
Vista de los daños materiales provocados por las intensas tormentas en Azuara EFE
Las lecciones no aprendidas en las zonas inundables, un siglo después: “Al río hay que dejarle su cauce y no meterse dentro”
Expertos geógrafos advierten del peligro de seguir construyendo infraestructuras públicas como centros de salud o residencias en zonas inundables.
Aragón ya sufrió trágicas riadas en Aguilón en 1921, con 17 fallecimientos, o en Biescas en 1996, donde murieron 87 personas.
Más información: El centro de salud del pueblo de Zaragoza arrasado por la riada se encontraba en una zona de riesgo de inundación
Las últimas riadas sufridas en una docena de pueblos de la provincia de Zaragoza han vuelto a poner de manifiesto la delicada situación de algunas construcciones en municipios ubicados junto a riberas de ríos. Pese a los múltiples avisos de los científicos, continúa construyéndose en las proximidades de los cauces, incluso en zonas inundables, que genera situaciones de máximo riesgo cuando, además, el cambio climático va a provocar fenómenos meteorológicos mucho más virulentos y comunes.
No en vano, Aragón ya conoce a lo largo de su historia el dolor por ubicarse en zonas inundables. Una riada azotó en 1921 el pueblo de Aguilón, ubicado en el fondo de un estrecho barranco en un afluente del río Huerva, provocando la muerte de 17 personas y destruyendo 40 casas. Y, más reciente, la crecida del barranco de Arás de Biescas en 1996 dejó 87 muertos y más de 180 heridos en un camping levantado en el cono de deyección del torrente, toda una bomba de relojería.
Sin embargo, los pueblos han seguido creciendo y expandiéndose junto a los ríos, como es el caso de Azuara, que instaló el centro de salud, el pabellón y un campo de fútbol en una zona con riesgo de inundación. También Letux, otro de los pueblos más castigados por la última crecida, tiene buena parte de su casco urbano en zona inundable. De hecho, el área que la Confederación Hidrográfica del Ebro reseña con un periodo de retorno a 500 años prácticamente coincide con los daños de esta riada.
Este asunto está siendo denunciado durante años por geógrafos y expertos en estudiar estos riesgos. Un estudio elaborado en 2009 refleja que hasta 371 núcleos de población -de un total de 1.729- estaban catalogados con riesgo de inundación fluvial por el desbordamiento de ríos, barrancos y ramblas, si bien uno de sus autores, el profesor Alfredo Ollero, considera que, con las herramientas cartográficas actuales, seguramente “nos quedamos cortos”.

Comparativa de Letux entre la zona afectada por la riada (izquierda) y la zona inundable (derecha)
Y pese a saber eso, “se siguen instalando elementos vulnerables”, como el centro de salud o la residencia de ancianos que se estaba construyendo en Azuara. “Son cosas que nunca habría que poner en este sitio. Me acuerdo de Tauste, que también tiene una residencia de ancianos en donde sale un barranco, o de Monzalbarba cada vez que hay una crecida del Ebro. Hay una tendencia a poner equipamientos públicos en sitios donde el riesgo es muy alto”, ha advertido Ollero.
Para este experto geógrafo, profesor en la Universidad de Zaragoza, la mejor solución pasa por “desocupar” esos cauces que se han invadido con el paso de los años. “Lo que hay que hacer es quitarlos. En Valencia no tendrían que estar reconstruyendo, sino quitar las casas de las zonas más críticas y llevarlas a otro sitio. En Ontiyent, tras la dana de 2019, se hizo bien, porque se ha demolido un barrio entero y se ha colocado un parque. Eso hay que hacer”, ha insistido.
Los ríos “aparentemente secos”
Una opinión comparte Paco Pellicer, también profesor en la Universidad de Zaragoza, que alerta especialmente en los ríos que no parecen peligrosos y tienen . “Hay atender mucho más de lo que se está haciendo a los pequeños ríos que aparentemente están secos, pero tienen los cauces grandes. Aunque lo veamos seco, ojo, porque tenemos una amenaza y el espacio hay que respetarlo”, ha señalado.
A su juicio, los riesgos se incrementan exponencialmente porque los ciudadanos “ocupamos” los márgenes de los ríos para actividades humanas. “Cuando metemos un muro a cada lado y encementamos el fondo, hacemos que el mismo agua vaya a una velocidad y una energía destructiva muy grandes. Si convertimos un cauce en una calle, asfaltamos y hormigonamos, esto provoca una aceleración del río”, ha explicado Pellicer.
Estos ríos, continúa desarrollando, tienen un lecho tan grande porque, “muy de vez en cuando”, lo ocupan, y después pasan “25, 50 o 100 años” sin hacerlo, pero las estadísticas, denominadas periodos de retorno, no son exactas. “En Herrera de los Navarros llevan tres inundaciones consecutivas que no son habituales y que han venido acumuladas”, destaca.
El cambio climático y la limpieza de los cauces
En lo que también coinciden ambos expertos en Geografía Física es que los efectos del cambio climático van a provocar que estos sucesos sean más habituales y más virulentos con el paso del tiempo. “Las tormentas vienen ahora con más intensidad y frecuencia, y se generan más turbulencias y masas de aire recalentado”, insiste Pellicer.
Además, también reseñan que la solución, por mucho que se haya extendido entre algunas poblaciones, no pasa por la limpieza del cauce. “Al río hay que dejarle su cauce, sus dimensiones y su anchura, y no meterse dentro. Quitar gravas no es significativo”, remarca Pellicer. “Las gravas tienen que circular. Forman parte del río. Nunca hay que limpiar los ríos, sino quitarle elementos humanos que los entorpecen”, añade Ollero.