Idolocracia e idiocracia
Recientemente, como suele ser habitual cada cierto intervalo de tiempo, la RAE ha incorporado nuevos términos, que por mor de su extendido uso cotidiano se han ganado el derecho de formar parte del rico acerbo de nuestra lengua castellana, a la que por cierto se quiere marginar perimetralmente en España de forma totalmente sectaria mediante decreto ley.
Entre estos nuevos términos acuñados por la RAE podemos encontrar algunos bastantes acordes y definitorios del panorama actual en el que nos encontramos: izquierdizar, enfeudamiento, partitocracia, movilizador, prebendarismo, derechoso…
Con el mismo propósito actualizador y normalizador de la RAE de elevar a oficial lo que es común a nivel de calle, habría que preguntarse si también tendría sentido incorporar a este rico acerbo dos palabros más, entre otros muchos posibles candidatos, que reflejen ciertos movimientos y comportamientos exacerbados de la condición humana. Estos podrían ser tales como “idolocracia” e “idiocracia”.
La idolocracia podría aplicarse a la insoportable levedad y necesidad de la estupidez humana de aupar a la cúspide mitológica-mediática a personajes y líderes cuya ejemplaridad y aportación, bien al progreso de la humanidad o al enriquecimiento del ser humano, han sido muy escasos o cuestionables.
Un ejemplo muy reciente de idolocracia lo tenemos en los acontecimientos y repercusión mediática acaecida tras el fallecimiento repentino de un famoso exjugador de fútbol, cuya aportación, más allá de sus innegables aptitudes deportivas, deja mucho que desear como referente en otros aspectos de la vida.
Este tipo de tratamiento contrasta enormemente con el que se les dispensa a acontecimientos más importantes y trascendentes para la sociedad. Sirva como ejemplo que el mismo día que nos vemos inundados por la noticia del exfutbolista, una breve reseña en un medio extranjero sobre el gran avance experimentado en los estudios sobre análisis de sangre para la detección temprana del cáncer pasa casi totalmente desapercibida por estos lares.
La educación, los medios y todos en general deberíamos volcarnos en resaltar y rendir un gran tributo a personajes singulares de nuestra historia, de contrastada valía, que han contribuido con sus esfuerzos y logros a la mejora y desarrollo de la humanidad. Simplemente ciñéndonos al último siglo podemos destacar a un gran número de personas en un amplio espectro de actividades: Tim Berners-Lee, Mariano Barbacid, Valentin Fuster, Jane Goodall, Peter Higgs, Manuel Patarroyo, Norman Foster…
Vivimos inmersos en una sociedad donde la superficialidad informativa y el arrastre interesado de las masas se ha expandido exponencialmente en gran parte por el abuso y uso de las redes sociales, así como por el creciente poder propagandístico y manipulador de medios fuertemente respaldados por intereses mercantilistas y/o políticos.
Da la impresión de que se ha instalado en la sociedad una especie de llamémosle idiocracia, equivalente a la palabra “idiocracy” existente en inglés, pero no así su traducción directa al castellano cuando se trata de reflejar no la simple actuación individual de una persona, sino la de un grupo o colectivo.
La idiocracia vendría a ser pues una sociedad dominada por una estupidez generalizada de la que es difícil escapar y donde prima la colectividad del pensamiento teledirigido, más allá del imprescindible desarrollo formativo personal y del ejercicio del espíritu crítico que sirva para superar el riesgo permanente de sometimiento a los dictados interesados del sistema o simplemente del gobierno de turno.
Hay que hacer notar que no estamos ante algo nuevo, aunque sí en aparente crecimiento exponencial a tenor de lo que estamos observando en nuestro entorno, y sobre todo considerado un tema tabú en el tratamiento que se le puede dar dadas las implicaciones perjudiciales para el establishment.
Sobre este tema, Carlo Maria Cipolla, historiador económico italiano, exploró el controvertido tema de la estupidez formulando su “Teoría de la Estupidez” de la que se pueden extraer leyes que perfectamente encajan en nuestra realidad cotidiana.
Los conceptos apuntados anteriormente y conformados en forma de palabras pueden llegar a constituir conjuntamente una tormenta perfecta muy dañina para una sociedad que aspira siempre, como el individuo, a disfrutar y ejercer la libertad.
No es de extrañar, y así nos lo demuestra la historia, que las sociedades que se han visto arrastradas en determinadas circunstancias por líderes, ídolos, caudillos y quimeras, y en ausencia de un mínimo espíritu crítico, tanto individual como colectivo, han sucumbido tristemente frente a totalitarismos y conflictos civiles.
Evitemos y luchemos pues para que ejercitando plenamente la democracia, como mal menor y soporte algo endeble de la libertad, esta no sea subvertida por el gran poder que puede llegar a desplegar la idolocracia e idiocracia juntas.