Alicante

"Pasa y bájate las bragas". Así se le dirigió la ginecóloga a Isabel Fernández-Cañadas cuando fue a monitores, poco antes de dar a luz. "Sin saludarme ni preguntarme cómo estaba, me dejó helada", recuerda ahora esta madre de dos niños. "Me sentí desprotegida y al final me fuí de allí sin poder preguntarle las dudas que tenía", asegura. 

La violencia obstétrica, entendida como "un conjunto de prácticas que degrada, oprime e intimida a las mujeres de distintas maneras dentro de la atención en la salud reproductiva", según Eva Margarita García en su libro La violencia obstétrica y el mercado de la sumisión femenina (Editorial Ménades), no existe para el Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos (CGCOM).

Pese a que incluso existe una demoledora sentencia reciente de un Comité de la ONU a favor de una mujer de España a la que se le reconoce ser "víctima de violencia obstétrica" al serle provocado un parto sin aparente justificación, este organismo médico ha afirmado esta semana que, "este concepto no se ajusta a la realidad de la asistencia al embarazo, parto y posparto en nuestro país y criminaliza las actuaciones de profesionales que trabajan bajo los principios del rigor científico y la ética médica".

Esta postura del CGCOM, motivada tras sondear el Ministerio de Igualdad a diferentes colectivos de cara a la posible reforma de la Ley de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo, ha causado rechazo entre las madres consultadas y los propios sanitarios. "No se puede negar la violencia obstétrica porque sí existe", afirma Montse Angulo, matrona y presidenta del Colegio de Enfermería de Alicante. A su juicio, "es una forma más de representación del machismo en las instituciones".

Angulo sostiene que, "en general", esta práctica va a menos gracias la formación que van recibiendo los profesionales sanitarios. Mención especial merece la situación derivada de la pandemia, cuando gestantes denunciaron que no pudieron parir o acudir a ecografías con acompañantes, "un paso atrás en sus derechos", menciona esta sanitaria. 

De manera similar se expresa la Associació de Comeras de la Comunitat Valenciana, quien añade que enmarcan la violencia obstétrica en "una modalidad de la violencia de género, pues estas actuaciones médicas derivan de una atención paternalista y la aplicación de una visión androcentrista a los procesos reproductivos de las mujeres". Insisten en que esto se produce "cuando no se cumplen las recomendaciones respecto a la tasa de episiotomías, cesáreas o inducciones del trabajo de parto, cuando se practican maniobras desaconsejadas tal como la Maniobra de Kristeller o la Maniobra de Hamilton, cuando se infantiliza a la mujer o se obvia su consentimiento en situaciones fundamentales, se niega el acompañamiento o se separa el binomio madre-bebé". 

Falta de empatía

Todos estos ejemplos de mala praxis médica los ha podido recabar El Español De Alicante en dos testimonios. Por un lado, Aina Penyarroja Donet nos muestra la queja que envió a la dirección del Hospital General de Elche tras dar a luz a Jan, su primer hijo. En ella cuenta toda una serie de experiencias desazonadoras con los profesionales del centro, tanto durante el embarazo como en el parto. Así, cuando acudieron a la ecografía de la semana 20 de gestación, la ilusión inicial de esta familia se tornó en preocupación al comentarles la ginecóloga que el bebé presentaba algún indicio de anomalía. "Echamos en falta algo más de cercanía y una mayor prudencia a la hora de informarnos de los resultados de la ecografía", señala.

Más allá del diagnóstico que por suerte no se confirmó en las siguientes ecografías, Aina lamenta encontrase con una sanitaria que "ni se presentó ni prácticamente" les "saludó". "La ecografía la hizo sin comentarnos en ningún momento qué estábamos viendo en aquella pantalla que teníamos delante, a pesar de que nosotros íbamos intentando adivinar las partes del cuerpo de nuestro hijo. No dudo que a nivel técnico esta prueba precise de la máxima concentración de la ginecóloga, pero creo que la parte emotiva del momento no puede quedar al margen a lo largo de toda la consulta". 

Esa falta de información constante a la gestante "es algo habitual", reconoce Montse Angulo. Ella lo achaca a la forma "rutinaria y mecánica" de proceder de las profesionales; "es un vicio del pasado que ahora no se puede consentir", defiende. Asimismo, cuando llegó el momento del parto, inducido tras fisurarse la bolsa, a Aina le dijeron que había que hacer una prueba para calcular el PH en sangre del bebé "y este momento lo recuerdo como una pesadilla. De repente, sin explicarme nada, me dijeron que tenían que llevarme a paritorio para hacerme una prueba. Una vez allí, en la silla de parto, sentí que me hurgaban, que hablaban entre ellas, que metían la mano las tres para intentar o comprobar no sé qué cosa, que yo lloraba y solo la auxiliar y la matrona intentaban consolarme… Me sentí muy invadida y muy poco respetada, cuando además no entendía qué estaban haciendo y qué significaba lo que comentaban entre ellas", asegura.

"Falta de tacto"

Por su parte, Isabel Fernández-Cañadas afirma que pasó 26 horas de parto en el General de Alicante sin aire acondicionado al estar estropeado el aparato (finales de agosto). Con este calor, no le permitieron ni beber "ni una gota", ni comer. Una costumbre pensada en los efectos adversos que produciría en caso de anestesia y que la evidencia científica desmiente.  

Isabel cuenta que, anteriormente, nada más llegar al hospital para dar a luz, llegó también el primer shock: "El primer comentario que recibí fue 'qué niño más grande, veremos si tenemos que hacer una cesárea'", rememora ahora. "No tuvieron ningún tacto y el bebé  al final resultó ser de un tamaño normal, "por lo que podrían haber sido más prudentes". 

También lamenta que no le dieron margen para dilatar naturalmente, por ella misma, por lo que le presionaron para administrarle oxictocina para acelerar el parto, "y fue muy doloroso desde entonces, cuando había especificado en mi plan de parto que no la quería". También especificó que, si no era necesario, no le hicieran una episiotomía", cosa que acabaron haciendo, o parir "en el potro 'de tortura'", dice con sorna, "para comodidad de las matronas, pero no para mi, que el cuerpo me pedía parir de pie". 

La suma de quejas relacionadas con la violencia obstétrica no acaban aquí. Como contaba Aina en su reclamación, Isabel recuerda "la falta de tacto con los excesivos tactos vaginales". "Me practicaron una decena entre la joven de prácticas, para que practicara, y la matrona, lo cual me provocó una infección de orina grave que me hizo estar 7 días más en el hospital", comenta Isabel.

Al final, estas dos mamás expresan un sentimiento que comparten muchas mujeres en las redes sociales: "No es lo mismo 'ejercer la medicina que ser médico' y aquí es donde quiero detenerme", avanza Aina. "Las profesiones que se desarrollan en relación y contacto con las personas no pueden dejar a un lado la dimensión humana, la dignidad, el trato, el respeto, en definitiva: la ética profesional. Creo que es necesario cuidar ciertas actuaciones y sobre todo en momentos delicados como son los relacionados con la salud y en este caso con un parto, defiende. "Menos tactos vaginales innecesarios y más tacto necesario con las embarazadas", sostiene Isabel, quien sentencia: "Creo que, a menudo, la profesión que debería ser más humana, la medicina, es la que menos lo es". 

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