La discusión que está surgiendo en los Estados Unidos sobre la influencia de las fake news, o noticias falsas en la última campaña electoral está resultando enormemente interesante por sus aspectos socio-tecnológicos. 

En los últimos años, en modo aprendiz de brujo, han surgido ingredientes que parecían positivos, pero cuya mezcla ha resultado ser sumamente peligrosa. Para empezar, hemos bajado las barreras de entrada a la publicación y difusión de noticias: editar una página web y difundir su contenido mediante redes sociales está hoy al alcance de cualquiera.

En segundo lugar, hemos generado un sistema de incentivos que recompensa el contenido por su difusión: incentivamos económicamente las páginas vistas, porque incrementan el inventario publicitario, la cantidad de anuncios que podemos mostrar a los lectores. Cantidad sobre calidad, el clickbait como símbolo. 

Además, las redes sociales nos han conectado cada vez más con nuestros amigos: nos crean audiencias a nuestra medida, nos rodean de personas parecidas a nosotros, y nos hacen sentirnos populares cuando recibimos muchos me gusta en algo que compartimos. 

Finalmente, nos suministran algoritmos que, en un mar de información inabarcable, nos señalan y muestran el contenido que supuestamente responde a nuestros intereses, expresados como aquello que buscamos y consumimos habitualmente nosotros y nuestros amigos. Un esquema circular que nos hace consumir cada vez más de lo mismo, y nos oculta información que nos gusta menos.

¿El resultado? Una sociedad en la que las cabeceras tradicionales, por méritos propios o ajenos, han perdido su credibilidad, y esa quiebra de la confianza se acompaña de la aparición de otro sistema, que permite a cualquiera escribir y circular cualquier cosa, le hace ganar más dinero cuantas más páginas vistas genere, y nos expone a un entorno que refuerza nuestras creencias. Una maquinaria que, en lugar de cristalizar las ventajas de un sistema que permite acceder a más información, se convierte en una trampa para el pensamiento crítico, en una forma de encerrar a cada persona en una burbuja para que refuerce sus creencias con ingredientes, en muchos casos, de dudosa procedencia. 

Tecnologías aparentemente positivas, pero que generan mezclas peligrosas: personas irresponsables que publican noticias sensacionalistas sin respeto alguno por la credibilidad o los hechos, únicamente buscando que circulen mucho, ayudados por esquemas económicos que lo premian, y con algoritmos que nos ocultan lo que no nos gusta. Bienvenidos a la tabloidización de la web. La conclusión nunca será una absurda enmienda a la totalidad, sino ajustar la mezcla de los componentes y castigar a quienes abusen de ellos, sin convertirnos en censores. Y no va a ser sencillo.