¿Y para qué todo este descalabro?

.

Ofrezco disculpas por la ignorancia que me abriga, la confusión y la falta de entendimiento. Hoy, cuando pretendemos regresar a la normalidad de nuestras vidas, como si nada estuviera sucediendo, estamos abocados a repetir lo mismo de ayer sin entender que el auténtico problema para hoy y mañana somos nosotros mismos.

Nuestra convivencia, los intereses particulares y el apresuramiento para todo, han convertido al mundo en un caos que se llenó de incertidumbre ante la presencia y difusión escalofriante del nuevo virus. Lo peor de todo es que ha quedado en evidencia que nuestra raza, tan poderosa y altiva, terminó reducida por el pánico de una molécula en cuestión de días, pero igual sigue dando muestras de su inalterable disparidad y soberbia.

De un momento a otro, cuando empezó la “tragedia” (que para muchos no lo es y es allí donde está el gran problema), poco o nada importó el número de infectados y mucho menos muertos en un planeta superpoblado, mientras no hayan sido los nuestros allegados más próximos. Lo peor de todo es que las primeras informaciones apuntaban a los adultos mayores como las víctimas “preferida” del virus, alivianando la tensión inicial para los más jóvenes o quienes todavía no llegan a esta franja. De ahí en más, así digan lo contrario, es poco o nada lo que nos importa todo este descalabro porque realmente lo que nos infecta y destruye es la indolencia y la falta absoluta de solidaridad.

El popular virus, que tanto hemos mencionado recientemente y que a diario llena titulares de prensa, nos asustó en un comienzo, pero poco a poco le hemos perdido el temor y ya estamos “listos” para enfrentarlo así no exista todavía la vacuna para erradicarlo. Quedamos acorralados por la necesidad del dinero y el deseo de ganarle al tedio que produce la inactividad, por encima de la cordura y el sacrificio.

Después de este encierro obligado en el que nos metieron nuestros gobernantes y del bombardeo incesante de noticias y más noticias que generan desasosiego y nerviosismo, aparte de la suspensión del trabajo y todas las actividades sociales, resulta que ahora debemos regresar al antes sin una idea clara de lo que pueda suceder mañana y de paso haciendo oídos sordos hoy al llamado de los expertos quienes auguran que vamos, como siempre, con mucho afán y nuevos desastres se avecinan.

Los médicos aseguran que es apresurado intentar reabrir todas las actividades laborales y sociales por temor a un rebrote, pero qué más da si al final lo único evidente es que tenemos que aprender a convivir con el indeseable inquilino tarde o temprano, pues seguimos sin nada para combatirlo. Es cierto que debemos implementar medidas para evitarlo (el popular distanciamiento social), pero si no obedecimos cuando estábamos atemorizados mucho menos ahora que nos encontramos saturados y urgidos por las obligaciones. Además, para ser precisos, nos piden distancia y espacios por metros, cuando las calles, los comercios y las avenidas del mundo se mueven por escasos milímetros entre los transeúntes.

Ahora, cuando mucho menos entendemos el porqué del encierro al que fuimos sometidos, el virus deja no solo millares de muertos y millones de infectados (y los que faltan), sino a un grupo inmenso de desempleados, de pobres más pobres, de empresas quebradas o al borde del abismo y muy pocas opciones para socializar o compartir con amigos.

El mundo nos cambió de buenas a primeras y sin darnos cuentas estamos llamados a alterar nuestras costumbres, pero eso no va a pasar. La radiografía de esta situación refleja que como sociedades estamos mal, somos frágiles y poco nos importa lo que suceda más allá de la puerta de nuestro hogar.

Es claro que poco a poco estamos saliendo del recogimiento, tal vez un tanto temerosos pero confiados en que nada nos pasará (ojalá y así sea), mientras el mundo seguirá su marcha con o sin cambios aplicados, pero con el virus ese rondando por ahí sin cómo detenerlo y algunas pocas opciones para reducir el contagio. La verdad es que lo último depende de todos y cada uno de nosotros y es ahí, repito, donde está el verdadero problema pues más fácil se juntan “doce micos para una fotografía” que nosotros en aceptar y cumplir un plan común.