Soldados ucranianos se calientan mientras hacen guardia junto a un puente clave.

Soldados ucranianos se calientan mientras hacen guardia junto a un puente clave. Reuters

LA TRIBUNA

Vladímir Putin apuesta por la guerra de desgaste en Ucrania

El modelo militar del Kremlin se basa en el principio del desgaste. Es decir, en la idea de que Rusia puede resistir más y por más tiempo que cualquiera de sus adversarios. 

14 abril, 2022 03:10

Para valorar las posibilidades de éxito de unas fuerzas armadas, y entre ellas las rusas y las ucranianas, es clave tener en cuenta su modelo militar. Problemas o fracasos intolerables bajo ciertos criterios resultan aceptables en otros casos.

Soldados ucranianos hacen guardia cerca de Barvinkove, en Ucrania.

Soldados ucranianos hacen guardia cerca de Barvinkove, en Ucrania. Reuters

Un ejemplo. Tras su despliegue a gran escala en Vietnam a partir de 1965, el ejército estadounidense asestó una serie de derrotas demoledoras a los insurgentes del Viet Cong y las fuerzas regulares norvietnamitas.

Sin embargo, estas enormes perdidas fueron encajadas por el liderazgo comunista como parte del coste de utilizar un modelo de guerra popular para enfrentarse a una gran potencia. 

Los reveses no fueron vistos por los comunistas como una condena a perder la guerra, sino como parte de la fricción que conducía al desgaste y la derrota de Estados Unidos. 

Este principio (la conexión entre el modelo militar de un país y su desempeño en el campo de batalla) es clave para entender el comportamiento de las fuerzas armadas rusas en Ucrania y lo que se puede esperar del próximo capítulo de la guerra.

Las expectativas del Kremlin de una victoria rápida naufragaron a las puertas de Kiev. Pero esto no quiere decir que Moscú haya renunciado a sus objetivos estratégicos (el sometimiento de Ucrania y la quiebra a su favor del orden de seguridad europeo) o que esté cerca de aceptar un acuerdo por debajo de estas metas. Más bien quiere decir que sus planes para alcanzar una victoria a bajo costo han fracasado y que ahora es inevitable una prolongada guerra de desgaste.

"El fallido asalto sobre Kiev no debe ser visto como el fracaso del esfuerzo principal del Kremlin contra Ucrania, sino como un contratiempo en una campaña de larga duración"

No es el desenlace preferido por Moscú, pero sí uno cuyos costes está dispuesto a asumir para conseguir lo que quiere.  

El fallido asalto sobre Kiev al inicio de la guerra no debe ser visto como el fracaso del esfuerzo principal del Kremlin contra Ucrania, sino como un contratiempo (sin duda muy serio) en una campaña de larga duración que ahora está en curso de ser ajustada para permitirle a Putin alcanzar sus objetivos. 

De hecho, los primeros movimientos rusos en Ucrania recuerdan a la operación Baikal-79 puesta en práctica en Afganistán en diciembre de 1979, cuando una combinación de fuerzas aerotransportadas soviéticas (VDV) y unidades de operaciones especiales del KGB y la inteligencia militar (GRU) se apoderaron de Kabul y asesinaron al presidente Hafizullah Amin como prólogo a una invasión que fue seguida por diez años de guerra interna.

En Ucrania, el fracaso de un golpe de mano similar ha obligado al Kremlin a corregir el rumbo y optar por una estrategia más convencional para ocupar el país. 

Pero, en cualquier caso, Afganistán 1979 y Ucrania 2022 tienen en común la determinación de Moscú de enterrar vidas y tesoro en cantidades masivas para alcanzar sus fines. 

En gran parte, el asalto blindado sobre Kiev y otras ciudades principales ucranianas fracasó por carencias que no son nuevas en el desempeño militar soviético, primero, y ruso, después. La logística rusa siempre ha sido pobre, el entrenamiento de las tropas deficiente y la sanidad de combate lamentable. Un reflejo del desprecio por los costos humanos implícito en el tradicional modo de operar del Kremlin. A ello se ha unido el fracaso de la modernización militar impulsada por Putin y su ministro de defensa, Serguéi Shoigú

La renovación militar impulsada por el Kremlin ha producido piezas avanzadas de equipo como el carro de combate T-14 Armata o el misil hipersónico Khinzal, pero ha quedado muy por debajo de una verdadera transformación. Varias razones han conspirado para ello. 

Buena parte de los fondos han terminado enterrados en el diseño de sistemas de armas más o menos modernos o en los bolsillos de funcionarios corruptos, mientras funciones básicas como el mantenimiento o las comunicaciones no recibían suficiente atención. 

Además, las limitaciones técnicas de la industria rusa han impedido que esta haya podido entregar cantidades significativas de los equipos más sofisticados, lo que habría nutrido los arsenales de sistemas claves, como las municiones guiadas de precisión.

Finalmente, las resistencias burocráticas han hecho que los cambios en la doctrina militar hayan tenido un alcance limitado.

"La falta de comunicaciones tácticas seguras ha impedido a las unidades rusas alcanzar un mínimo nivel de coordinación y ha permitido a las fuerzas ucranianas seguir sus movimientos y emboscarlas"

Esta combinación de antiguos vicios y fracasada renovación ha lastrado el desempeño operacional ruso tras el fallido asalto a Kiev. La campaña ha carecido de un comandante principal durante semanas. En buena medida, porque esta nació como un golpe de mano en el que el FSB (el servicio de inteligencia interno ruso) tenía un papel protagonista y porque la burocracia del Kremlin tardó algún tiempo en asumir el fracaso y entregar el liderazgo a los militares.

La falta de comunicaciones tácticas seguras ha impedido a las unidades rusas alcanzar un mínimo nivel de coordinación y ha permitido a las fuerzas ucranianas seguir sus movimientos y escoger tiempo y lugar para emboscarlas. La falta de misiles ha obligado a la fuerza aérea de Moscú a proporcionar un apoyo aéreo reducido o a enviar aparatos de última generación a lanzar bombas no guiadas a baja altura, exponiéndose a los misiles de corto alcance ucranianos. 

El nombramiento del general Aleksandr Dvornikov es el primer paso decisivo del Kremlin para enderezar la campaña. Dvornikov es un veterano de la intervención rusa en Siria, donde lideró acciones como el bombardeo indiscriminado de Alepo, y ha demostrado competencia militar y falta de escrúpulos a partes iguales. 

Mas allá de la nueva figura al cargo, Moscú ha definido la nueva fase de la campaña en un modo que le conviene. Enfocar todos los esfuerzos en la conquista de la región del Donbás le ofrece la oportunidad de concentrar sus recursos y alcanzar una superioridad critica sobre los defensores ucranianos. Operar en un área limitada próxima al territorio ruso reduce, además, las dificultades logísticas y facilita la coordinación. 

La idea de la maniobra parece clara. Se trataría de cerrar una pinza desde el norte partiendo de Izium y desde el sur a partir del área cercana a Donetsk mientras se presiona desde zonas en el este como Severodonetsk y Popasna. El objetivo sería cercar y destruir las unidades ucranianas comprometidas en la defensa del Donbás, el pilar más sólido de las fuerzas armadas de Kiev. 

Con este fin, la fuerza aérea rusa está intensificando sus operaciones para suprimir las defensas aéreas ucranianas en la región y hacerse con un dominio absoluto del aire. Luego vendrán las embestidas mecanizadas dirigidas a quebrar la resistencia ucraniana.

Esta vez, las posibilidades de éxito rusas son mayores. Porque en el trayecto de la ofensiva no se interponen espacios urbanos que bloqueen los movimientos de los blindados y que diluyan la ofensiva.

Sin embargo, la victoria rusa dista de estar garantizada. De la misma forma que Moscú concentra sus fuerzas en el Donbás, el ejército ucraniano está haciendo lo mismo y muchas de las dificultades que han lastrado las operaciones anteriores no podrán ser resueltas por el general Dvornikov en sólo unas semanas. 

En consecuencia, esta nueva intentona del Kremlin continuará desgastando a las fuerzas armadas ucranianas. Pero podría atascarse de nuevo y no darle a Vladímir Putin el éxito que quiere celebrar el próximo 9 de mayo, cuando se conmemora el triunfo de la Unión Soviética sobre la Alemania nazi. 

"Algunas estimaciones señalan que Rusia podría haber perdido cerca de quinientos carros de combate en Ucrania hasta principios de abril"

Tanto si la ofensiva de Moscú resulta exitosa como si no, resulta poco probable que conduzca al final de la guerra o que incremente las posibilidades de una paz negociada. 

A pesar de lo que muchos observadores sostienen, la guerra puede resultar funcional para Vladímir Putin desde un punto de vista político. El caudillo ruso ha presentado la invasión de Ucrania como una prolongación de la lucha contra el nazismo a la espera de utilizarla de forma similar a como hizo Stalin con la lucha contra la Alemania hitleriana: como herramienta para aplastar cualquier disidencia y aferrarse al poder. 

De momento, el truco parece estar funcionando y la aventura ucraniana goza de un sólido respaldo entre la población rusa.

Por lo que respecta a la dimensión militar, el gobierno ruso cuenta con dos ventajas sustanciales para alargar la guerra: un enorme volumen de medios humanos y materiales susceptibles de ser movilizados, y una sustancial capacidad para encajar perdidas. 

Sólo por mencionar un ejemplo. Algunas estimaciones señalan que Rusia podría haber perdido cerca de quinientos carros de combate en Ucrania hasta principios de abril. La cifra resulta abrumadora salvo si se toma en cuenta que, de acuerdo con el International Institute for Strategic Studies, el parque total de tanques del ejército ruso sumaba 2.927 vehículos en activo y otros 10.200 en almacenamiento a principios de 2022.

En realidad, el modelo militar del Kremlin se basa en el principio del desgaste. Es decir, en la idea de que Rusia puede resistir más y por más tiempo que cualquiera de sus adversarios. Por eso, a pesar de las enormes perdidas sufridas, Vladímir Putin puede apostar por extender la guerra hasta destruir la resistencia ucraniana y quebrar la solidaridad occidental con Kiev.

El reto de Washington y sus aliados europeos es demostrar que Putin se equivoca.

*** Román D. Ortiz es analista del Centro de Seguridad Internacional de la Universidad Francisco de Vitoria.

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