Octavio Gómez Milián, profesor y escritor

Octavio Gómez Milián, profesor y escritor E.E.

Opinión

Gadafi en octubre

Octavio Gómez Milián, profesor y escritor
Zaragoza
Publicada

Los muñecos del Gobierno se agotan, tres días después del aniversario de la masacre del 7 de octubre y con el inmundo guiño de la televisión pública a los terroristas de Hamás, lo de la flotilla se difumina entre freaks de la queja, aspirantes a influencers y demás apandadores de la moral, sumidos en una perpetua queja desde el mullido colchón del sentimiento de culpa occidental.

¿Todo fue a base de moscosos o había teletrabajo? No lo sé, me tomo con humor que el ejército español tuviera que acudir a proteger a los piratas de las canoas y el cuscús (lo de corsarios es una denominación legítima, las banderas de países inexistentes abundaban entre las chalupas), además de políticos del sumidero independentista que tienen cautivo al Presidente (pero parece feliz, almorzado y rodeado de presuntos).

Nota: presunción, estado que, en caso de no ser este un país fallido y el nuestro un dirigente denostado, llevaría a la dimisión inmediata.

Entre esos acólitos del odio a España y el amor por Palestina encontramos a dos etarras, José Javier Oses Carrasco e Itziar Moreno Martínez. Sí, etarras. No luchadores por la república pancatalanista, no izquierda radical, profunda y folklórica, no devotos sureños soñadores de un Al-Ándalus idílico (el Sáhara para Marruecos, con los fosfatos incluidos), no: ETARRAS.

¿Eso hace de la flotilla, de su misión, de su marmita ideológica algo malo? NO. Vuelvo a las mayúsculas porque me parecen necesarias.

Espero haber captado tu atención, querido lector. ¿Sabe lo que es malo? Malo es que Juan Carlos Iglesia "Gadafi" esté a punto de conseguir el tercer grado. Que duerma donde y cuando quiera, que si tiene que estar en prisión sea poco y casi pudiendo ver la tele de su casa desde la celda. Esa escoria va a recibir un ápice de luz en esta vida porque el Gobierno Vasco lo ha propuesto. Qué malos los vascos, Octavio.

No, qué siniestros los personajes que están tras estas maniobras, que buscan las rendijas para ofrecer a sus monstruos una golosina para que se la lleven a la boca con sus manos ensangrentadas. Porque la sangre de los niños no se va nunca y, mucho menos, cuando no existe arrepentimiento.

Que este demente salga a la calle, que reciba cualquier prebenda, que sea tratado con la más mínima exquisitez vuelve a demostrar que la enfermedad que impregnó las aceras del norte se ha extendido hasta Madrid y, por el camino, recibe el aplauso. Porque la pantomima de la Vuelta ciclista -ha pasado un mes, quién lo diría-, el cierre en Madrid, toda la exaltación en San Mamés, todo aquello, está unido de manera espiritual a esta inconsciencia colectiva.

Puedo soportar el buenismo, los campamentos de la desnudez adolescente, los recibimientos cuánticos a los excarcelados (porque, al parecer, existen y no existen a la vez). Pero que el gobierno de mi país no haga lo imposible para que un elemento así no permanezca alejado de la sociedad, que el gobierno del señor Padrales siga en su lasciva campaña de amnistía encubierta y que, además, no lo hagan por un deseo de paz y restitución, solo por una necesidad aritmética, eso sí que me asquea.

Batallitas de salón, manifestaciones con aplaudidores a diestra y siniestra, deseo de notoriedad, todo lo acepto, incluso que mis sindicatos, los de educación, hagan su huelga de un par de horas, pero yo, que no había cumplido los diez el día de la Casa Cuartel, que había visto a Bunbury en Lanuza la noche antes de los asesinatos en Biescas, que nací el mismo año que el hijo mayor que Manuel Giménez Abad, yo sigo, sin callar, sin reblar.

Esa es la historia, mi historia, la de todos los españoles.