Manolo Guijarro

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Manolo Guijarro: "El legado que dejas es más importante que las victorias"

El ex ciclista profesional ha dedicado toda su vida a impulsar el ciclismo en San Vicente del Raspeig con instalaciones, pruebas y formación.

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Alicante
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San Vicente del Raspeig se ha convertido en las últimas décadas en un pequeño paraíso del ciclismo y parte de esa metamorfosis tiene nombre propio: Manolo Guijarro.

Ex ciclista profesional en equipos como Seat-Orbea, Kelme o Puertas Mavisa, el legado de Guijarro (San Vicente, 1963) va mucho más allá de sus triunfos, pese a las 110 victorias logradas, todas ellas culminando escapadas en solitario, y los trofeos que adornan sus vitrinas.

Buena parte de su experiencia competitiva la trasladó a su comercio, Guijarro Tot Sport, un santuario por el que han pasado generaciones de ciclistas amateurs y en el que el cliente no solo encuentra el producto que busca, sino consejo y confianza para ponerse en manos de un experto.

"Vender una bici es como hacer un traje: no a todo el mundo le queda bien todo. Se trata de orientarlo para que esté contento y hacerle ver que, posiblemente, no necesita gastar tanto para lo que quiere", afirma Guijarro, que además de dar nombre al velódromo de la localidad apoya con material a las escuelas municipales de ciclismo, organiza marchas cicloturistas y diseñó el circuito de BMX del parque Lo Torrent, del que han salido varios campeones.

"Creo que al final lo más importante que puedes dejar es un legado. Me llena de orgullo que gente de fuera diga que en San Vicente se respira ambiente de bicicleta", destaca el ex corredor, compañero de equipo de Lejarreta, Ruiz Cabestany o Belda.

La pasión de Guijarro por el ciclismo fue lo más parecido a ese primer amor adolescente que se marca a fuego.

"En mi casa no había tradición ciclista. Un día San Vicente acogió el final de etapa de una Vuelta a Levante y yo, desde las vallas, quedé fascinado por el esprint entre Perurena y Johansson: los coches, el brillo de las bicis, el ambiente, el ruido… Al día siguiente fui a ver la salida de la siguiente etapa y me volvió a cautivar todo. Tenía 12 o 13 años y desde ese momento dije: yo quiero estar ahí", rememora.

Manuel Guijarro tuvo que trabajar duro para cumplir su sueño, aunque siempre fue consciente de que la bicicleta "se me daba bien".

"Paco ‘el Abuelo’ tenía un taller de bicis en el pueblo y mi padre le preguntó si yo podía salir algún día con su grupo. Yo nunca había subido al Maigmó. Me dijeron que tirara hasta donde pudiera. Llegué solo arriba y me senté a esperarlos. Cuando mi padre preguntó cómo me había ido, le dijeron: ‘al chiquillo hay que sacarle la licencia ya’", recuerda.

Ya en profesionales, dirigido por el propio Perurena al que había visto de niño, el sanvicentero fue testigo privilegiado del final de la era Hinault y del inicio del dominio de Induráin.

“Hinault tenía un carácter difícil, pero lo dominaba todo. Recuerdo que como juvenil subí al podio con él en la Vuelta a Valencia. Él ganó la general y yo la clasificación al más joven. Me temblaba todo”, comenta.

Tampoco le sorprendió el despegue de Induráin: "Había corrido con él y tenía claro que el día que bajara de peso nos iba a ganar a todos".

Guijarro también cumplió el sueño de correr el Tour de Francia en 1989, una edición histórica marcada por el retraso de Delgado en el prólogo y por el desenlace final, cuando Greg LeMond arrebató el triunfo a Laurent Fignon en París.

"El Tour son los Juegos Olímpicos de un ciclista. Lo que más me impresionó fue el montaje. Y de lo de LeMond fui de los que lo vio venir: su director iba brindando con champán el día antes en el tren y en el deporte no se puede vender la piel del oso antes de cazarlo", relata.

El ciclismo actual

Como analista del ciclismo actual, presume también de haber advertido pronto sobre Tadej Pogacar. "Cuando no lo conocía nadie ya avisé: cuidado con ese chiquillo", recuerda.

"Entre Hinault y Pogacar ya empiezo a dudar. El bretón hacía todo solo porque tenía un equipo lleno de enemigos; el esloveno, en cambio, corre con compañeros que podrían ser líderes en cualquier equipo", explica.

"La verdad es que esta época es preciosa para el aficionado. Pogacar, Van der Poel y Evenepoel han recuperado el ciclismo agresivo. Ahora no te puedes quedar durmiendo la siesta porque te pierdes un ataque en cualquier momento", bromea.

Tras nueve años en el pelotón internacional, Guijarro colgó la bici de carretera en 1992, desmotivado por el crecimiento del dopaje, una práctica que empezó a generalizarse durante su etapa en el Kelme y de la que decidió no formar parte.

"La EPO estaba extendida y desde dentro te dabas cuenta. Veías cómo algunos pasaban de tener un nivel normal a ser purasangres. Yo iba a la guerra con tirachinas y ellos con ametralladoras. Me lo propusieron, pero no quise. Mi ética no me lo permitió", resume.

Antes del adiós firmó por el modesto Puertas Mavisa, donde rubricó un contrato singular que incluía primas por cada minuto de televisión escapado.

"Ese año fui muy combativo. Grababa las etapas y luego apuntaba los minutos en los que se me veía. Era publicidad, aunque no se ganara", explica.

No se bajó de la bicicleta con frustración, consciente de que su papel nunca fue el de líder. "Si tienes a Ruiz Cabestany o Lejarreta, trabajas para ellos”, afirma Guijarro, crítico como aficionado con los pinganillos y la excesiva dependencia de los datos. "Hacen la carrera más predecible y se pierde el factor humano".

Regreso a la infancia

Tras dejar la carretera se volcó en su tienda y recuperó una pasión de juventud: el mountain bike. “Me reencontré con el chaval de 14 años que había sido. En la montaña todo el mundo se divierte y siente una libertad que no tienes en la carretera”, cuenta.

Ese reencuentro impulsó proyectos como el circuito natural del Sabinar, el parque BMX de Lo Torrent y el velódromo que lleva su nombre.

“Era necesario que los chavales tuvieran espacios seguros y técnicos. El velódromo tiene un peralte homologado para un Europeo. Estoy orgulloso de que lleve mi nombre, pero más de que ya hayan salido campeones de allí”, asegura.

La semilla del ciclismo también germinó en su familia con su hijo Javi, especialista en descenso de montaña y campeón en varias pruebas nacionales e internacionales.

Y desde hace dos años, Guijarro impulsa la Marcha de Manolo, una prueba no competitiva de 100 kilómetros por la comarca para reunir a los ciclistas de San Vicente en una jornada festiva.

"Creo que un niño en San Vicente lo tiene hoy más fácil que lo tuve yo para practicar ciclismo. Y eso es lo importante y con lo que me quedo", sentencia.