Redacción | EL ESPAÑOL
Lanzarote
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En la costa sur de Lanzarote, donde el mar Atlántico susurra y las piedras negras recuerdan su origen volcánico, hay un lugar que no aparece en las postales, pero que lo cambia todo. Se llama Kamezí Boutique Villas, y no es un hotel. Es una forma distinta de estar en el mundo.

Quienes han dormido allí lo saben. En este pequeño ‘pueblo blanco’ de 44 villas, el tiempo no corre: respira. Y con él, el huésped, que se convierte en viajero sin darse cuenta, en observador de un entorno que no necesita decorado, porque es ya un espectáculo en sí mismo.

Kamezí no se diseñó para impresionar. Se pensó para emocionar. Por eso, cada villa tiene nombre propio, historia detrás y alma dentro. Un alma que huele a masa madre y suena a silencio. Porque aquí se duerme en paz, con los pies descalzos y la mente rendida.

Villas Kamezi.

Este rincón de Playa Blanca nació del flechazo entre un arquitecto vasco y Lanzarote. Su visión se empapó de la filosofía de César Manrique: no levantar sobre la isla, sino construir desde ella. Y así fue. Lo que entonces era un terreno virgen, hoy es un santuario.

Durante años, el proyecto ha evolucionado sin perder su esencia: villas independientes, completamente equipadas, rodeadas de jardines autóctonos y conectadas por calles empedradas. Todas con piscina climatizada, cocina, barbacoa, terrazas privadas y una arquitectura que respira Lanzarote.

La sostenibilidad ha sido clave desde el inicio. En sus inicios, no había agua potable en la zona, lo que obligó a instalar desalinizadora y depuradora propias. Hoy, el complejo cuenta también con placas solares y una eficiencia energética que reduce el impacto ambiental.

El diseño de las casas aprovecha los vientos alisios para mantener una temperatura agradable durante todo el año. No se necesita aire acondicionado y apenas se consume calefacción. La brisa lo regula todo. Aunque, en los veranos más extremos, algunas villas cuentan ya con ventiladores.

El pan como experiencia sensorial

Las villas están pensadas para quien busca desconectar sin renunciar a nada. Cada mañana, un desayuno completo llega a la puerta, sin que nadie tenga que moverse. Panes artesanos, bollería casera, fruta y café. Todo recién hecho en la panadería del propio complejo.

Esa panadería, ubicada en una pequeña iglesia reconvertida, se ha convertido en un emblema. Dirigida por una joven panadera formada en las islas, elabora piezas con masa madre, tomate seco, semillas o frutas. Y sí, su aroma es una de las postales invisibles de Kamezí.

El pan es uno de los protagonistas. Recién hecho, con masa madre y sabores que varían según el día. Se hornea en la panadería del propio complejo, ubicada en una pequeña capilla blanca que parece una iglesia. En realidad, es un templo del pan.

El aroma a pan recién hecho no es solo un placer para el huésped. También es una invitación. Porque en Kamezí, quien lo desea puede aprender a elaborarlo. Los talleres de panadería permiten a los clientes amasar sus propias piezas, que luego se hornean y, en algunos casos, se comparten con otros visitantes.

Esa experiencia convierte al viajero en parte del proceso, no solo del consumo. El pan deja de ser un servicio más y se transforma en recuerdo. Uno que se lleva en la piel, en las manos y, sobre todo, en la memoria.

El complejo cuenta también con un pequeño ecomarket con productos de proximidad, un gimnasio con vistas al mar, un espacio wellness y una terraza gastronómica que regala algunos de los mejores atardeceres de Lanzarote. Frente a la mesa, el mar, Fuerteventura y el Faro de Pechiguera.

Villa Kamezi.

Las villas rinden homenaje a personajes históricos con dislexia. Una decisión que conecta con la historia personal de los fundadores y que ha dado lugar a un pequeño proyecto pedagógico. En el check-in, se explica al huésped quién fue la persona que da nombre a su villa.

No es una anécdota, es un gesto coherente con todo el proyecto. Aquí, el lujo no es ostentación, sino atención. Hay quien pasa días sin salir del recinto: basta con el sol, la piscina, los desayunos y ese silencio que todo lo envuelve.

El restaurante Deli&Bistró completa la experiencia. Con un menú degustación que cambia según la temporada, ofrece platos que fusionan producto local, creatividad y una estética profundamente ligada al entorno. Al caer el sol, la terraza se convierte en el lugar más mágico del complejo.

En los meses de verano, se organizan talleres de cerámica, panadería y actividades familiares. También se pueden contratar experiencias personalizadas: excursiones, masajes, rutas gastronómicas o picnics al borde del mar. El objetivo es siempre el mismo: que cada huésped se sienta único.

Restaurante Deli&Bistró.

El último proyecto en el que trabaja el equipo de Kamezí es la rehabilitación de unas antiguas cuevas excavadas a mano, que podrían convertirse en una sala de eventos conectada por un túnel subterráneo. De momento, es una idea. Pero aquí los planes suelen hacerse realidad.

Los jardines, formados por flora autóctona y cactus monumentales, se cuelan en los patios, en los caminos y hasta en los techos. No hay rincón sin una planta, sin una sombra, sin una textura que recuerde dónde estamos. Lanzarote, aquí, no se disfraza: se revela.

El acceso al mar está a pocos pasos, cruzando un arco vegetal que protege y guía. Desde allí, se puede recorrer el paseo marítimo, bañarse en aguas tranquilas o simplemente observar el horizonte. Porque hay días en los que mirar es suficiente.

En una isla donde muchos alojamientos apuestan por la cantidad, Kamezí ha decidido ser pequeño, exclusivo y coherente. No se alquilan habitaciones sueltas. No se aceptan grandes grupos. No hay ruido, ni masificación. Solo calma, paisaje y detalles que dejan huella.

Kamezí Boutique Villas no es solo un sitio donde dormir. Es un lugar al que regresar.