La Torre Nueva.

La Torre Nueva. E.E Zaragoza

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El edificio de Zaragoza que ha desaparecido para siempre: fue el símbolo más importante de la ciudad

Se alzó durante casi cuatro siglos como uno de los monumentos más emblemáticos y singulares de Zaragoza.

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Zaragoza es conocida por muchas cosas. El Pilar, el río Ebro, su rica gastronomía... una larga lista en la que destaca una de las joyas aragonesas que desapareció con el paso del tiempo. Se trata de la Torre Nueva, una obra maestra del mudéjar que marcó la vida, el tiempo y la identidad de la ciudad hasta su polémico derribo en 1892.

Estaba ubicada en pleno centro histórico de la capital aragonesa, lo que hoy en día se conoce como la plaza de San Felipe, donde se alzó durante casi cuatro siglos como uno de los monumentos más emblemáticos y singulares de Zaragoza.

Su historia, tal y como explica el historiador Jesús Martínez a este diario, comienza en 1504, cuando por orden de Fernando el Católico se decide construir una torre en Zaragoza que cumpliera dos funciones esenciales: "Marcar las horas de la ciudad y servir como punto de observación ante posibles ataques enemigos", señala. No se trataba de una torre eclesiástica, sino de un símbolo netamente civil que respondía a las necesidades urbanas de la época.

Se eligió como emplazamiento la plaza de San Felipe, en el corazón de la ciudad. Su construcción fue promovida por el entonces Consejo Municipal (el ayuntamiento de la época), que encargó el proyecto a un grupo diverso de maestros de obra, "siendo finalmente Gabriel Gombao quien asumió la dirección de los trabajos".

El por qué de su nombre no tiene ninguna explicación, más allá de que "fue por aquel entonces la torre más nueva de la ciudad". Y así se quedó.

Un hito arquitectónico mudéjar... e inclinado

Este emblemático edificio fue levantado en apenas 15 meses, "con una planta octogonal que evolucionaba a lo largo de su estructura con diseños geométricos". Sin embargo, la rapidez en su construcción y el uso de yeso como aglutinante provocaron un fenómeno inesperado: "La torre comenzó a inclinarse desde sus primeros metros".

Según explica Jesús Martínez, el secado desigual entre las caras norte y sur provocó un desvío estructural que se convirtió en una de sus señas de identidad. Con una altura estimada de hasta 95 metros (312 pies), se convirtió durante siglos en el edificio más alto de Zaragoza y uno de los más altos de España.

Su silueta inclinada, visible desde todos los puntos de la ciudad, la convirtió en una referencia visual, afectiva y cultural para los zaragozanos.

La torre albergaba dos campanas y un reloj monumental que regía el ritmo de la ciudad. Una campana grave marcaba las horas y otra más aguda los cuartos, permitiendo a la población, sin relojes personales, saber la hora por el sonido.

La Torre Nueva, en imagen de archivo.

La Torre Nueva, en imagen de archivo. E.E Zaragoza

No obstante, la precisión no era su fuerte "y los zaragozanos solían bromear con los retrasos del mecanismo", aunque siempre cumplió con su función simbólica.

Torre vigía

Durante los Sitios de Zaragoza, la torre desempeñó un papel clave como torre vigía. "Desde su cúspide se observaban los movimientos del ejército francés, y según por dónde llegaba el enemigo, se hacía sonar la 'Campana de los Sitios' con un patrón determinado, explica Martínez. Así, los ciudadanos sabían si el ataque venía del norte, sur, este u oeste.

Tras este evento histórico en la capital de Aragón, la Torre Nueva sufrió décadas de abandono. Aunque seguía en pie y cumplía su función, la falta de mantenimiento comenzó a pasar factura. "En 1846, tras un fuerte temporal, comenzaron a desprenderse algunos ladrillos", y con ello surgió el debate: ¿rehabilitarla o derribarla?

Los informes técnicos eran contradictorios. "Muchos arquitectos aseguraban que, a pesar de la inclinación, la torre era segura", señala el historiador. Pero las presiones de ciertos comerciantes, que alegaban que oscurecía sus negocios o que representaba un peligro, y una parte de la prensa local que la tachaba de obsoleta, terminaron por inclinar la balanza.

Un derribo polémico y doloroso

En 1878 se derribó la parte superior de la torre, como medida preventiva. Sin embargo, en 1892, el Ayuntamiento decidió derribarla completamente. "Para financiar parte del proceso, se instaló una caseta en la base de la torre donde, por 10 céntimos, los zaragozanos podían subir a ella por última vez", cuenta Martínez.

El derribo duró más de un año. Los ladrillos se vendieron como material de construcción para otras edificaciones de la ciudad. Las campanas y el reloj, sin embargo, sobrevivieron: "La campana de los sitios fue trasladada a una de las torres del Pilar, donde aún suena, y el reloj original se conserva en Casa Montal, un restaurante zaragozano ubicado en la misma plaza de San Felipe.

Desde su desaparición, "la Torre Nueva se ha convertido en un símbolo de lo que se perdió". Según explica Martínez, ha habido varios intentos e iniciativas ciudadanas para reconstruirla, aunque ninguno ha prosperado. Hoy, en su lugar, una escultura moderna (una especie de monolito inclinado) recuerda su forma y su ausencia, pero también mantiene viva la memoria de un icono que definió la silueta de Zaragoza.

La Torre Nueva no solo fue un referente arquitectónico, sino también un símbolo de identidad colectiva, de la mezcla de culturas y del ingenio urbano del Renacimiento. Su historia es la de una ciudad que creció a su sombra y que, más de un siglo después de su desaparición, aún la añora.