Mientras seguimos comiendo palomitas, comprobando se si se suma alguna dimisión más dentro de la Federación de Fogueres antes de que la asamblea de cierre de ejercicio nos introduzca de lleno en el nuevo ejercicio 2022/2023, retornamos a ese repaso de temas generados las pasadas fiestas, que cerraremos la ‘Cañita’ de la próxima semana -si la actualidad no nos obliga a posponerlo, que todo puede ser-.

Lo cierto es que un rápido recorrido por los anuncios publicados en redes por la mayor parte de las comisiones, estos se generalizan en un prolongado tablón de anuncios con un objetivo similar: la captación de nuevos foguerers en su seno. Cada una con sus singularidades. pero, a grandes rasgos, en todos ellos similares planteamientos, hasta el punto de ver en dichos reclamos una convención planteada más como formalismo que por auténtica convicción.

Nos encaminamos ante un futuro cercano duro. Todos los indicadores sociales señalan la vivencia de un otoño y, sobre todo, un invierno de incierta incidencia. Y esta circunstancia no puede dejar de tener su justa repercusión en una fiesta tan polarizada en sus desequilibrios estructurales como les Fogueres.

Sin embargo, hay un elemento esperanzador que se ha venido planteando incluso desde antes de las pasadas fiestas; la necesidad casi imperiosa de que el tejido social de nuestra Fiesta crezca y emerja de las cifras que viene asumiendo en sus últimas ediciones.

De igual contabilizar los casi diez mil que señala Federación, y los siete mil quinientos que uno intuye con datos razonados. Estamos hablando de un músculo social pírrico para una ciudad de 340.000 habitantes. Un 2% de la misma. Con esos mimbres no se puede sostener esa inmensa -y deseada- pompa de jabón que disfrutamos cada junio.

Creo que es el momento de plantear un relajamiento de los requisitos económicos para poder ser foguerer y, al mismo tiempo, asumir que las comisiones se pueblen con ciudadanos que se incorporen de manera más mitigada, hasta el punto de reducir su implicación festera al disfrute de las fechas centrales, y sin que esa opción le impida ser considerado como tal de pleno derecho, del mismo modo que el ‘de vocación’.

Nos encaminamos a una necesaria transformación -todas las comisiones, antes o después, van a tener que efectuar esta transición- en plena consonancia con una sociedad que cada vez asume menos compromisos, y tomando como referente las experiencias largamente consolidadas de otras fiestas que deberían servirnos como referencia.

Es cierto que las nuestras precisan ayudas, pero hace unas semanas un acertado comentario del ex foguerer Julio Maldonado, daba con la clave; les Fogueres deben ser autosuficientes si buscan su pervivencia.

Hay que intentar romper las barreras de unas comisiones cerradas en su estructura y, en líneas generales, apostar por muchos pequeños esfuerzos, antes que la lucha de unos pocos, como viene sucediendo desde hace décadas.

Una lucha en la que siempre el objetivo ha de ser plantar la mejor foguera posible, pero que al mismo tiempo la actividad social que se sobrelleva cada ejercicio debe ser puesta en valor, siempre de manera equilibrada. Por todo ello, dentro de estas semanas de interregno conviene valorar en la medida que merece, iniciativas como la puesta en práctica por la comisión de Foguerer-Carolinas.

Sin necesitar esta transición han apostado de manera decidida por ella, estando en estos momentos dispuestos a superar el objetivo de aumentar en medio centenar de componentes su habitual comisión. Lo dicho. Renovarse o… sufrir.