, portando camisetas laudatorias hacia Putin, hasta los correspondientes Evo Morales, felicitando a Putin de forma elogiosa. Sirvan esos nombres concretos a modo de sinédoque (la parte por el todo), para apuntar hacia esos conglomerados extremistas que están próximos a uno u otro.

Esos (in)MoralesSalvini encuentran, también en España, sus notorios amigos. Una vez más, tan enfrentados cuando les parece, y tan coordinados cuando les conviene. Esos distintos y parejos populismos, enarbolando un racarraca u otro, han encontrado en Putin su referente de cabecera, y contribuyen a propagar la abyección putinista. Aunque buscan sacar su particular tajada,  entretanto, como fase previa, aspiran a un logro compartido: polarizar las sociedades, erosionar las instituciones y minar la democracia liberal.

Quizá usted que ahora lee estas líneas recuerde ese clásico poema de “Los justos”. En él Borges aborda ciertas formas de encarar el mundo, que encierran algo de meritorio. Actitudes de la vida cotidiana o profesional, que podrían resultar insignificantes, que podrían pasar inadvertidas, pero que sin embargo proyectan una discreta heroicidad: “Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire./ El que agradece que en la tierra haya música./ El que descubre con placer una etimología./ (…) El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada./ Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto./ El que acaricia a un animal dormido./ (…) Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo”.

Entre esos “justos” a los que se refería Borges, estoy seguro de que aún cabe encontrar a muchas personas. Y en relación al tema tratado en esta columna, entre los “justos” ubico a los editores del libro reseñado: José Antonio Muñiz-Velázquez, Pedro Rivas Nieto y Fernando Delage. Personas que desde su vertiente académica decidieron poner en marcha este proyecto… para intentar combatir la ignominia. Desde su parcela, con discreción, sin aspavientos, esos editores hicieron lo que era de justicia hacer. Esas personas, que se conocen, están ayudando a un mejor mundo.