19 mayo, 2024 02:45

"Los hombres ucranianos en edad militar que vinieron a España tras la invasión total del 24 de febrero se están escondiendo porque son unos cagones y no quieren que nadie les conozca", explica a EL ESPAÑOL | Porfolio un antiguo veterano del Ejército soviético. Víktor Kazmiruk tiene 55 años, de los cuales ha vivido 25 en España. La asociación tarraconense de ucranianos que preside –Jortytsya– decidió ya al principio del conflicto que no prestaría ayuda a los varones que escaparon para no ser llamados a filas. Y, así, hasta el día de hoy.

"No me refiero a los que tenían eximentes. A esos sí podemos entenderles. Hablo de los que estaban sanos y no tenían responsabilidades familiares y escaparon. ¡Ja! Estos no son patriotas. ¡Eso está clarísimo!", espeta.

"Si en tu casa entra el enemigo y tú te vas es porque no tienes valor. Durante la primera avalancha de refugiados ucranianos, la Cruz Roja daba techo y comida a los recién llegados. Ellos también se metían en los hoteles y ocupaban el lugar de otras mujeres que habrían podido venir con los niños de la guerra. Yo me fui a ver al presidente de Cruz Roja de Tarragona para quejarme de esa situacion y él me dijo: 'Te comprendo, pero somos quienes somos y no podemos preguntar a nadie por qué ha venido aquí. Estamos obligados a ayudar a todo el mundo'. Luego, estas personas consiguieron como todos la protección temporal, el permiso de residencia y de trabajo y en algunos casos, siguieron cobrando las ayudas. ¿Que si lo veo bien? No, en absoluto".

Dos soldados ucranianos en un tanque en la región de Donetsk el pasado lunes.

Dos soldados ucranianos en un tanque en la región de Donetsk el pasado lunes. Reuters

Kazmiruk –nacido en 1969 y oriundo de Vinnytsia– conoce bien las entrañas de la guerra porque él mismo sirvió en Afganistán un par de años como chófer de BTR, el clásico blindado anfibio soviético cuyos modelos más modernos aún son usados en Ucrania para el transporte de infantería. Estuvo destinado entre 1987 y 1989 en una posición localizada en las montañas y entró en combate un par de veces. Abandonó aquel frente con una minusvalía.

¿Por qué no quieren dar la cara algunos hombres ucranianos en edad militar que residen en nuestro país? Según el veterano, porque la presión sobre ellos se acaba de incrementar a raíz de la entrada en vigor esta semana de una nueva normativa que obliga a todos los varones a registrarse en los consulados europeos y a dar explicaciones sobre cuándo, cómo y por qué llegaron a los estados de la UE. Temen que podrían ser reclutados en cualquier momento, siempre y cuando tengan entre 18 y 60 años y no se hallen en ninguna de las circunstancias que les excluye de pelear.

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Una ley impopular

Una de las razones por las que esta ley ha sido tremendamente impopular entre los inmigrantes españoles es que no distingue entre quienes dejaron el país tras la invasión desafiando la legalidad y quienes llevan muchos años ya en el extranjero. Aunque había demorado su promulgación, Zelenski se ha visto obligado a reflotar la norma porque la situación en los frentes orientales frisa el desastre. Los patriotas más comprometidos han muerto, están heridos, han sufrido amputaciones o, si todavía aguantan, soportan condiciones inhumanas debido a que la falta de soldados impide realizar rotaciones normales.

Uno se pregunta necesariamente cuántos ucranianos en edad de combatir escaparon a España tras el 24 de febrero, pero no es tan fácil responder a ello. Este semanal sabe que en España hay algo más de 61.000 varones en edad militar. Bastante más de la mitad de ellos regularizaron su situación tras el 1 de enero de 2022. Estos datos fueron actualizados por el Ministerio de Inclusión y Migraciones el 30 de marzo de año. El problema es que esa estadística no precisa cuántos de esos ucranianos que escaparon para evitar ser reclutados son padres de familia numerosa, poseen una minusvalía o alguna causa que les exima de acudir a las trincheras.

Ucranianos protestando en Tarragona contra la ocupación rusa.

Ucranianos protestando en Tarragona contra la ocupación rusa. Cedida por Víktor Kazmiruk

Tampoco se ha aclarado cuántos estaban ya aquí antes de la invasión total y se aprovecharon de las nuevas circunstancias para regularizarse. Puede inferirse, sin embargo, que hay como poco unos cuantos cientos, o tal vez algunos miles. Una idea muy extendida en la propia Ucrania sugiere que buena parte de ellos son la gente con recursos que pudo permitirse los sobornos necesarios para burlar el cerco. La prensa de ese país solía referirse como Batallón España a los pudientes e hijos de pudientes que vinieron a nuestro litoral mediterráneo para esquivar las balas.

EL ESPAÑOL | Porfolio ha contactado esta semana con más de 20 parroquias y colectivos de ucranianos en España y, a excepción de la presidenta de la asociación de Vigo, ninguno de sus responsables ha podido o querido revelar el nombre de uno solo de los huidos. Algunos aducen un desconocimiento inverosímil; otros confiesan abiertamente que no desean comprometerlos porque comprenden sus razones. Finalmente, hay quien no tiene reparo en admitir que no siente el menor respeto por los evadidos. A esta tercera categoría pertenece justamente el citado Kazmiruk, residente en Salou.

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"El Gobierno de Ucrania no ha hecho las cosas bien", continúa en un casi perfecto castellano. "Cuando empezaron los problemas gordos, había largas colas de varones que querían combatir en las comisarías militares pero no los inscribieron porque había un enorme descontrol. Luego muchos se echaron atrás porque empezaron las movidas sobre falta de armamento y sobre corrupción. Ucrania no es tan grande como para tapar los agujeros con los cadáveres de sus hombres. Resulta que la mitad del país está defendiendo a nuestra gente de la guerra y la otra mitad sigue viviendo como si no pasara nada".

¿Significa que esta nueva ley podría proporcionar las herramientas necesarias para obligar a todos los hombres a volver? Todos los gobiernos europeos han aclarado que garantizarán la protección temporal de los refugiados ucranianos, al margen de su edad o género, si las circunstancias no se modifican. Sin embargo, en tanto no se inscriban en los consulados ucranianos y cumplan con los nuevos requisitos, no podrán realizar gestiones consulares, lo que los dejaría fuera del sistema. Ni siquiera descartan que el Gobierno de Zelenski apruebe otras medidas de presión contra los huidos, aunque hay muchas más incertidumbres que certezas.

De entrada, ya casi ninguno se atreve a regresar. "Yo volví el año pasado y no me pusieron trabas, claro que ahora la situación es completamente diferente. Entrar a Ucrania puedo entrar, pero no me dejarán salir hasta que no tenga un papel que acredite que no soy válido para hacer la mili", afirma Kazmiruk.

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Los motivos de Antón

Hay que aclarar que hubo ya quien consiguió una exención oficial para dejar el país tras la invasión total. Es decir, se fueron después de febrero, pero aprovechando los agujeros de alegalidad que les brindaba la situación. Ese es el caso de un ucraniano de 53 años llamado Antón que se mudó a Ribadavia (Galicia) con su familia sin sobornar a nadie o de atravesar ilegalmente fronteras como la rumana. Es licenciado en Teología. Por petición expresa, no mostraremos su rostro ni proporcionaremos su apellido. Este medio ha pactado esa condición con la intermediación de Marta Skyba, presidenta de la Asociación de Ucranianos de Vigo. Solo así se mostró dispuesto a hablar.

"Cuando empezó la guerra, vivíamos en un pueblo cerca de Borodianka",  aclara Antón esta revista. "Teníamos una pequeña granja con huerto, cabras y ovejas de la que esperábamos vivir tras nuestra jubilación, pero vino al mundo nuestro niño y en menos de seis meses tuvimos que venderlo todo salvo el huerto porque el pequeño necesitaba todo nuestro tiempo y atención".

El segundo día de la invasión a gran escala hicieron las maletas, cargaron su coche y se fueron a vivir a la casa de su esposa, en el oeste del país. "Pasamos solo un mes allí y cuando empezamos a entender que la situación iba a prolongarse mucho tiempo, compramos una casa vieja cerca de Kamianets Podilskyiy", dice.

"Nuestro caso es diferente porque ya estábamos planeando abandonar el país antes incluso de la guerra. Es decir, cuando nació nuestro bebé. El niño es autista y, lamentablemente, los recursos sanitarios ucranianos no van a permitir que él se desarrolle como un miembro de pleno derecho. Cuando cumplió dos años, recibió los documentos que acreditaban su minusvalía y, como cuidador, conseguí dejar Ucrania utilizando esos papeles. Ahora no sé de qué manera va a afectarnos esa nueva ley. Tal vez pierda todos mis bienes. Con este Gobierno, todo es posible. Los hombres ucranianos hemos dejado de ser libres para convertirnos en esclavos", continúa.

Ni agua a los varones huidos

Al igual que la Asociación de Ucranianos de Tarragona, el colectivo de Cartagena tampoco presta ayuda a los hombres de entre 18 y 60 años llegados tras la invasión que no puedan explicar por qué se fueron. "Sólo ayudamos a mujeres, ancianos, niños y, por supuesto, a varones que han llegado con heridas de guerra o problemas de salud", explica dice su presidente, Oleksander Nogachevskyi, otro inmigrante de larga data. Cuando llegó a nuestro país, trabajó algún tiempo como artista. Ahora es consultor sobre empresas de Internet. Antes de escapar por razones políticas, llegó a ser el vicepresidente de la unidad de desarrollo de franquicias ucraniana.

Oleksander Nogachevsky, presidente de la asociación de ucranianos de Cartagena.

Oleksander Nogachevsky, presidente de la asociación de ucranianos de Cartagena. Cedida

"No se me escapa lo complicada que es una guerra porque serví 15 años como militar, tanto en el Ejército de la URSS como en el de Ucrania, antes de venir a España. Resulté herido en ese tiempo y pasé cinco meses en un hospital", confiesa. "Yo pedí asilo aquí cuando lo perdí todo en mi tierra durante la época de Poroshenko porque hablaba libremente sobre la falta de honestidad en las altas esferas. Entiendo la guerra y entiendo mejor la corrupción".

"Creo que un hombre debe defender a su país cuando es atacado aunque sé lo difícil que resulta aceptarlo. Sin embargo, no creo que el problema sea solo de los varones que han huido", aclara Nogachevskyi. "Un Gobierno debe dar ejemplo. Si apoya a su gente y actúa honestamente la gente se compromete. Pero las informaciones que nos llegan sugieren lo contrario. Llevamos ya 10 años de conflicto, dado que en realidad esto comenzó en 2014. Al principio, la motivación era muy alta. Luego, ésta ha ido bajando porque la gente recela del Gobierno. ¿Cómo han salido todos esos miles de hombres si las fronteras están cerradas? La única explicación es que hay un problema de corrupción. Yo entiendo que haya personas que no deseen morir y menos todavía por un país gobernado por gente que no da ejemplo. No voy a decir que los que huyeron son muy malos. Son como todo el mundo. ¿Cree usted que a los españoles les gustaría ir a combatir para perder la vida?".

"Mira, yo no sé qué pensar realmente de los hombres que podían pelear y que han venido aquí", dice el presidente de la asociación Nueva Generación de Murcia, Viktor Kontsur. "Supongo que esa gente tiene miedo. Ni siquiera yo sé qué haría si me dieran un AK y me dijeran que fuera a matar a un ruso. Tal vez me volvía loco y se me iba la cabeza. En Ucrania la situación es delicada porque la gente que quería pelear ya no está entre nosotros y los que van bajo presión, lo hacen contra su voluntad y carecen de motivación".

Viktor Kontsur lleva 24 años en España y trabaja de albañil en Murcia. Como tiene 50, eso es casi la mitad de su vida. Al igual que Nogachevskyi, cree que muchos de sus compatriotas tienen motivos para sentirse resentidos con la nueva ley y, en general, con el proceder de su Gobierno. "Ha bajado el nivel de patriotismo porque la gente sabe que los hijos de los pobres han salido del país pagando perras y ve sus fotos en las islas", afirma. "Claro, eso hace que uno se pregunte: '¿Y por qué tenemos que ir los 'desgraciaos' para que escape el rico y vuelva a Ucrania cuando acabe todo a vivir mejor de lo que vivía antes?'. A los ucranianos de ahora ya no se les puede engañar".

"De todos modos, yo conozco a muy poca gente que haya salido luego sin permiso. Imagino que no hablan porque tienen alguna clase de temor", prosigue Kontsur. "Cierto es que ellos no son los únicos a los que pueden reclamar. Yo llevo aquí 24 años y en cualquier momento pueden darme un toque. 'Oye, Víktor, a pelear'. Y no es que yo me niegue porque tenga miedo. Soy un patriota que ama a su país. El problema es que sostengo con mis hombros a toda una familia. ¿Usted cree que voy a dejar a mis hijas mientras la gente de dinero se libra de ir al frente? ¿Qué pasa si me matan o si regreso minusválido? ¿Se ocupará de todo mi Gobierno?".

Natalia Zhezhnyavska es una de las responsables de la Asociación de Ucranianos de Torrevieja.

Natalia Zhezhnyavska es una de las responsables de la Asociación de Ucranianos de Torrevieja. Cedida

Ni Kazmiruk ni Kontsur tienen la nacionalidad española, de manera que tras la entrada en vigor de la nueva ley tienen que irse a registrar como el que más. El presidente de la asociación de ucranianos de Murcia no tiene claro que vaya a hacerlo. "Me consta que debemos presentarnos en los consulados, salvo que creen un despacho digital. Si no nos presentamos, nos convertiremos en ilegales en Ucrania. No creo que lo haga porque no voy a gastarme 100 euros en combustible para ir a Málaga y perder un día de trabajo. Si finalmente no ficho, pueden multarme o quitarme mis muebles. Y si lo hago y me llaman para combatir, no pienso ir. Hay otras maneras de ayudar desde aquí como patriotas".

Las dos hijas de Viktor tienen 13 y 23 años. Y luego está su esposa, que también es ucraniana, y la hermana de su esposa, su cuñada. Kazmiruk es de Termopil. "No sé si se lo han dicho ya, pero hay mucho descontento con el Gobierno de Zelenski por la corrupción que se nos come. Teníamos a corruptos prorrusos y ahora tenemos a corruptos proeuropeos. Lo que necesitamos es a un proucraniano honesto porque el pez se pudre desde la cabeza. Hoy por hoy, y como están las cosas, no me atrevería ya a volver a Ucrania".

"Pelear o no pelear es una decisión personal de cada uno", dice una de las responsables de la Asociación de Ucranianos de Torrevieja. Natalia Zhezhnyavska es una profesora de 53 años oriunda de Termopil. Tiene una hija mayor y un niño nacido aquí. A ella, como mujer, no le afecta directamente la nueva ley. Y a pesar de eso, se niega a condenar a los que se han ido. "Por un lado, entiendo que haya que defender el país, pero por otro, nadie debería ir por la fuerza. ¿Por qué los gobiernos y los políticos del planeta no se levantan para parar a ese hijo de puta, con perdón? Todo el mundo está mirando lo que ocurre allí como si fuera una película que no va con ellos, como si estuvieran en el cine. ¿Es que no hay una solución mejor que ponerse a buscar a los que se han ido?".