El padre de un adolescente con autismo nos contaba hace poco el 'problema' más reciente de su vida. Los últimos análisis de sangre no habían dado los mejores resultados y el médico había ordenado ejercicio físico para el chico con efecto inmediato. El running está de moda, pero a su hijo lo de salir a correr le hizo entre poca gracia y ninguna. Así que cada vez que el padre intentaba forzarle a trotar si quiera por la calle las protestas y los gritos del muchacho llegaban a oídos de la policía, día sí, día también, gracias a la llamada de algún vecino preocupado y bienintencionado.

"Es que es autista". Esas cuatro palabras son mágicas. En el mismo momento en que las pronuncias la cara de la persona que te mira -habitualmente enfadada- cambia hacia una expresión que mezcla compasión, pena y, quizás, incluso hasta algo de comprensión. Por desgracia, poco a poco, te acostumbras a esos gestos, miradas y actitudes. Es lo que hay. Tampoco puedes vivir luchando contra todos todos los días.

Hay, sin embargo, algo a lo que cualquier padre/madre de un niño con autismo se resiste, nos resistimos, con todas las fuerzas disponibles. Nuestros hijos no son unos malcriados ni nosotros unos padres que les permitamos todo y por ello se comporten como se comportan. Nuestros hijos, por azares del destino, padecen un trastorno, concretamente Trastorno del Espectro Autista y este, como tantos otros, no se cura.

Quizás por eso, visibilizar el día a día de un pequeño con TEA pueda ayudar a que el resto de la humanidad, al menos, nos mire con cierta condescendencia y no con pena, con respeto y no con lástima y, en el caso de todas esas madres, con admiración. Para muestra de lo que hacen en su día a día, este hilo en Twitter de @LadyCrocs repleto de experiencias, sabiduría, resignación y toneladas de amor.