Autismo, puzles y galletas

En este espacio os contaremos nuestra vida. La mía, que aporto la firma. La de Ana, mamá, que pone el corazón, la fuerza, la esperanza y el amor. Y la de nuestros hijo, del que nunca usaremos su nombre ni colgaremos imágenes. Os contaremos penas y alegrías. Los malos tragos y todo aquello que, creemos, puede servir de ayuda para superarlos y, por supuesto, las alegrías, que también las hay, y muchas.

Foto: Sharon Dominick

Autismo: ¡sí, se puede!

¡Sí, se puede! Se puede ser feliz (con)viviendo con el autismo. ¡Sí, se puede! Se puede integrar a las personas con TEA. Más allá de la intensidad del autismo: ¡sí, se puede! Y no lo decimos porque es lo que hay que decir un 2 de abril, Día Mundial de la Concienciación del Autismo. No, lo decimos porque es verdad, porque se puede, porque lo vivimos de forma habitual y, precisamente la pasada semana, lo hemos experimentado de forma muy particular en nuestras propias carnes. Eso sí, para conseguirlo hemos necesitados de una condición muy concreta.

Nuestro hijo asiste a un aula TEA dentro de un colegio ordinario. Cada vez pasa más tiempo en el aula de referencia, plenamente integrado con sus compañeros 'normales', al mismo ritmo, con las mismas tareas y obligaciones, pero lo que vivimos durante el Festival de la Primavera fue un premio para todos. Él, que el año pasado fue incapaz de seguir la coreografía con el resto del grupo, se convirtió en protagonista indiscutible.

Luces fuera, foco directo a su cara y ahí, micro de plástico en mano, camiseta de tirantes y bigote estilo Freddy Mercury, el mejor solo de la música infantil de todos los tiempos.

Nuestro hijo se convirtió por un momento en el centro de atención del festival de un colegio normal, lleno de niños neurotípicos. Y también en símbolo de lo que se puede conseguir y en un buen ejemplo de lo necesario para conseguirlo.

Desde casa, sobre todo Ana, trabajamos mucho con él -terapia en entornos naturales, logopedas, musicoterapia...-, pero nada de eso sirve si 'el otro lado' no pone de su parte. Es decir, a nosotros nos llevará años agradecer a la profesora del aula de referencia y a la PT y a la integradora del aula TEA el trabajazo que hacen con él cada día, su dedicación, su entusiasmo, su entrega, su cariño, su esfuerzo, sus desvelos.

Sin ellas es imposible, pero con ellas podemos alcanzar la luna. Una lección evidente, pero que en muchos otros casos no lo es tanto. Colegios que ignoran a sus alumnos más especiales, profesores que prefieren no implicarse, no complicarse, que no tratan de integrar a los niños con TEA con el resto de sus compañeros, padres que discriminan al diferente y un largo etcétera que otros padres nos relatan cada dos por tres.

Es tan evidente que el único camino para la integración pasa por la empatía que resulta increíble que haya que repetir este mensaje. Por suerte ¡sí, se puede!

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