José Juan Arceiz. E. E.
En las últimas décadas, hemos sido testigos de avances sin precedentes en Inteligencia Artificial (IA), automatización, Internet de las cosas (IoT) e impresión 3D, entre otros. Estas tecnologías han revolucionado la forma en que producimos, distribuimos y comercializamos bienes y servicios. Han optimizado procesos, reducido costos y mejorado la calidad de los productos, permitiendo a las empresas adaptarse con mayor rapidez a las exigencias del mercado global. Y por supuesto también han incidido en las relaciones humanas y laborales.
Sin embargo, con estas oportunidades también surgen desafíos. La adaptación a estas nuevas tecnologías requiere inversiones significativas en infraestructura y capacitación del talento humano. La automatización ha generado preocupaciones sobre el impacto en el empleo, lo que nos lleva a reflexionar sobre la importancia de la educación y la reconfiguración de habilidades en la fuerza laboral.
Es fundamental que gobiernos, empresas, sindicatos y centros educativos trabajemos juntos para garantizar una transición tecnológica equitativa y sostenible. Debemos fomentar la investigación y el desarrollo, apoyar a las pequeñas y medianas empresas en su digitalización y establecer políticas que incentiven la innovación sin dejar a nadie atrás, pero poniendo a las personas en el centro y al mando de todas las políticas.
Hoy, tenemos la oportunidad de redefinir el futuro de la industria y aprovechar la tecnología para mejorar la calidad de vida, impulsar el crecimiento económico y construir un mundo más eficiente y sostenible.
En este camino es imprescindible reivindicar el papel del personal investigador en España, que no puede ser uno de los más precarios en Europa. Tenemos que jugar un papel fundamental. Invertir en ciencia y en tecnología es invertir en el país, pero de nada sirve formar a científicos y científicas, a desarrolladores de tecnología, si tienen que emigrar para poder vivir; y eso está pasando.
La tecnología avanza cada vez más rápido hacia la aplicación de la inteligencia artificial (IA) en la industria y para UGT es imprescindible alcanzar un equilibrio justo entre el progreso, los avances tecnológicos, los derechos laborales y la distribución de la riqueza, mediante un compromiso ético para la convivencia entre humanos y máquinas.
Por ejemplo, la automatización debe servir para la liberación del potencial humano. La IA puede hacerlo en tareas repetitivas o peligrosas, permitiendo que los trabajadores se enfoquen en actividades más creativas, estratégicas o de mayor valor emocional. Podemos verlo en la cobótica (colaboración entre humanos y robots), donde las máquinas asisten en tareas físicamente exigentes sin reemplazar la dimensión humana.
La IA representa por tanto una herramienta eficaz para la implantación de la reducción de jornada laboral, sin perder productividad. Tiene el potencial de ayudar exponencialmente las capacidades de la plantilla, liberándola de tiempo.
Por otro lado, aunque existe el temor al desempleo tecnológico, la IA también genera nuevos puestos de trabajo en áreas como el análisis de datos; la Ética tecnológica y la supervisión de sistemas automatizados. Para ello, es fundamental apostar por la reconversión y capacitación de los trabajadores en habilidades digitales y socioemocionales.
Se deben establecer límites éticos para que no sea utilizada para el control excesivo o la vigilancia invasiva en el entorno laboral y sin embargo, ampliar su uso para mejorar el bienestar, la seguridad y la salud laboral. Con la inteligencia artificial podemos detectar patrones de fatiga, estrés o riesgos laborales, para fomentar la seguridad. Incluso prevenir lesiones en fábricas, mediante sensores que analizan la ergonomía del trabajador.
Además, estamos obligados a implementarla con políticas de sostenibilidad y responsabilidad social, ya que a través de ella se puede optimizar el consumo de energía o reducir residuos en la producción, contribuyendo a un modelo de industria más ecológica.
Y desde luego es importante, en la gestión de recursos humanos, donde debe primar la concepción ética y justa, y a la que puede ayudar a implantar políticas más inclusivas y equitativas, evitando los sesgos que puedan discriminar a grupos de trabajadores o trabajadoras. En este sentido las empresas deben colaborar, garantizando la transparencia y equidad en estos procesos.
En este sentido, el V Acuerdo por el Empleo y la Negociación Colectiva (AENC) firmado por los agentes sociales, cuya vigencia finaliza este año ha sido pionero en Europa por contener un capítulo dedicado exclusivamente a la Inteligencia Artificial (IA), y dando ejemplo de cómo el diálogo social puede situar la regulación muy cerca de la realidad tecnológica que sobreviene. Y es mediante la negociación colectiva como empresas y sindicatos podemos establecer criterios que garanticen un uso adecuado y humanizado de esta tecnología.
En definitiva, la IA en la industria no debe verse solo como un instrumento de eficiencia y rentabilidad, sino como un aliado para potenciar la dignidad del trabajo, la creatividad humana y el bienestar general.
Aragón está llamado a ser un Hub tecnológico europeo de primer orden y queremos que aragoneses y aragonesas sean los principales actores, pero con las mejores condiciones laborales para no solo retener el talento, sino para atraerlo y consolidarlo.