La fotografía del anciano caído en la cama de la residencia.

La fotografía del anciano caído en la cama de la residencia.

Reportajes

Morir atado a una cama, lo peor que le puede pasar a un anciano

La foto de un anciano tirado en el suelo con la pierna atada a la cama en su residencia remueve conciencias.

12 septiembre, 2016 02:28

Un anciano tirado en el suelo y con la pierna atada a una cama de Carlet, la mayor residencia de ancianos pública de Valencia. La excusa era la falta de personal. El Consell ha abierto una investigación al respecto y ya ha dimitido el director del centro. La impactante imagen, que llevaba una semana circulando por la zona de móvil a móvil y que ha aparecido hace unos días en los medios de comunicación ha inspirado este conmovedor relato.

Mi nombre es Ramón. Ramón ¡recuerda, intenta recordar! Hace pocos años empecé a preguntarme dónde había dejado las gafas. "Cosas de la edad", me dijeron. Poco después me empezó a pasar que se me olvidaba subir la bragueta. Cuando venían los nietos siempre me hacían una chanza. Eran tantos que no había manera de acordarse de quién era ese travieso del pelo rizado... ¿Manolillo o Christian? Vaya lío. Cuando se iban todo volvía a ser fácil. Allí estaba María con su pelo blanco, arrugada como una pasa. Encorvada por el peso de los años y la puñetera osteoporosis que le había aplastado ya un par de vértebras. Pero María seguía teniendo entonces esa mirada dulce de cuando la conocí en aquella Verbena del 42, a la vuelta de la mili. Cuando yo era un buen mozo. Alto, delgado, pelo engominado hacia atrás, alpargatas, pantalón de mahón y camisa blanca. Ella se había fijado en mí cuando salía y entraba de las talanqueras recortando a la vaquilla entre las nubes de polvo.

En la plaza, bajo las banderolas rojas y amarillas que colgaban de un extremo a otro de la plaza del pueblo, le saqué al primer pasodoble. No volví a bailar con otra. Pero María ya no está. Un buen día empezó a quejarse de la espalda, los ojos se volvieron amarillos y se la llevaron al hospital. Nunca volvió. Volvió Manuel, el mayor ¿o fue Carmen? Hablaron conmigo y me dijeron que no podía estar solo. Todos trabajaban y no podían atenderme. Normal. Manuel estaba todo el día en el taxi y Carmen trabajaba de cocinera por horas con contratos de mes a mes. No podían seguir pagando a aquella chica que iba todas las mañanas. No entendía nada. ¿Yocelin? Pero... ¿Le pagaban? Yo pensaba que aquel ángel de piel oscura y con el acento de la caña de azúcar era de la familia. Ese ángel que me ordenaba la casa, me suministraba las pastillas a cada comida y me sacaba a pasear por las calles del pueblo. No entendía nada. ¿Donde iría? "Hemos encontrado un centro precioso. Vas a estar muy bien. Allí te cuidarán".

Hubo que llevarle engañado, fue la primera vez que se puso violento y soltó un manotazo a la pobre Yocelin cuando esta intentó arrastrarle fuera de su casa, mientras él se agarraba al marco de la puerta.

Nada más llegar todo se vino abajo. Allí no estaba su mesa camilla, con el tapete de ganchillo que María había tejido durante meses. Allí no estaba su televisión Telefunken Pal color. Aquella que compro para el mundial y que trajo la magia a su casa. Allí la cocina no estaba al lado del dormitorio, ni el baño enfrente del salón. Allí no estaban las litografías de pueblos encalados que colgaban de las paredes, ni la mecedora de enea de María, ni su sillón de sky rojo.

"No reconozco nada, todo es nuevo. Ya es la segunda vez que entro en la habitación de otro confundiéndola con el baño. Recorro el pasillo apoyado en la barandilla. Al final llego a una sala grande, llena de gente y con dos mesas alargadas. No entiendo nada. ¿Por qué tengo que comer con todos esos ancianos ese puré soso que no sabe a nada? Cómo me acuerdo de aquellos pedazos de queso fuerte y recio que acompañaba de un buen trago de clarete fresco del porrón. ¿Quién es toda esta gente? No quiero comer".

Ya van dos días que ha escupido el puré a la cuidadora, ayer se negó a salir de la habitación a la hora del paseo y le llamó "puta" a la auxiliar del turno de tarde. Se está poniendo francamente violento. El médico del centro le ha recomendado un sedante suave.

"Papá no me ha reconocido hoy, me ha confundido con la tía". Dice Carmen llorando. "Solo se le han iluminado los ojos cuando hemos vuelto a cantar aquello que siempre cantaba con mamá, eso de soy minero". Cada vez está peor, ha perdido mucho peso y sigue negándose a comer. Hoy nos ha recibido el director en su despacho. A través de las ventanas se ve el jardín con su ir y venir de sillas de ruedas, bastones y batas de cuadros. "No tenemos una auxiliar para dar de comer a cada uno durante una hora, son 400 ancianos. Figúrese. Además podría atragantarse. Es por su bien".

"Se acerca una señorita de blanco. Trae una bandeja con algo. Un animal me ha sujetado los brazos mientras ella me ha metido un tubo por la nariz. Me duele la garganta y la nariz. Me lo he arrancado. Al poco han vuelto los dos con unas cinchas blancas y me han sujetado las manos a los brazos de la silla. Me molesta, no puedo rascarme. Al final desisto".

"Le hemos aumentado los sedantes y le mantenemos las sujeciones." "Le han salido escaras en el trasero y los talones, pero le curamos todos los días".

"De la cama a la silla. La sonda cuelga de la nariz. Babeo. Luz y sol en el jardín. Ruido y tumulto en la sala. Estómago lleno. No hay sabores. Pasillo. Vuelta a la habitación. Cama. Jaula. Noche de agosto: Calor, plástico, sudor. Necesito aire. He conseguido sacar una mano. Aire, aire. Dolor, herida, calor, aire, aire. Hay que salir. Ya tengo medio cuerpo fuera de las barras. Aire, aire. Resbalo. Mi pie está atado. Suelo frío. Suena un golpe en mi cabeza. Mi sangre no coagula. El Sintrom. El calor ya no está, el dolor desaparece. Ya voy María, ya voy".

Esta semana, una espantosa fotografía ha revelado cómo agotan sus días miles de españoles. Miles de historias como esta, más reales, más dramáticas, son el pan nuestro de cada día en centenares de residencias mal atendidas. El paciente de la fotografía no murió, afortunadamente. Esto solo es un cuento...¿o no?

Las sujeciones mecánicas se utilizan aún de forma sistemática y abusiva para la contención de los residentes con demencia. Sus efectos sobre la salud de los ancianos son deletéreos. Aumentan las escaras, la incontinencia, la pérdida de peso y la atrofia muscular. No precisa comentario el daño a la dignidad de las personas que produce esta práctica casi siempre injustificada. Desde hace años CEOMA y otras organizaciones como la fundación Cuidados Dignos recomiendan el inicio de un programa de tolerancia cero con las sujeciones mecánicas. Este artículo es en agradecimiento de esa labor y la de todos aquellos que aún recuerdan que las personas sin memoria son personas con corazón.

Quizás algún día de estos encontremos un hueco, entre rueda y rueda de prensa, entre plató de televisión y locutorio de radio, para ocuparnos de los problemas de los españoles.

*** Francisco Igea es portavoz de Sanidad de C's en el Congreso de los Diputados