Juan Manuel de Prada se ha apresurado a aclarar que su nueva novela, Mirlo blanco, cisne negro, no es una novela en clave, por lo que todo el mundo la está leyendo como una novela en clave. De hecho, la primicia me la dieron el mes pasado así: “¿Sabes que De Prada va a sacar una novela en clave?”. Hay trasuntos, ya se dice, de Umbral, Cela o Trapiello, además del propio De Prada. Y así es como la pienso leer también yo.

Para promocionarla, el escritor se ha lanzado a hacer (o conceder) entrevistas estruendosas, que me hubiese gustado que me gustasen más. Con De Prada tengo el problema de que podría haber sido un autor mío favorito, pero no lo ha logrado (¡le atribuiré el demérito a él!). Aunque soy irredimiblemente socialdemócrata, tengo paladar para la escritura reaccionaria. Le guardo simpatía y la considero un motor excelente para el estilo y el pensamiento. Ernst Jünger es uno de mis ídolos. Y le veo los quilates al colombiano Nicolás Gómez Dávila. Por poner dos ejemplos. Pero el reaccionario De Prada no me llega: a su reaccionarismo le encuentro apenas el alcance (y la profundidad) del titular de periódico. Se queda en ramploncete.

Lo cual no me impide apreciar la singularidad de su posición: esta sí meritoria. La soledad ideológica en que se ha recluido es en verdad valiente, y más en esta España sectaria y etiquetil. Por otra parte, sus anhelos medievalistas de un orden jerárquico y cristiano, con la realidad aclarada por la luz divina, pese a la opaca y pecadora materia, están tan fuera de lugar que resultan poco dañinos en la práctica. Sus artículos del Abc son flores exóticas: la suya es una voz aislada, y solo por eso está bien que esté.

Lo interesante es su similitud (¡su calco casi!) con otro reaccionarismo que pasa por progresista y por eso –y porque está de moda– sí cuenta con adeptos numerosos. Me refiero a Podemos, naturalmente. Los contenidos cambian (y no todos, por cierto), pero el esquema es igual. Como es igual el anhelo de una realidad clarificada por una fe que reduce el mundo y lo estamenta. A los podemitas esta equiparación les parecerá horrorosa (gajes del espejo), mientras que De Prada sí encuentra “semillas de verdad” en los otros. Se declara, eso sí, ajeno a su marxismo. Aunque los que nos hemos educado en Nietzsche sabemos que el marxismo no es en absoluto ajeno al cristianismo.

Al final, De Prada y los podemitas coinciden en ser “enemigos del comercio”. Pero como escribió otro ídolo mío, no reaccionario, André Breton: “Toda reconstrucción es imposible”. No queda más remedio que bregar con el ruido, con la complejidad: con la libertad asociada a las transacciones.