La pretensión de Pablo Iglesias de abrir la puerta de Podemos a niños de 14 años para que participen en la vida interna de la organización ni es razonable ni tiene encaje legal en nuestro país, donde la mayoría de edad es un requisito para afiliarse y militar.

Es verdad que, con la excusa de dar voz a los jóvenes y promover el compromiso público, todos los partidos amparan y financian a facciones juveniles dedicadas habitualmente al aplauso adocenado cuando no a meras labores de atrezzo e intendencia en los mítines. Aunque en estos colectivos se puede ingresar a partir de los 16 años, sus miembros no tienen capacidad decisoria. 

Inscritos

La diferencia sustancial entre estas ya de por sí polémicas escuelas de militantes y el modelo organizativo que defenderá Pablo Iglesias en Vistalegre II es que su propuesta contempla rebajar nada menos que a los 14 años la edad para apuntarse en Podemos en calidad de "inscritos".

Esta figura no es formalmente equiparable a la del militante, pero sí lo es en la práctica, ya que como miembros de la Asamblea Ciudadana, los inscritos "tienen derecho de participación de forma inmediata", votan para elegir o revocar al secretario general y aprueban o rechazan alianzas y pactos de Gobierno.

Sufragio

Es absurdo pensar en la participación política sin el derecho de sufragio. Ya resulta muy controvertida la propuesta de rebajar de los 18 a los 16 años la edad para poder votar como para que Iglesias quiera ahora dar luz verde a la captación y alistamiento de niños de 14 en los partidos.

Pretender que los preadolescentes puedan militar en una formación política parece más propio de regímenes totalitarios de épocas pretéritas que de las democracias occidentales modernas, donde la protección de la infancia merece especial cuidado e interés por parte de los poderes públicos.

Es muy difícil defender que escolares emocional y psicológicamente inmaduros -y por tanto muy vulnerables e influenciables- estén capacitados para decidir estrategias políticas. Iglesias, que se ha caracterizado por infantilizar la política a base de ofrecer soluciones simples y utópicas a problemas reales y complejos, trata ahora de dar rienda suelta a su ambición a costa de politizar la infancia.